La sentencia

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Caminaba como un autómata, mecánicamente, sus pies parecían querer llevarlo hasta determinado lugar; la gente le miraba con curiosidad y el parecía no darse cuenta o sencillamente no le importaba, ni siquiera el helado viento al golpear con fuerza en su rostro podía hacerlo reaccionar, en su mente angustiada se repetían una y otra vez los sucesos acaecidos esa mañana.

Se levantó muy temprano, en realidad no pegó un ojo en toda la noche, cada momento recordaba con dolor como pudo fallarle a su amada esposa, dándole una vida miserable llena de sobresaltos y amargura. Terrible fue cuando lo descubrió engañandola en su misma cama; le miró con estupefacción, parecía no creer lo que estaba viendo, fue impactante descubrir dolor en esos hermosos ojos que tantas veces lo habían contemplado con amor; lo más duro era reconocer que había utilizado ese sagrado lecho donde cientos de veces consumaron mutuamente su grandioso amor en una arrebatadora conjuncion de sus cuerpos y de sus almas, recordaba el extasis que experimentaba al contemplar su albo físico almendrado...

Fue un gran error el querer cambiar esos excelsos sentimientos por los favores baratos y hasta peligrosos de una trotacalles que al final aprovechando el desconcierto optó por hacerse humo juntamente con su billetera.

Terminó de vestirse y salió a la calle, rumbo al juzgado de familia. Una vez adentro comprobó que su esposa se negaba a verlo, ella agachó la cabeza y a él se le hizo un nudo en el pecho. Le dolían los ojos.

La sonora voz del juez lo sacó de su abstracción, indicó a los presentes ponerse de pie para escuchar la sentencia y concluyó diciendo :«...la demanda de divorcio es aceptada y por lo tanto el vínculo matrimonial a sido disuelto».

Cada palabra que pronunciaba el juez era como una gota de plomo derretido que caía sobre su corazón. «Este juez no sabe lo que dice —pensó —, si supiera el daño que me hacen sus palabras, seguramente no leería esa sentencia, debo decírselo». Estaba desvariando, la tensión de los últimos sucesos había perturbado su psiquis y empeoró más cuando vio salir a su ex esposa del juzgado, comprendiendo que la había perdido para siempre.

—Es inútil, no puedo vivir sin ti —. La decisión estaba tomada, salió del lugar y con desgano dirigió sus pasos hacia su destino. Al llegar a la mitad del puente se acercó al barandado, gruesas lágrimas de perdedor bañaban su rostro, la férrea determinación en su mirada. De pronto todo empapado sintió perder la fe y se vio completamente solo. No tenían hijos.

Extrajo del bolsillo interno del saco una petaca de whisky, de la que bebía a grandes sorbos, hasta que al final trepó al barandal y gritando roncamente «¡Te amo, siempre te amaré!». Se lanzó a las inquietas aguas. Comenzó a llover.




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