No entendía porque sus colegas confabularon para sacarlo del liceo.
«Maestro de maestros», exclamó triunfal el día que egresó de la Normal. Pero ahora sus sueños serían truncados por la envidia o quizás ignorancia de sus compañeros del trabajo; le sorprendieron en aquel sucio depósito revolcándose con una de sus alumnas. Ella se ganaba su nota semestral pagando con su cuerpo. Los muy hipócritas amenazaron con denunciarle.
Tales recuerdos buceaban en su memoria mientras caminaba hacia los baños, frente al espejo del lavamanos contempló su rostro pálido y triste; treinta y cinco años que le parecieron cincuenta y tres. Aquella mañana entregó las notas a sus alumnas, la evocó tierna y delgada, de largos cabellos trigueños y diecinueve primaveras cumplidas, esperándole al final del corredor, con el juvenil uniforme ceñido al cuerpo insinuando deliciosamente su busto erguido y las piernas bien torneadas, la mirada decidida y provocadora. Sabía lo que le iba a proponer ¿Acaso no lo hizo ya con el de literatura y el de física? Era carne de primera, pubis angelical y besos de ninfa, toda complaciente, felina, maestra en su arte..., comprandonos, usandonos.
Se escucha el timbre de salida, el portero abre las puertas y las calles se desbordan con centenas de jovencitas uniformadas : blusa blanca manga corta, minifalda plisada de colores vivos y cuadriculares, los calzados negros y las blancas medias colegiales, verdadero placer visual para esos mirones que observan con descaro la avalancha de senos, pubis y nalgas adolescentes.
Determinado se encaminó hacia el rectorado, los pasillos y patios vacíos, la portería en silencio. Acercándose a la oficina captó unas risitas conocidas, aguzo los sentidos y silenció su andar; lo que escuchó le causó grande admiración primero, y después sonrió aliviado, percibió los gemidos de placer de su alumna promiscua con los del director. La vida le sonreía. «Ah, putita», susurró antes de perderse por los callados corredores.
