No existe forma de evadirlo, ni escape posible. Llueve en todos lados, en cualquier parte del mundo.
Pero cuando él juro al universo que con cada lluvia la recordaría. Con cada ocurrente lluvia, con cada lluvia inoportuna, con cada lluvia entrañable, con cada lluvia necesitada, con cada lluvia temida, poderosa e inminente.
Sin embargo éste hombre ya no puede recordarla, y no es que tenga mala voluntad por cumplir el juramento. Si no que poco a poco el ladrón de memorias le estaba robando su preciada memoria y ahora él no podía estar seguro si en realidad ella existió. Después de todo pasaron demasiadas lluvias en los últimos veinte años.
Conserva un incierto recuerdo de haber escuchado su voz un par de veces, más no sabe en qué situación o lugar, tampoco puede recordar su nombre y mucho menos su rostro.
A comenzado a llover. Bendita lluvia, intrépida lluvia. Mojando y fluyendo como bendiciones placenteras por las canaletas de zing de los pabellones, humedecido el jardín exterior y rebotando impetuosas las gotas contra los protectores de fierro de las ventanas. El personal médico se recluye en la sala de juntas.
Los doctores no entienden el sufrimiento que le causa la total ausencia de los recuerdos, de su “adorable” recuerdo.
El siente que ya está muerto, que ya no pertenece a este mundo, que aunque mira ya no comprende lo que ve, que aunque escucha ya no entiende lo que dicen... Solo puede sentir el abominable terror que provoca descubrir que el olvido comienza a dominarlo.
El sacude la cabeza con violencia, se agita. Gruesas lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas; solo entonces se dio cuenta de que es incapaz de cumplir con su juramento, que le fue imposible preservar del olvido a aquella “adorable” mujer que le hablará de amor hace tantos años.
Lo cierto es que día y noche en una realidad dura y triste a la vez, para cumplir con su juramento se inventa una mujer distinta, con cada lluvia que llega...
