Capítulo I

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Tras terminar su horario de trabajo, Candy manejó hasta una zona exclusiva de la ciudad de Chicago. Llevaba ya mas de dos meses en busca de un departamento donde poder mudarse y vivir su vida en total independencia. Estaba cansada de estar siempre bajo la mirada de su estricta Tia quien la trataba como si ella fuera una jovencita de 15 años... ¡Por Dios! Ya tenía veintiséis años.

Mientras manejaba de regreso a casa de su familia, suspiró al recordar cada uno de los departamentos que vio esa tarde; a pesar de estar ubicados en una zona exclusiva de la ciudad de los vientos, ninguno se ajustaba a lo que ella necesitaba o mejor dicho a lo que buscaba; un departamento parecido al que tuvo hacia algunos años, el cual vendió por razones que no quería recordar.

Aprovechando una luz roja, Candy extendió sus manos por el hard top de su BMW, amaba sentirse libre y sobre todo, amaba hacer con su vida lo que a ella le placiera, jamás fue de las jóvenes que siguiera las reglas que la etiqueta le marcaba, y todo lo hacia por el simple hecho de llevarle la contraria a su estricta tia quien esperaba que ella se comportara como una de las tantas chicas que frecuentaban las reuniones de alta sociedad.

<<¡Bah! ¿A quien le importa ser la marioneta de la alta sociedad?, a mi no>> —dijo mientras se ponía en marcha nuevamente. Ella era un alma libre y así permanecería hasta el final de sus días.

En cuanto llegó a la entrada de la Mansión Ardley, presionó su control remoto y las puertas de metal se abrieron de par en par. Apagó las luces de su auto, al igual que lo hizo con el motor, y salió de este. Se detuvo en medio del inmenso jardín y lo contempló bajo la luz de la luna. Permaneció allí, observando el inmenso jardín, quería grabarlo en su memoria ya que aquello era lo único rescatable a su parecer en aquella enorme mansión que le parecía sombría.

<<No te quejes Candy>> —se dijo a si misma al recordar lo feliz que fue dentro de aquella enorme casa. —<<Pero Lakewood es mucho mejor>> —sonrió al recordar los maravillosos jardines de la casa de campo familiar.

Miró su reloj y frunció el ceño al ver que el auto de su hermano no estaba en el estacionamiento. Negó con la cabeza, su hermano era una adicto al trabajo, solía pasar largas horas en la oficina, pero en los últimos días se había excedido y andaba muy misterioso con ella y eso, no le gustaba nada.

Frunció el ceño en cuanto abrió la puerta y se encontró, con Annie.

—Hola Annie —saludó cautelosamente.

—Hola Candy —respondió Annie con una leve sonrisa.

—¿Todo bien por aquí?.

—Si, ¿por que lo preguntas?.

—El auto de Albert no está y si a eso le sumo el hecho que tu estes despierta hasta esta hora —la miró a los ojos —siendo honesta, me da la impresión que aguardabas por mi.

—Albert está bien —respondió Annie —pero si ha sucedido algo

Las alarmas se encendieron en el interior de Candy; un escalofrío repentino recorrió todo su cuerpo ante el silencio de Annie. Solo fueron unos segundos, pero a Candy se le hicieron una eternidad

—Tu ex está en la ciudad —concluyó Annie al fin.

—¿Que hace él aquí y desde cuando? —preguntó Candy fingiendo indiferencia, aunque por dentro sintió que las barreras que había construido alrededor de su corazón se tambalearon. Habían pasado dos años desde la última vez que lo había visto.

—Desconozco la razón de su regreso —respondió la pelinegra con sinceridad —y está aquí desde hace unos días.

Hace unos días  —musitó la rubia con los ojos entrecerrados; eso explicaba las llegadas tarde de su hermano. Lo mas seguro era que se reunía con él en algún bar, después del trabajo.

Una Eternidad ContigoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora