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El viento soplaba con fuerza, la noche era bastante oscura y nublada, ni siquiera las estrellas se notaban, si el frío era fuerte en la ciudad, en un paisaje rural era insoportable.

En aquella cabaña en mitad de un bosque, sólo se escuchaban los ruidos de las hojas de los árboles moverse por el viento, algunos búhos también podían escucharse, al igual que arbustos moviéndose por algún que otro animal silvestre, aquella cabaña tenía una chimenea encendida, era la única cosa que daba luz.

Afuera, sólo la luz de la luna iluminaba vagamente los árboles.

El bicolor esbozó una leve y filosa sonrisa, suspiró y se arrodilló frente al venezolano, llevó su mano derecha hasta la mejilla del contrario, acariciándola con suavidad, como si fuera una muñeca de porcelana que con el más mínimo movimiento podría romperse, sus grietas demostraban su fragilidad, se le hacía sumamente hermoso, tenía la necesidad de protegerlo a toda costa.

Y por sobre todo, amarlo.

—Venezuela... —Lo llamó con voz baja y algo ronca.

El nombrado ni siquiera pudo verle los ojos por la poca y vaga iluminación del lugar.

Se inclinó hacia delante, mostrando aquellos ojos rojos color carmesí, incluso podría jurar que brillaban, sus ojos algo cansados y el pliegue del párpado un poco alargado, más encima aquella espeluznante sonrisa.

—Te amo. —Confesó finalmente, bajando su mano desde la mejilla del contrario hasta su mentón, alzándolo levemente para poder verlo a los ojos—Por eso no puedo dejarte ir, ¿entiendes? —Prosiguió ahora con un tono de voz más alegre, ensanchando un poco su sonrisa.

El venezolano tragó grueso apretando los labios, no pudo mantener la mirada más tiempo en aquellos feroces ojos, sentía que por más que miraba, era como si un fuego tan ardiente lo estuviera abrazando, y no era de ese tipo de calidez que disfrutaba, no, era de ese tipo que te quemaba por dentro, te hacía sentir ganas de vomitar e incluso romper en llanto.

Apartó la mirada hacia el techo, como si fuera lo más interesante de la situación, estaba sudando totalmente nervioso y asustado, aquel... Aquel no era el Japón amable que conocía, no era el mismo que lo llevó a conocer su país, disfrazarse de ninjas y samuráis juntos, con el que disfrutó almorzar..., este, en definitiva, era otra persona completamente diferente.

Cada parte de su ser le gritaba con intensidad que ni se le ocurriera ver a su otra mano, temblaba levemente, las pocas llamas de la chimenea las cuales danzaban en la leña amenazaban por apagarse en cualquier momento, movió un poco sus manos intentando liberarse, pero la soga que las mantenía juntas era realmente fuerte, la ajustó con bastante fuerza, al igual que las de sus pies.

Estaba arrodillado en el suelo, frente a Japón, quien sólo tenía una rodilla al suelo, y la otra flexionada, donde apoyaba su codo, para poder tomar el rostro del venezolano, quien no podía hacer más que temblar de los nervios y el miedo del cómo acabe la situación.

—¿Por qué no me miras? —Rompió el silencio el bicolor, ladeando levemente la cabeza, haciendo una pequeña mueca—Te amo, Vene, quiero que seas m...

—Yo no te amo. —Lo interrumpió en seco, diciendo aquellas palabras con toda la fuerza que no sabía que tenía, aunque se mantenía con voz calmada. O eso quería aparentar.

Aquellas palabras fueron directamente hacia Japón como una espada, clavándose en su pecho, exactamente en su corazón.

—Ugh... —Se quejó soltando el rostro del contrario y llevando esa misma mano hacia su pecho, quejándose de dolor al sentir una punzada—T-Tú... Tú no me...

¡No soy su jeva! »VeneUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum