Epilogo.

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Diez años después.

La vida es una gran caja de secretos. Cuando algo está destinado para ti, es difícil cambiarlo. Es decir, creo que al nacer, ya tienes destinadas a las personas que conocerás a lo largo de tu vida pase lo que pase. También está destinado el tiempo que éstas se quedarán contigo. Algunas estarán un lapso de tiempo, otras, para toda tu vida.

Mi destino había sido conocer a Antonella.

Han transcurrido diez años desde que mi vida se ha vuelto normal. ¿Normal? Si, normal. Ya no escucho los pensamientos de los demás. Ni puedo mover objetos con la mente. Pero lo que no han podido quitarme, ha sido lo que he vivido.

También me casé. Sí. Me casé. Como Dios lo manda. Tengo un pequeño hijo de siete años. Mañana será su primer día de clases, y como todo padre estoy realmente emocionado.

— Está lista la cena—oigo.

Me vuelvo para poder contemplar a la mujer más hermosa del mundo para mí. Antonella está de pie, totalmente encantadora con un mandil y una sonrisa cariñosa en los labios.

—Andrée tiene hambre, ¿te apuras?

— ¿No esperaremos a Bill?

—No mataré de hambre a mi pequeño, solo porque su llegará su tío tardón a cenar con él —me mira severamente antes de voltearse e irse.

Rio entre dientes.

Sí. Sobrevivió. ¿Cómo? Pues definirlo aún es poco difuso para mí. Aún después de tantos años.

Después de algunos minutos llorando sobre el cuerpo de Antonella, ella empezó a toser. La sangre que tenía en su boca empezó a salpicarme en la camisa. Es como me di cuenta que ella vivía. Empecé a gritar desesperadamente por ayuda. Yoona se acercó a mí con rapidez. Gracias a ella y a Bill, pude trasladarla a tiempo antes que muriera desangrada.

Ya en el hospital, nos informaron que aquella estaca no había tocado órgano alguno. No hicieron preguntas por la rareza de la situación, y nosotros tampoco explicamos. En cuanto estuvimos solos en aquella sala de espera, los tres nos iluminamos como si fuésemos focos andantes de una luz blanca limpia y suave.

Cuando traté de escuchar los pensamientos del doctor, no podía. Ninguno de nosotros. Nos habían dado la oportunidad de seguir con nuestras vidas como humanos. Y estábamos agradecidos.

Supongo que se estarán preguntando por qué no murió Ann, si se suponía que el cuchillo había atravesado su cuerpo con las palabras indicadas.

Pues no lo sé. Suponemos que mi padre clavó la estaca en su cuerpo minutos o quizá segundos después de que dieran las doce en punto.

No lo sabemos, y tampoco nos interesa.

Bill lloró por años la muerte de April. Hace un par de años, recién ha empezado a intentarlo nuevamente. Y por supuesto, es padrino de mi pequeño hijo.

Yoona es la madrina. Ahora no sabemos casi nada de ella. Ocasionalmente recibimos señales de vida. Postales o alguna llamada asegurándonos que está bien y feliz. Con eso nos basta.

— DOMINICK PEARSON, EMPEZAREMOS SIN TI —amenaza Ann.

Escucho la risa de Andrée debilitada por la distancia y las paredes. Me levanto del cómodo sillón y me dirijo al comedor con mi familia.

Después de varios minutos en silencio donde solo se escuchan el tintineo de los cubiertos contra la porcelana de los platos, me remuevo incómodo.

< -¿Qué te pasa? -> me dice Antonella.

Sí. Ella aún sigue escuchando los pensamientos de las personas. Cuando me lo comprobó, casi grito de envidia.

< - Me pregunto si Andrée estará nervioso por su primer día de clases -> pienso. Solo pienso, sabiendo muy bien que ella puede oírme.

—Poco. En realidad, me preocupa más el dolor de cabeza que me dará entrar a ese lugar lleno de mentes ruidosas —me responde verbalmente Andrée. Sigue comiendo sin inmutarse mientras observo a mi esposa palidecer por la sorpresa.

AnormalidadesWhere stories live. Discover now