el calcetín rojo

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El día había empezado como cualquier otro, lleno de quehaceres domésticos y discusiones por motivos absurdos. Sin embargo, ese día Jorah se sentía particularmente cansada de todo, de ese día a día que le recordaba su inutilidad, destruía su feminidad con golpes y recalcaba sus defectos.

Aquella mañana esas frases hirientes y puños de acero martillaron su cabeza con tantas fuerzas, que alimentaron el volcán efervescente en su interior que al explotar; despertó en Jorah una sensación de liberación tan absoluta y frenética que por un momento creyó estar viendo una película escalofriante. Como si toda su fisonomía estuviera bajo el poder de una fuerza exterior muy violenta.

Para cuando recobro la conciencia, se encontraba arrodillada en lo que parecía ser un salón decorada a penas con un par de sofás y una chimenea; sus manos sostenía un trapo cubierto de una viscosidad rojiza maloliente. Estaba limpiando un charco que había en el suelo.

Fue entonces que comenzó a gritar cual perra desquiciada, frotando sus manos y rostro con fuerzas al punto de rasguñarse las mejillas y los dedos. Quería sacarse esas manchas de las manos. Su corazón comenzó a correr como caballo desbocado y sus extremidades se sacudieron con breves espasmos mientras que su mente, vacía de recuerdos; le ayudaba a entender que estaba en la sala de su propia casa.

Con esto en mente, se levantó como resorte y salió del lugar encontrándose con algunas huellas rojas que la guiaron hasta la bañera, donde encontró lo que parecían ser partes de un cuerpo desfigurado diluyéndose en ácido. El aroma nauseabundo y el sonido de la carne siendo digerida por la sustancia la hicieron vomitar en pleno pasillo.

"¿Qué es esa cosa?" Se preguntó. Y sin saber cómo había llegado el cadáver hasta allí, se apresuró a limpiar los rastros de sangre y a desaparecer toda la evidencia antes de abandonar el recinto.

En el proceso se percató de que le faltaba una prenda de ropa, por lo que entró en pánico nuevamente. Estuvo una hora buscando el mugroso calcetín rojo y necesitaba hacerlo para quemarlo en la chimenea. No obstante, cuando dió con él ya era tarde. Su vecino había llamado a la policía, atraído por el alboroto que desbordaba la casa.

Para cuando llegó la patrulla, los oficiales se toparon con una escena confusa, empezando por la mujer despeinada que los recibió. Lucia desorientada, su pijama estaba salpicada con manchas de color vinotinto y sus manos estaban enrojecidas frente a su pecho. Sus ojos parecían ventanas oscuras carentes de vida.

Tuvieron que sacudirla varias veces hasta hacerla reaccionar, solo para que repitiera una y otra vez en suaves murmullos: "qué es esa cosa... Esa cosa... Qué es...".

El mayor de los oficiales la hizo tomar asiento en el porche de la casa, dejandola en compañía de su colega. Inspeccionó la casa guiado por un mal presentimiento y cuando llegó al baño; atraído por el aroma a carne cruda, entendió de qué se trataba.

Ya lo había visto antes... sobre todo en los casos de mujeres maltratadas que asesinaban a sus esposos.

Relatos de una mujer solitariaWhere stories live. Discover now