NUEVE

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Empecé a tragar saliva como si necesitara que una bola de masa bajara por la garganta y no obstruyera mi respiración. Los ritmos cardíacos eran anormales y una sensación de odio y tristeza se entremezcló en todo mi ser y las primeras lágrimas aparecieron. Quería salir y enfrentarlos. Quería acabar con ellos como de lugar. No podía creerlo. Había compartido casi 17 años con unos asesinos y jamás lo noté.

Quería hacerlos pagar, pero simplemente tenía miedo de fallar en el intento.

Por fortuna, decidieron marcharse de la habitación. Era ahora o nunca. Debía huir de ellos o buscar un arma para defenderme. No pretendía ser una oveja rodeada de lobos.

Aunque me doliera en lo más profundo de mí corazón, mamá y papá ya no estaban conmigo y me las tenía que arreglar sola. Entonces decidí salir del escondite. Abrí la puerta del armario, pero la volví a cerrar al instante.

Helen había regresado con Henry a sus espaldas y una vez más me quedé atrapada en la cacería.

Helen estudiaba cada rincón de la habitación con una malicia que daba miedo.

—¿Sabes algo, Henry?

—Adelante.

—Puedo sentir el aroma del miedo, pero también del odio —dijo Helen.

—Solo humanos insignificantes desprenden esos olores —contestó Henry.

Claro. Porque ustedes son unos monstruos

—Dejame adivinar —hizo un gesto muy infantil y prepotente — Quien quiera que seas, ¿Estás debajo de la cama o tal vez en el armario?

—A puesto que está debajo de la cama —le respondió él.

—Los humanos son muy tontos ¿No lo crees? —se arrodilló y registro debajo de la cama — Se hacen los valientes, pero su esfuerzo es simple basura.

¿Qué era eso de "los humanos"? ¿Eran ellos máquinas asesinas?

—Deja tanta palabrería y mejor acabemos con el intruso.

—Tenemos una intrusa. Lo puedo sentir.

¿Qué?

Helen se puso de pie y caminó hacia mí escondite. Henry por su lado se mantuvo estático, jugando con su cuchillo como un niño con juguete nuevo. El miedo era más latente e intenso, pero no podía permitir que la cobardía me debilitara. Me mantuve quieta y esperé a que abriera la puerta.

La puerta se abrió, pero salí embestida contra Helen. Caímos encima de la cama, pero la única afectada fue ella. Hice que se diera con el rodillo de la cama y provoqué su inconsciencia. Henry reaccionó de inmediato y me alcanzó. Me agarró por el tobillo, y comenzó a arrastrarme a su antojo por el piso, impidiendo que me soltara de él. Se detuvo, pero apretó fuerte mi pie. Sentí que me habían golpeado con un martillo. Solo gritaba de dolor. Después de inmovilizarme, se movió muy rápido y me retuvo con el peso de su cuerpo. Y a continuación me enseñó su cuchillo.

—Hermanita querida, ¿Porqué juegas a las escondidas con nosotros?, ¿Acaso no te da gusto vernos?

—¡Ustedes son unos malditos asesinos! —le grité desde lo más profundo de mi alma.

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