CUATRO

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El vigilante desenfundó su arma, valiente y decidido se acercó a la habitación de la que vi salir a aquel extraño. Nos pidió encarecidamente mantenernos en la habitación y no abrir la puerta por ningún motivo. Mamá y yo, nos abrazamos, recostadas en el arco de la puerta, expectantes de lo que pasara. No habían pasado cinco minutos cuando escuchamos que alguien regresaba a nuestra habitación. Era el vigilante. Su semblante nos puso en alerta. Algo malo había sucedido en aquella habitación.   

—¿Qué sucedió? ¿Está todo bien? —la primera en preguntar fue mi madre.

—Han asesinado dos personas en aquella habitación —hizo un esfuerzo por suavizar sus palabras ante la situación—. Mantengan la calma y pongan seguro de nuevo a la puerta. Debo avisar a las autoridades.

Parecía irreal, pero a los pocos segundos se escuchó gritos desgarradores que resonaban como ecos en los pasillos. 

—¡Cierren la puerta, por favor! —ordenó—. Llamaré a mi otro compañero. 

—Por favor, no se vaya —supliqué.

—Es mejor que sigamos las indicaciones, Harriet —aconsejó mi mamá, la cual se notaba un poco tensa—. Espero que tus hermanos se encuentren bien. Espero que esta noche termine.

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La noche había sido un completo caos en el hospital Saint Marie a causa del incidente. La gente estaba desesperada y temerosa. Policías y personal de criminalista entraban y salían de cada una de las habitaciones en donde se había cometido los crímenes. No habían sido dos, sino que cuatro las víctimas.

Amaneció y el hospital estaba abarrotado de policías que protegían las entradas y las salidas del lugar. Estaba en mi habitación, pero la televisión trasmitía la noticia en vivo y en directo. 

Las autoridades no han querido manifestarse sobre los asesinatos ejecutados esta madrugada en las instalaciones del centro de salud —dijo aquella rubia que salía en el CNN.

Me asqueaba la prensa, con sus facetas de solidaridad, pero en el fondo les interesaba el rating. Escribían sus páginas a base del sufrimiento de los demás. Así que, apagué la televisión y me dediqué a esperar la atención del lugar. Al instante, entró el doctor con el que había cruzado algunas palabras, manifestándole mi desacuerdo. Tal vez me había comportado como una tonta frente a él.

—Tremenda noche, señorita —dijo para romper el hielo.

—Y pensar que hubiese sido yo una de las víctimas —le respondí sin haberme preguntado.

—Entiendo como se debe sentir, pero usted no sabía lo que allí sucedía.

—¿Quién le ha contado?

—Como su doctor, debo apersonarme de su bienestar —no supe como reaccionar a su respuesta, así que opte por narrarle los hechos.

—Yo vi cuando aquel extraño salió de la habitación. Me llené de miedo.

—¿Quién no? Los seres humanos nos dejamos llevar por las emociones. Ahora olvide aquello —se acercó y colocó el estetoscopio sobre mi pecho. Simultáneamente, apuntó algo en su planilla.

—Por otro lado. Todo marcha muy bien. Los exámenes han arrojado buenos resultados. Ningún hueso u órgano está comprometido.

—¿Eso quiere decir que saldré tan pronto como pueda?

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