SOLEDAD PARTE UNO

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"...A veces no me siento tan solo, si imagino,

mejor dicho, si sé que más allá de mi soledad y de la tuya,

otra vez estas vos..."

Mario Benedetti


POV Armando Mendoza

Por fin había salido a relucir la verdad de cada uno de mis actos –"La verdad te liberará" –pensé de nuevo. Lo peor de todo es que yo no había sido quien tuvo el coraje de liberarme, lo hizo una vez más mi ángel personal. 

Tal vez y ella no habría querido liberarme de mis mentiras, tal vez ella era quien quería liberarse de todas las atrocidades que cometimos juntos, porque aunque era legal, éticamente hablando, había hecho que la mujer perdiera sus principios por mí.

Sin embargo, Beatriz, después de todo lo que le hice, me había hecho indirectamente un favor: me liberó.

Verme obligado a responder por mis acciones, fue lo mejor que me pudo pasar. De hecho, tendría que haber respondido desde el primer bimestre de presidencia, y aunque asumir por fin la responsabilidad fuera de manera tardía y nadie esperara nada más de mí, le dio a mi cuerpo la sensación de una ligera relajación en los músculos que llevaban meses contraídos. Sentí incluso un alivio, ése que viene después de permitir que mi alma respirara y se externaran al menos parte de mis verdades.

La junta que más había temido desde que tomé mi cargo al frente de la empresa, desde hace apenas un año, aún no terminaba, sin embargo, esa pequeña concesión corporal, me permitió concentrarme ahora en la presión y el desasosiego que sentía como puñales en mi pecho y que aumentó el dolor, cuando vi a mi Betty salir por esa puerta.

María Beatriz Valencia irrumpió en la sala con su usual actitud distraída, sumida en su burbuja personal de la que nunca salía, y totalmente privada de todas las atrocidades que habían pasado en los últimos noventa minutos del día. Mi papá y el idiota de Daniel empezaron a poner al tanto a María Beatriz de cada uno de mis movimientos realizados con la empresa, le informaban de mi destitución y trataban (en vano) de que entendiera la gravedad del asunto.

No lo pensé dos veces y me levanté de mi asiento para buscar a Betty, y excusándome ante la junta, tomé mi saco gris, mi carpeta y la de Mario Calderón; no quería que fuera a parar a manos curiosas que aún pedían mi fusilamiento.

Mientras salía de la sala de juntas, estaba pidiendo a cuanta divinidad se me ocurría que Beatriz siguiera en la empresa. Si el tiempo era bondadoso, todavía podría verla y si fuera aún más benévolo, me permitiría explicarle, hablar con ella.

Estaba por cruzar el pasillo hacia presidencia cuando vi reunidas a las del cuartel en el escritorio en el que normalmente estaría Bertha –Así que ya se enteraron de su renuncia –me dije, cuando vi los rostros de cinco mujeres compungidas.

–¿Dónde está Beatriz? –demandé saber ante las muchachas.

–En la oficina de ella, doctor –me contestó Aura María, señalando con su dedo índice hacia la cueva.

Apresuré mi paso, mientras con una mano deslizaba las puertas de presidencia, adentrándome en la que fue mí oficina. Me dirigí rápidamente a la cueva y abrí la puerta –¡Gracias Dios, todavía está aquí! –pensé cuando la vi de pie en la cueva, recogiendo cada una de sus pertenencias y colocándolas en una bolsa negra con suma rapidez.

Entré directamente, cerrando detrás de mí con un portazo, para después quedar frente a ella, separados solo por su escritorio

–¿Por qué? – le cuestioné en un susurro. Había dejado las carpetas sobre su escritorio y aventado mi saco al suelo –¿Por qué Beatriz? – le solté de nuevo, quitándome las gafas del rostro, totalmente dominado por el deseo de escuchar una repuesta ¡la que fuera! que no fuera su silencio.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora