CASTIGO

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"...No puedo respirar, tú eres el aire, el agua, el pan, todo lo que vive; perdóname porque te quiero así, perdóname porque éste amor me mata, porque éste amor te matará diariamente a mi lado, perdóname porque estarás conmigo todos los días de mi vida, porque no te dejaré nunca, seré tu castigo y tu culpa, porque nos vamos a morir juntos."

Jaime Sabines


POV Armando Mendoza

...

–Si, don Armando –me respondió en un hilo de aliento, me respondió girando un poquitico su rostro para verme, permitiéndome ver esa chispa coqueta brillar en sus ojos, y esa mejilla sonrojada, y esa comisura donde quería hundir mi lengua...

Marcando ese instante como el más preciado de mis días sin ella, que marcó ese instante en que Betty, mi Betty se manifestó en mis brazos sin reservas.

No la había soltado.

¿Cómo podría si era lo más cercano que había estado a ella en tanto tiempo? ¿Cómo podría cuando me castigó con su frialdad e indiferencia durante meses y muy apenas y hablamos desde que regresó? ¿Cómo podría cuando en el lanzamiento se había alejado de mí, cuando mi solo tacto la había quemado?

Ahora la tenía en mis brazos que se aferraron a ella, la tenía ahí sin saber que decir, sin replicar siquiera, extasiándome con su cercanía, extasiándome con ese momento compartido que me brindó de alegría y paz, de amor y esperanza, que resultó perpetuo, perfecto para mí.

–Aquí tiene su auto, señorita –comentó el muchacho tendiéndole las llaves, mismas que Beatriz no había tomado porque mis manos seguían en sus brazos, porque no me atreví a dejar que escapara de mis manos, porque estaba inhalando sin decoro alguno su fragancia dulce y fresca, dándome una buena sobredosis de lo que tanto había añorado.

–¿Don Armando? –musitó quedamente Beatriz sin atreverse a desprenderse de mí, como si así me pidiera que la liberara cuando yo me había negado hacerlo, pero lo hizo con esa chispa traviesa, con esa coloración que la delataban y que la hacían ver preciosa.

Había aprendido a leerla en su silencio, tuve que hacerlo y ahora me servía para saber que ese instante no fue alucinación mía, ambos lo compartimos y reaccionamos en sincronía, emocionándome ante tal perspectiva, ante semejante demostración que Betty seguía ahí vivita.

Me costó trabajo soltarla, ¡vaya que me costó! Pero por fin la liberé mientras la observaba a ella, ignorando a los Sifuentes que estaban hablando detrás de nosotros, la observé con ese andar despreocupado que tenía, pero que parecía trémulo, un tanto nervioso, mientras tomaba las llaves de su auto, agradeciendo quedamente al muchacho para después darle una propina y seguir hacia su auto sin animarse a voltear hacia la entrada del Le Noir donde estábamos los Sifuentes y yo.

–¡En seguida le traigo su auto, señor Mendoza! –me comentó Eduardo que ya me conocía, viendo a mi ángel abrir su puerta mientras tanto.

–Gracias Eduardo –agradecí acomodándome las mangas de mi camisa por debajo del saco –¿Vamos? –sondeé volteando hacia los Sifuentes, escuchando reír a Gregorio mientras Santiago me veía perspicazmente, asintiendo en silencio antes de pasar por mi lado para dirigirse al carro de Beatriz que esperaba por él, fastidiándome nuevamente ante la idea de su cercanía con ella, fastidiándome verlo subir a su auto otra vez.

–¡Nos vemos en un ratico! –soltó Santiago por la ventana, aumentando mi molestia, siguiendo con el castigo que yo sentía con su sola presencia, empezando a respirar duramente cuando Beatriz arrancó el auto sin más, hasta que Eduardo llegó con mi auto y bajó con rapidez para tenderme las llaves.

Me enamoré por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora