Tócala otra vez

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La joven había llegado temprano a su clase de música como cada jueves, cargando consigo los acordes de esa melodía que tanto le costaba interpretar. Saludó a su maestra quien la recibió con un fuerte abrazo y le invitó a sentarse frente al instrumento.

Ambas ensayaron hasta cumplir los cuarenta y cinco minutos, repitiendo una y otra vez las notas que obligaron a la estudiante a distanciarse del piano y a lanzar un manotazo sobre las teclas, mirándolas con resentimiento y maldiciendo la torpeza que mostraban sus manos en la ejecución.

La profesora se quedó en silencio contemplando el berrinche. Saboreando el enfado que traían esas duras palabras sobre su preciada alumna, destruyéndola, ahogándola en un mar de minusvalía. La mujer no lo resistió y se acercó para consolarla. 

La chica accedió, sintiendo la exquisita exaltación que desbordaba su corazón al verse envuelta en los brazos de la otra. Se acomodó en ellos y una corriente de electricidad le tomó por sorpresa, erizando los vellos de su espalda.

-Cariño, tranquila... a veces te exiges demasiado.- Señaló la mujer que con mariposas en el estomago, depositó un cálido beso en la frente de la doncella.

-Señorita Lawrence, yo... ya no puedo más con esto.- murmuró cerca de los labios de su maestra, los cuales lucían mucho mas apetecibles que la semana pasada.

-con que cosa, Elena?- Murmuró la tutora, esforzándose por mantener una distancia prudente del rostro de la chica.

-con es-esto.- susurro lamiendo lentamente el labio superior de la profesora quien no resistió las ganas de devorarle la boca con ternura; mientras la más joven le correspondía tomándole del rostro para marca un ritmo intenso y a la vez pausado.

Ante este dulce panorama, la joven se atrevió a explorar el cuerpo de su profesora por encima de ropa, estrujándola con sus manos y rozando con la lengua aquellas áreas que descubrían la unión de los pechos. Por su parte, la docente se dejó llevar por las carias que bombardearon su ser, caricias que desde hace unos meses se habían hecho recurrentes luego de que la chica declarara su amor por ella, ella que se creía poco atractiva para una muchacha que se encontraba en la recta final de su adolescencia.

-Por favor... Ana... Hazlo.- Rogó la tierna doncella al sentir la presión de una mano, que propinaba ligeros movimientos circulares sobre la tela húmeda que recubría su sexo. Acción que desencadenó un delicioso hormigueo en los labios de aquella zona, que comenzó a abrirse como flor en primavera. 

La profesora se estremeció con esa solicitud y al tener a la muchacha domada sobre su regazo; no tuvo mas remedio que dar rienda suelta a sus impulsos para satisfacerla. Fue así como sus manos adultas, descubrieron otros rincones que la chica desconocía y que reaccionaban sin vergüenza alguna gimiendo o jadeando, anhelando más de esas palmadas, roces o apretones que le proveían.

Para entonces el saloncillo se curtió de sonidos cochambrosos, del sudor que la joven emanaba de sus muslos que se contraían una y otra vez en un vaivén que parecía coordinarse con el movimiento de los dedos que subía y bajaba entre sus labios; esparciendo la baba que lubricaba la entrada del paraíso femenino, inflamándose a mares y preparando el sendero hacia el placer que anunció su cercanía, al estimular un punto particular en la aprendiz que en el fulgor del éxtasis, tomó la mano libre de Ana y le dio acceso al pezón que titilaba en busca de otro pellizco que la hiciera delirar. La sensación fue tan intensa, que un tsunami chocó contra el vientre de la alumna que se deshizo con premura de la ropa interior que amordazaba su sexo. 

-No pares... por favor.- Suplicó la estudiante al oído de la tutora que introdujo los dedos anular y medio en el interior de la muchacha, mientras que con la palma de su mano frotaba ritmicamente la campanilla que mojaba la almeja. La mujer sonrió mordiendo el cuello de la adolescente, observando como esta se contraía cada vez mas.-Mas rápido.- Imploró con los ojos cerrados y abriendo mas las piernas, mientras se recostaba por completo sobre la instructora que entre tanta excitación, comenzó a estimularse moviendo sus caderas restregando su sexo contra el trasero de la otra que lo dejaba a su total disposición.

Ambas se sumergían cada vez más en aquel retumbar, sometiendose a los encantos de la entrega mutua. Las manos de la estudiante se posaron sobre las de su amante para intensificar el contacto y marcar el ritmo que la hizo sucumbir a un vibrante orgasmo. Unos segundos después y arremetiendo contra la joven, los espasmos de la tutora hicieron acto de presencia con tal intensidad, que se precipitó contra el piano en busca de un soporte para sus piernas temblorosas. 

Para cuando Elena abrió los ojos su ser se encontraba flotando en un estado de clímax, que la obligó a tomarse unos minutos antes de identificar que estaba rodeada por un jurado que la ovacionaba de pie. La chica se levantó incapaz de emitir palabras u otra acción, que no fuese reverenciarse frente al publico; debido a que tenía los calzones incómodamente  pegajosos. ¿Por qué tuvo que recordar esa tarde de abril? ¿Acaso era la única fuente de inspiración que tenía para interpretar esa pieza? o... quizás la extrañaba mas de la cuenta.

Al silenciarse los aplausos, se retiró del escenario con cierta torpeza en su andar, dando entrada al siguiente concursante que abochornado, la miró tratando de ocultar con el chelo una tenue erección que se alzaba en su entrepiernas tras verla tocar con tanta pasión y desenfreno.  

Elena seguía sumergida en ese último día de clases con Ana y mientras esperaba el bus directo a casa, su mente le mostró con desdicha el acuerdo impuesto por sus padres. Uno que la alejaba de Ana hasta que cumpliera la mayoría de edad y fuese admitida en la orquesta sinfónica. Pero a un mes de su cumpleaños numero dieciocho quiso acabar con la sequía de un año. No soportaba hablarle solo por teléfono... Necesitaba verla de verdad... Sentirla... Tocarla una vez mas.  Sus pensamientos indecisos la torturaron por media hora más, dejando pasar el autobús que la invitaba a volver a su hogar.
Sin embargo y obedeciendo a la sensación que crepitaba en su alma, cruzó la calle y tras llamar a Ana para confirmar dónde se encontraba, cambio de rumbo volando en su dirección.

Relatos de una mujer solitariaWhere stories live. Discover now