Cabellos alborotados

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Iba de regreso a casa cuando volvió a pensar en ella, en sus manos, su sonrisa y en su rostro ligeramente marcado por el acné. En lo indecisas que fueron sus palabras al despedirse de ella.

"¿Qué estará haciendo ahora?" Se preguntó, mientras que su mente seguía divagando por diversos recuerdos, hasta detenerse en aquel día otoñal donde la capturó leyendo en voz alta algunos párrafos de un libro que lucía muy desgastado. Le leía a un cuerpo casi inerte, que se aferraba a la vida gracias a un respirador mecánico.

En aquel entonces, Daniel era solo un muchacho con intereses típicos de un estudiante de la preparatoria; con actitud arrogante e irreverente. Por lo que esa escena, le pareció tan absurda que la considero la base para un chiste agrio.

-Imagino que tuvieron horas de conversación muy divertidos.- Soltó de repente a la mujer que para esa época, contaba con solo 29 años.

-Obviamente, tu hermana es una de mis mejores radioescucha.- Respondió ella con una suave risita, que vino acompañada de un suspiro que denotaba cansancio.- Los doctores opinan que este tipo de estímulos la puede ayudar mientras siga en coma. Así que, seguiré dando mi mayor esfuerzo.-

La respuesta salió con tanta naturalidad, que chico de 17 años no pudo disimular el rubor que surgió tras sentirse avergonzado. Aquella mujer era una de las enfermeras que se ocupaba del cuidado de su hermana, era la más condescendiente con él cuando mostraba una actitud rebeldes y era quien se quedaba un par de horas más luego de su guardia, hasta que él o uno de sus padres llegaba para el relevo. Ella era así con la mayoría de los familiares con pacientes graves.

"No logro entender cómo hacía para aguantarme. Era un crío fastidioso." Reflexiono el Daniel actual, que pedaleaba a un ritmo que le permitió a su mente saltar al fatídico día del adiós. Recordaba que estaba lloviendo y que su madre ahogaba los sollozos en el pecho de su hermana. De fondo, solo se sentía el imperturbable pito que anunciaba la falta de signos vitales y el sonido de una nariz mocosa que pertenecía a su padre, quien procuraba consolar a su esposa.

También recordó la sensación de asfixia que lo invadió y lo obligó a salir de esa habitación tan lúgubre, en busca de algo que lo librara de la presión que estrujaba su pecho. Caminó impulsado por la agitación del momento y se detuvo en la cafetería, donde tomó asiento en una de las mesas más solitarias del recinto. Se quedó ahí, quieto; con la mirada perdida en un punto equis de la mesa hasta que un aroma a café y azahar lo sacó de su ensimismamiento.

Era la enfermera, que lo saludó con su energía de costumbre, la cual fue disminuyendo al percibir la piel pálida y la nube gris sobre el chico. En ese instante, se limitó a sentarse junto a él para acurrucarlo en su pecho. El muchacho tardó en reaccionar al contacto que le ofrecía aquella mujer, al punto que le resultó extraño y muy reconfortante a la vez.

Al rememorar esa acción, Daniel pudo volver a experimentar los latidos de ese corazón tranquilo que en tono suave, lo arrullo como si fuera un bebé hasta que las cataratas de agua salada dejaron de salir por sus ojos azules. Hasta que lo marco con una frase que se grabó con fuego en su pecho, "Sueltalo todo cariño... me quedaré contigo, el tiempo que necesites"

"El tiempo que necesites" murmuró Daniel con añoranza pues ahora de adulto, se daba cuenta de que esa fue la única vez que se sintió tan comprendido y protegido en los brazos de alguien.

Con ese sabor agridulce en el alma, continuó su trayecto a casa bajando por una suave pendiente, gozando de la brisa fresca que le secaba el sudor de aquel día sumamente caluroso. Era tanta su confianza sobre la bicicleta y el regocijo que experimentaba sobre ella, que por unos segundos cerró sus ojos mientras conducía; hasta que sus fosas nasales fueron secuestradas por un delicado aroma que lo forzó a disminuir la velocidad y a buscar su origen.

Relatos de una mujer solitariaWhere stories live. Discover now