¿Estamos solos?

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La noche estaba sumergida en una tormenta que resplandecía con cada trueno y relámpago estremeciendo las tímidas criaturas del lugar. El suelo se derretía bajo los pies y la tierra, embarraba hasta los tobillos enlenteciendo el andar del viajero.

-Estamos solos.- murmuró uno de los viajeros que difícilmente se sostenía de la espalda de su acompañante.

-Me lo dices o lo preguntas?- Inquirió el curandero que andaba con cuidado para no caerse ni lastimar al herido que cargaba a cuestas. El otro ser no respondió pues sus fuerzas eran escasas, la sangre seguía brotando y en ese punto, solo quería dormir.

-Estamos solos.- sentenció de nuevo mientras comenzaba a llorar con amargura. Su acompañante le escuchó sintiendo el dolor de aquellas palabras, eran como hojillas que desgarraban la piel y atropellaban el alma. No sabía que decir para consolar ese malestar que venía desde adentro, por lo que se dedicó a caminar y a decirle que estarían bien. Aunque no tenía garantías de ello.

Caminó, caminó y esperó a encontrar un lugar para resguardarse del torrente. Buscó hasta encontrar una pequeña caverna que lucía bastante aterradora, apestaba un poco a moho y a heces de animal. No era el mejor lugar pero al menos podría curarse y tal vez, descansar un poco.

Bajó a su acompañante de la espalda y la oyó gimotear quejándose del dolor que le invadía de a ratos.

-¿Por qué?- preguntó el viajero al ver cómo la otra le atendía, sacando de un morral el botiquín de primeros auxilios. Ella también estaba herida pero parecía estar ignorándolo por completo.

-el qué?- Interrogó mientras revisaba la herida sangrante. Aparentemente no era muy profunda.

-No tienes que... Salvarme.-

-Eso no lo decides tú.- Respondió con amabilidad la curandera, intentando remover la tela sucia para limpiar con mayor comodidad.

-Ya no hay... futuro para mi.- susurró mientas volvía a llorar sin poder controlarlo.

-Oye... es normal que lo pienses ahora que estas débil y lastimada, pero créeme. No es tan grave, sobrevivirás.- Alentó la curandera que limpiaba con esmero los alrededores de la puñalada.

En ese momento, la otra empezó a detener las manos de su acompañante, obstaculizando el proceso de sanación.

-Déjame en paz... No vale la pena.-

-Vamos! No seas tan dura. Además no puedo hacernos esto.-

-¡Claro que puedes!- Insistió el viajero empujándola hasta hacerla caer y derramar parte del ungüento en el monte. La curandera la miró con enfado y tras abofetearla, decidió recuperar parte del producto del envase y colocarlo en la herida. Acto que hizo chillar al viajero por el escozor.

-¡No seas ingrata!... las dos estamos aquí te guste o no. Si tu mueres, yo muero ¿y sabes algo? No me da la gana de morir. No ahora.- Espetó tras vendar la zona lesionada con cuidado. La otra siguió gimiendo y sollozando. Parecía inconsolable y la curandera no pudo evitar sentir algo de pena por ella misma.- Y tampoco digas que estamos solas.- respondió al fin luego de varios minutos de silencio. La otra se volteo para mirarla anonadada.

-¿Cómo puedes...?-

-Puede que no sea la compañía que quieres tener... sin embargo, me alegra poder estar aquí y ayudarte.- Añadió con tono afable.

-Yo... Yo tengo miedo de lo que vendrá.- Confesó limpiándose los mocos.

-yo también, pero se que esta vez podemos hacerlo diferente.- Continuó hablando con entusiasmo mientras guardaba el rollo de gasa y el alcohol.

-No me gusta lo diferente. Porque me da miedo que algo salga mal. Y es doloroso.- respondió la viajera que respiraba pausadamente.

-Te entiendo. A veces siento lo mismo. Pero si eso ocurre, lo volvemos a intentar.- señaló en tono reflexivo.- ¿Te imaginas las cosas que podremos lograr con estos recursos que tenemos a la mano? Esta es nuestra oportunidad para llegar lejos, para mejorar. No quiero desperdiciarlo.-

La otra permaneció callada pensando en lo que acababa de escuchar. En el fondo sentía un enojo que hervía como agua caliente, pero también estaba cansada de ver las mismas cosas y seguir sufriendo. Sabía que su acompañante tenía razón y que era momento de soltar esas cadenas. Eso le enojaba, le aterraba, en parte le entristecía y quizás, muy en el fondo la llenaba de esperanzas.

-Tengo frío.- Manifestó frotándose la mano. Fingiendo haber ignorado lo anterior.

-Vale... haré una fogata para las dos. Espera aquí.- Solicitó la curandera en tono maternal.

Pocos minutos después, había una llama que rebosaba vitalidad en aquella pocilga mohosa, alegrando el lugar con su suave crepitar. También regresó con vayas y algunos hongos para recuperar energía. Las dos comieron con el ruido de la lluvia como banda sonora.

-Lamento haberte tratado así de mal. En realidad, estoy agradecida.- Dijo la persona herida con cierta timidez. La otra le miró esbozando una sonrisa, colocó su mano sobre la del viajero y la acarició delicadamente.

-Gracias a tí... Yo en cambio... lamento no haberte protegido antes. Por mi culpa, tienes esa herida que nunca sanará.- Confesó la curandera sintiendo un fuerte nudo en la garganta que le quebró la voz.

-Esta bien... Eramos unas niñas. No había mucho por hacer y si me porto bien, esta cosa no se abre ni me molesta casi.-

-Igual me da rabia no haber hecho algo por las dos en esa época.-

-Eso ya no importa.-

-Pues... a mi si me importa y me frustra porque... Quiero que podamos hacer la vida que soñábamos.-Protestó la curandera.

-Ya no quiero esa vida.-

-Por supuesto que la quieres, puedo sentirlo en tu interior. La deseas tanto como yo pero para alcanzarlo, debes dejar que te ayude y que te sane. Tu lo sabes. Además,  tampoco creo que ignorar lo que sientes o aislarte, puede ser un equivalente a portarte bien. Eso... Eso ya no nos funciona, solo nos hace daño.-

-¿No entiendes que ese futuro solo estaba en nuestra mente? Nunca llegó cuando lo necesitábamos. ¡Nadie nos salvó!-

-¡Lo sé! y eso forma parte de nuestro pasado. Ahora podemos construirlo... Juntas.- Refutó la curandera que tras calmar su exaltación, se acercó para limpiar las lagrimas del viajero..

-¡E-es qu-que me du-du-ele verlo! Me entristece... pen-sar que no lo lo-gra-remos... No se que ha-cer... para que de-je de doler-me o asus-sus-tarme.- Confeso el viajero herido a la vez que descargaba el llanto contenido. La curandera la contemplo sintiéndose conmovida por aquel dolor que desbordaba en la frase, percibía su miedo, la molestia, todo. Por lo que en lugar de arrullarla con frases motivacionales, decidió consolarla con algo que creyó que el viajero necesitaba escuchar.

-Quizás no debes pensar tanto eso. Suena a que te torturas con la idea del fracaso, viéndolo como algo imposible o poco probable. Mas bien, deberíamos imaginar el cómo llegaremos a ahí.-

-Enserio?-

-Si... Y bueno... cuando pienses que no va a suceder, búscame. Hablemos de lo que sientes o abrázame como lo estoy haciendo ahora por el frío. Yo estaré aquí para ayudarte a ver donde están nuestros obstáculos y oportunidades.- Animo la curandera mientras le daba un fuerte abrazo.

-Suena agradable. Lo intentare.- Contesto la otra correspondiendo el contacto con torpeza. Aun no se acostumbraba a esas demostraciones de afecto.

-Me parece bien que quieras intentarlo. El temor es natural, también es normal sentir dolor cuando cambiamos o crecemos, es solo que quedarse pegado en esas sensaciones nos pone trabas en lo que queremos hacer.-

-Esta bien... Solo te pido que me tengas paciencia y entiendas por qué a veces hago las cosas que nos impiden avanzar. Quiero que me ayudes a hacer algo con eso que siento, porque a veces se me hace difícil avanzar con eso encima. Pesa mucho.- La curandera asintió y se quedó dándole calor corporal a la herida que temblaba menos por el frío. De hecho parecía estar muy cómoda entre sus brazos.

-Es un trato. Te ayudaré a cargar lo que te corresponde y soltar lo que no.-

Relatos de una mujer solitariaWhere stories live. Discover now