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Haber avanzado con Samuel había sido una de las mejores decisiones que había tomado en el último tiempo, sin dudarlo. Por más que aún me costaba admitirlo y que lo negaría hasta el último instante, su compañía me llenaba de alegría, me vitalizaba. No sabía cómo o que hacía para lograrlo, pero solo bastaba con verlo en la universidad para que una sonrisa estúpida se plantase en mi rostro, como también para que los bailarines de mi estómago se volviesen locos al ritmo de alguna canción que aún desconocía. Las clases parecían menos aburridas, el pasarme horas extra en la universidad estudiando no me costaba tanto, tener que compartir cada segundo del día con él no parecía tan agobiante... Samuel había tumbado todos mis esquemas para reconstruirlos a su antojo y de una manera que, extrañamente, no era desagradable. Era extraño sentirse así, más que nada porque no sabía cómo controlarlo. Lo que él me generaba, desde la sensación más pequeña hasta la más tocha, hacía de mí una persona completamente diferente, alguien a quien le costaba mantenerse tal y como se había presentado hacía meses atrás. No había perdido mis formas, ni me acostumbrado mal genio, ni aquellos actos toscos y fríos que quizás me caracterizaban, pero todo se sentía distinto, más calmo y suave.

Samuel había cambiado todo y, como hacía tiempo no me pasaba, no me molestaba que lo siguiese haciendo día tras día.

-¡Guillermo!- escuché a Samuel gritarme muy cerca del oído, cosa que me hizo sacudir la cabeza y fruncir el ceño con molestia, causándole un leve carcajeo. El murmullo de nuestro alrededor pronto se hizo presente en mis adoloridos tímpanos, devolviéndome a la realidad bruscamente y ubicándome en la cafetería de la universidad, la cual parecía menos concurrida que de costumbre; solo un par de mesas estaban ocupadas además de la nuestra, lo que dejaba en claro que nos habíamos saltado alguna clase para estar allí tan cómodos -Joder, te pierdes mucho últimamente- me regañó con una sonrisa -¿En qué piensas?

-En lo tonto que eres- contesté tajante, robándole una carcajada fuerte.

Le encantaba verme cabreado, me lo había confesado hacía un par de días atrás, por lo que no me sorprendía su reacción; buscaba molestarme todo el tiempo con tal de verme así. Elevé una ceja y, manteniendo el semblante firme, le mostré el dedo del medio de mi mano derecha, incrementando su ya molesta risa.

La capacidad de dar el brazo a torcer no estaba en mis genes, pero su risa me hacía replantearme aquello.

-Qué lindo eres, joder- soltó de repente, lo que me llevó a perder la seriedad y rodar los ojos con una sonrisa; sabía que había estado todo el día conteniéndose para decírmelo a solas -¿Me explicas como es que puedes salir conmigo? Porque aún no me lo creo.

-Llevas dos semanas preguntando lo mismo- dije con algo de vergüenza, sumando una vez más a la cuenta de veces que escuché la misma pregunta. No había día que no lo preguntase; no importaba el momento o el modo, siempre cuestionaba lo mismo y yo siempre contestaba lo mismo -¿Porque me gustas?- interrogué como respuesta, haciendo que se relamiese los labios y que mi corazón latiese con un poquito más de fuerza por saber lo que eso significaba.

Siempre era el mismo proceso, como si no pudiese dejar de hacerlo. Preguntaba sabiendo que yo respondería siempre de la misma manera, consciente de que el cuestionamiento quedaría en el aire a pesar de que la respuesta era más que clara.

-Porque te gusto- afirmó con una sonrisa que hizo a mi interior temblar, una de esas sonrisas que solo él tenía y que lo hacían ver pleno y feliz.

Era extraño pensar que podía causar algo tan evidente en alguien, sobre todo porque ese alguien era Samuel.

Dejó su silla, la cual estaba justo del otro lado de la mesa y frente a mí, y decidió ocupar la que era de mi amiga, quedando del otro lado y a mi lado. Arrastró el asiento hasta dejarlo pegado al mío y, bajo mi mirada ansiosa por saber lo que se venía, se sentó para pasar uno de sus brazos por mi cintura y besarme con tranquilidad, tal y como a mí me gustaba. Mi mano viajó sola hasta su mejilla para acariciarla con el pulgar, robándole una sonrisa mientras nuestros labios se movían; me encantaba provocar esa reacción.

{ !love } [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora