Capítulo 9

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El olor del tocino frito se filtró por las fosas nasales del moreno, despertándolo del sueño tranquilo en el que estaba envuelto. Dio una vuelta en la cama, demasiado pequeña para su estatura, haciendo que casi la mitad de su cuerpo quedara fuera de la superficie plana y suave del colchón. 

Se estiró para eliminar los restos del sueño provocando que sus pies sobresalieran por el borde posterior de la cama y sus sábanas se deslizaran unos centímetros. Se sentó mientras se fregaba el rostro y observó la habitación. 

Afuera había ya mucha luz de sol, probablemente serían más de las once de la mañana, Jackson aún seguía dormido, con los pies fuera de la cama, y con las sábanas cubriendo su rostro.

Salió de la habitación arrastrando los pies, tratando de hacer el menor ruido que su torpeza le permitiera. 
Tan concentrado estaba en no tropezar con el sinfín de cables que adornaban el piso de su habitación, que no se dio cuenta del gran obstáculo que tenía frente, un maniquí de plástico blanco que Mark había traído al departamento para realizar una de sus primeras asignaciones del segundo semestre.

El golpe no fue fuerte, pero fue lo suficiente para hacerlo trastabillar y golpearse ligeramente con la mesa que se encontraba a su espalda, la misma que el moreno solía usar para realizar sus tareas.

El golpe llamó la atención de las dos personas ya despiertas dentro de la casa. 

Primero, fue la cabeza de Mark la que se asomó por la puerta de su propia habitación, más preocupado con la idea de que su maniquí haya sufrido algún daño que por la propia integridad de Namjoon.

– Como lo hayas roto…

– Buenos días para ti también, h… –Namjoon aún no se acostumbraba a no utilizar los honoríficos, tendía a olvidar que se encontraba en otro país, otra cultura, y que los hábitos eran completamente distintos. 

Quizá en parte se debía a Seokjin, otro de sus compañeros de habitación, con quien recientemente había empezado una amistad más cercana. El moreno había notado que, para su mayor, era muy difícil despegarse de sus raíces coreanas, tal vez era por el hecho de que el joven jamás había salido del país; saber aquello era algo de lo que Namjoon no estaba orgulloso, ya que accidentalmente había escuchado una de las múltiples pláticas íntimas que Seokjin y Mark solían tener, su compañero aún practicaba costumbres pequeñas pero muy arraigadas de su cultura, como reverenciar constantemente a los mayores, dejar los zapatos fuera de la casa, usar honoríficos como el “nim” junto a los nombres de sus profesores, haciéndolo sonar un poco cómico, con su marcado acento mientras hablaba inglés.

– ¿Te encuentras bien Namjoon-ah? – preguntó Seokjin en coreano. El moreno pudo observar como Mark ponía ligeramente los ojos en blanco al escuchar a su amigo, probablemente con el pensamiento en mente de que Seokjin debería ya estar acostumbrado y dominar el idioma. 

– Si hyung, despreocúpate – devolvió la respuesta en coreano de igual forma.

– Deja de seguirle la corriente con el idioma – Mark le susurró en inglés – debemos ayudarle con su adaptación.

– Obligándolo no haremos nada, será algo que él logre solo.

Mark bufó, y Namjoon hizo su camino a la pequeña cocina del departamento. 

Sobre la pequeña mesa ya habían colocados tres platos de desayuno. Había huevos fritos, tocinos, pan y mermelada, pero sobre la encimera, cerca de la pequeña estufa, había un bol de arroz y lo que parecía ser estofado de kimchi.

Ellos solían tener una pequeña despensa que compraban entre todos, pues en ocasiones preferían pasar de la desabrida comida de la cafetería escolar y que hacía aparte de su beca, así que habían inventado un sistema en donde asistían al comedor y pedían su porción para llevar, así podrían guardarla en el pequeño refrigerador, para después convertirla en una comida totalmente distinta gracias a las dotes culinarias de Seokjin.

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