DOCE

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Me imaginé en medio de la turbulencia, siendo arrastrada al antojo de la corriente, sin un rumbo fijo y con la certeza de que un severo golpe acabaría definitivamente conmigo. Eso era lo que pretendía; desaparecer cobardemente, pero me angustiaba tener que cerrar los ojos tan rápido. En realidad, me aterraba mucho la muerte. Desde que era una niña, el pensamiento de dejar de existir fue el verdugo de todos mis días. Un niño a mí edad no le daba vueltas al asunto, pero yo me traumaticé al límite. Mis padres se preocuparon y acudieron a un experto en salud mental. Tuve que recibir ayuda psicológica durante un tiempo, hasta entender que la muerte representaba un proceso natural por el que todos los seres humanos debíamos pasar. No fue del todo fácil y aún puedo decir que le temo. En parte, la terapia me ayudó en ese momento de mi vida, pero mi miedo se había activado de nuevo como respuesta a mi desesperación.

Toda una serie de pensamientos, me hizo echar hacía atrás en mi decisión de quitarme la vida.

No había sido capaz de dispararme, no había sido capaz de lanzarme al río, ni de golpearme con una roca, porque en el fondo; mi trauma había vuelto. Lo más irónico y egoísta era que evitaba mi propia muerte, pero había ejecutado el destino de otro como si la vida de aquel hombre valiera menos que la mía. Sin embargo, las lamentaciones debían pasar a un segundo plano. Lo importante ahora, era encontrarle una solución a todos mis problemas. Empezando por abandonar el cadáver de aquel hombre, aunque me sintiera como la escoria más despreciable del universo. Era la decisión más acertada si quería conservar la libertad, porque detrás de unas rejas no podía hacer mucho.

Me quité la camisa que llevaba puesta y la introduje en la orilla del río con mucha precaución. Necesitaba opacar las manchas de sangre en lo posible. La estrujé y repetí la misma secuencia tantas veces como pude, hasta estar completamente segura que no había indicio de mi crimen. Luego, me desajuste los zapatos y los arrojé al río. En su lugar, me coloqué las botas del cazador, con el objetivo de moverme con más agilidad por el bosque.

Regresé a dónde había ocurrido aquel crimen, del que había sido su autora. Tomé la linterna y la ajusté sobre mi cabeza. A continuación, agarré el rifle y emprendí marcha hacia mi destino. Me sentía aún más extraña portando un arma, que usando un tipo de calzado al que no estaba acostumbrada. No sabía con lo que me iba a encontrar, por lo que llevar ese tipo de protección, fue la única alternativa.

Salir del bosque siempre fue un desafío, porque me había alejado lo suficientemente del vecindario. Además que, tenía que hacer sobreesfuerzo por avanzar y estaba segura de que la hinchazón del pie seguía aumentando de mal en peor. Pero, no solo era la distancia, ni el pie lastimado, sino que también el peso del rifle, dificultaba el paso y tenía que hacer paradas en cada cinco kilómetros para descansar y oxigenar. Fue un camino largo y arduo. Si no fuese por la linterna y las luces que se apreciaban a lo lejos no hubiese sido posible regresar al vecindario.

Finalmente había llegado.

Antes de acercarme a la malla que nos separaba del bosque, apagué la linterna y caminé silenciosamente. Al instante, me dí de cuenta, que la casa que estaba al otro lado de la malla, no era la mía, ya que en la nuestra no habían triciclos. Obviamente ya no éramos unos niños. Ahora todos éramos unos asesinos.

La única forma de llegar al otro lado, era pasando por el patio de la casa de los vecinos. Tampoco me podía confíar, ya que era posible ser vista por algún otro vecino que tuviera la maravillosa costumbre de observar a través de la ventana por las noches. Además no podía escatimar que en las otras propiedades hubieran perros, y entonces se armaría un meollo.

No podía trepar la malla con rifle en mano, pero tampoco podía dejarlo. Entonces, se me ocurrió una idea de momento. Me quité la camisa e hice con ella una pequeña cuerda con la que pudiera sostener el rifle. Pero antes de amarrar el rifle, lo vacíe y guarde las balas que quedaban en mi bolsillo. Nunca había usado un rifle, pero sí había visto varias veces en la televisión como cargaban y extraían la munición de uno. Luego, amarré muy bien el lado que sobraba de la tela a mi brazo derecho y empecé a subir cuidadosamente sin hacer tanto ruido.

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