ONCE

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El nerviosismo se apoderó completamente de mi. Comencé a temblar como loca, el pecho era un constante acordeón y mí garganta quedó reseca. Le había disparado a alguien, en medio de un ataque de pánico. Nunca imaginé estar involucrada en algo de tal magnitud. Me sentía incapaz de ofrecerle ayuda, pero era responsable de su estado moribundo y debía afrontar la situación.

La luz de su linterna medio iluminaba la horrible escena. El pobre hombre se quejaba y al mismo tiempo tenía su mano sobre la herida. Sollozaba una y otra vez, lo cual me producía desesperación y no podía pensar con la cabeza fría. La culpa era latente y no podía hacer nada al respecto. Lo hecho estaba hecho y el único camino era el sufrimiento.

Me costaba admitir que había perdido el control. Un brote de locura era muy acelerado como diagnóstico. Además no podía hacer conjeturas sobre mi. No era la más apropiada para estudiar la mente. No debía ser cierto. Le comencé a dar vueltas al asunto y buscar posibles causas a mí sobresalto. ¿El golpe del accidente había dejado secuelas que apenas surtían efectos secundarios? ¿Buscar a los gemelos, en un día que resultó casi una semana, sin saber que eran maldad pura, generó un grave desequilibrio mental? ¿Había perdido la noción del tiempo?

No tenía la menor idea de que hora era. Talvez muy tarde. No sabía que día le correspondía al calendario, ni en que momento había experimentado tantas cosas de un solo golpe.

No podía permitir que aquél hombre muriera frente a mi, mientras se desangraba. Entonces le asistí. Me acerqué rápidamente, le quité la camisa y con mí chaqueta rodeé su vientre desde la espalda baja hasta encontrar las dos mangas por delante.

Mientras terminaba de envolverle la herida, él me miró con ojos desorbitados. No fui capaz de sostener su mirada. Quería que el mundo me tragara y no saber nada más. Solo dejar de existir. Sin embargo debía animarle a que siguiera luchando por su vida.

—¡Necesito que se mantenga despierto, por favor! —no había mucho tiempo, pero guardaba la esperanza de salvarle.

Purque? —me preguntó— No...pudes... movurt—hizo un esfuerzo por hacerse entender, pero su voz volvió a sonar incomprensible y al instante brotó de su boca un hilo de sangre que más tarde se transformó en un río inacabable.

—¡Sus hijos y esposa lo esperan! —las lágrimas se me escaparon y unas ganas de tomar la escopeta para acabar de una buena vez conmigo me acarrearon, la cobardía estaba ganando, pero no lo podía permitir— ¡Haré lo que tenga que hacer para salvarle la vida, pero no se rinda, por favor!

To...est..pe...

Sus últimas palabras fueron un revoltijo de sonidos, pero un mensaje de resignación ante un destino que no podía ser cambiado. El silencio volvió a reinar sobre el espeso bosque y la muerte apestaba a remordimiento.

Me arrojé violentamente sobre su pecho y abracé su cuerpo inerte como hubiese querido abrazar a mis padres una última vez. No me importó el hedor de su sangre, ni que mis lágrimas se mezclaran con el carmesí de ella. Me odiaba y no me podía perdonar lo que le había hecho. Le había arrebatado la vida a un buen hombre, a un padre de familia, a un esposo, a un amigo, a un hermano, a un hombre trabajador que se ganaba el pan de cada día a base de la caza, aunque no estuviese de acuerdo con ese tipo de actividades. A partir de ahora, mí existencia estaba maldita y el peso de su muerte sería una cruz eterna en mi calvario.

¡Asesina, asesina, asesina! Me repetía una y otra vez las voces de mí cabeza.

Necesitaba ocultar su cuerpo en algún lugar. No pensaba abandonarle a su suerte. Así que, comencé a excavar la tierra del bosque con las manos, pero no era suficiente. Usé las ramas caídas de los árboles, pero nada funcionaba. Estaba exhausta y las uñas me dolían. Entre más cavaba, la superficie se hacía más áspera y más dura. Al final no conseguí hacer la fosa para depositar su cuerpo. La imagen de miles de personas rodeando el bosque, mientras sus rostros se retorcían a causa de mi incompetencia me hizo sentir aún peor.

Entonces, tomé sus brazos y lo arrastré bosque adentro. Me resultó una tarea difícil avanzar, tanto por el pie fracturado, como por el peso corporal del cadáver. El dolor físico era simplemente algo temporal, pero el trauma duraría para siempre. No obstante, debía actuar rápido y ocultar lo que había hecho. Era consciente del crímen que había cometido, pero no quería ir a la cárcel. Al menos no ahora. Necesitaba saber que había pasado minutos después de huir de casa. Necesitaba estar segura de que Mallory le había dado fin a todo. Necesitaba estar segura de que ellos estaban muertos y no me buscarían jamás. Necesitaba estar segura de que todo había sido producto del miedo y por eso había reaccionado de esa manera. Necesitaba estar segura si arrojar el cuerpo al río era lo correcto. Necesitaba estar segura, pero no había tiempo.

Arrojar su cuerpo al río era una idea estúpida, porque en cualquier momento encontrarían su cadáver en alguna cabecera o pueblo cercano. La verdad no conocía muy bien la zona, ni tampoco en dónde desembocaba sus aguas. Por otro lado, los cocodrilos o pirañas acabarían con el cuerpo antes de tiempo y ya no tendría de que preocuparme. Sin embargo, la idea seguía siendo estúpida y comprometedora. Eran posibilidades y cualquier cosa podría pasar. Si lanzaba el cuerpo al río, podía ser encontrado y se abriría una investigación, ya que los policías y forenses siempre daban con el menor de los  detalles. Si lo dejaba allí, cerca a la orilla, con su arma enfundada, entenderían que el mismo hombre se había disparado accidentalmente o a propósito. Finalmente, que alguien lo había hecho en su lugar. También representaba una investigación. Era un laberinto sin salida, en el que cada camino te conducía a nada.

Finalmente decidí acabar con mí vida.

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