La farra (primera parte)

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Otra vez lunes por la noche, aquí en el «Paraíso», una cantina de mala reputación pero con excelente prestigio de antro. Me encuentro reunido con dos viejos amigos que tienen similares intereses a los míos (vale decir beber y conversar, hasta que la razón nos abandone y no podamos sentir ningún sentimiento).

La verdad es estas perseverantes reuniones de camaradería son un tanto extrañas, no por el hecho de descarriarse voluntariamente sino por el rumbo que toman las charlas, sobre todo cuando los efluvios del alcohol despiertan nuestras singulares fantasías haciéndonos pecar de palabra al confesar nuestras aventuras o aventurillas según sea el caso.

Soy un vendedor ambulante y sobrevivo vendiendo CDs piratas, soy igual que mis compañeros. Soy humano y por ende nada perfecto. Bebo como ellos, trabajo como ellos, fornico y enamoro como ellos. Mundano pero normal.

Pronto llegaron cuatro cidiceros más y después se acoplaron un bobero (que vende relojes truchos) y un rebusque, de esos que venden desde un sacacorchos hasta accesorios para auto.

Escuchaba entusiasmado la conversación que como siempre nos identificaba como los eternos sumidos en la derrota y el conformismo, escépticos y linfáticos. De cualquier manera la espumosa y fría cerveza corría generosa en nuestra mesa otorgandonos la correspondiente capsula de valor para enfrentar a nuestros diablillos internos o también para no enfrentarse a nada, puesto que cada cabeza es un mundo.

Llegada la hora de la franqueza, la charla se volcó hacia la zona más escabrosa de nuestra concupiscencia, nuestros gustos y tendencias eroticas.

«Una vez me comí a una minita ricachona. Comenzó a decir el “Botijas”, un individuo gordo y barrigón, de cabeza cuadrada y pensar similar, de piel oscura y cabello rizado, se diría que tiene un aspecto grotesco por lo amplio de las dimensiones corporales pero mas bien se inclinaba por una forma simiesca. Ya era muy noche —siguió diciendo —, casi las once cuando por la avenida Monseñor Rivero cuando una señorita me llamó con su bocina desde su jeep Vitara, yo me acerco y compruebo que había estado llorando, se escoge trece discos y me dice que no tiene plata en el auto y que si quiero me lleva hasta su casa para pagarme y también me pagaría mi taxi de regreso. Yo bomba que si acepto, después de todo no había vendido gran cosa aquella noche; detiene el coche frente a una hermosa casona en el residencial barrio Equipetrol, amablemente me invita a pasar. Me siento en un sillón de su confortable sala de estar mientras ella sube por el dinero, la casa estaba supongo anormalmente vacía; algunos minutos después regresa con el efectivo, una cajita de perfume fino que se abre como una de fósforos y algo más : viene vestida con ropa ligera, una polera clara delgada y sin brasier, puedo vislumbrar sus erguidos y rosados pezones, una minifalda de cuero negro, nada en los pies. Se sienta frente a mi y sin el menor pudor extrae de su cajita de perfume cocaina pura, blanquisima y sedosa como caspa de ángel y lo inhala abriéndose de piernas después, no lleva ropa interior y observo sus rojos labios vulvarios sonreirme verticalmente, no hago nada no digo nada, entonces ella con el rostro encendido y la mirada viciosa me grita :«O sos muy cojudo o sos muy cobarde ¡Cogeme!».

—La minita seguro estaba muy necesitada para fijarse en semejante chancho de barro —. Dijo el “Pepe”, hombre diminuto y alfeñique que más parecía el vivo retrato de Lucke Luke por las botas tejanas que gustaba usar.

—A ver vos contá pues otra historia mejor que la mía —. Increpó secamente el “Botijas” desconcertado por las risas de los demás.

Estimulados por la siempre rubia y fría cerveza, el “Pepe” no dudo en contarnos su aventura :«Era una noche de domingo y la venta estuvo a todo dar, estábamos con guita pues, el “Antenas” y yo —“Antenas” hombre flaco y larguirucho, un ser bastante espiritual y alegre catador del líquido espirituoso, de mirada triste y sonrisa sincera asintió moviendo la cabeza afirmativamente —, guardamos la mercancía en su cuarto y nos fuimos de farra al «Chuquiago», la chicha (bebida hecha de maiz fermentado) estaba rica y refrescante, después de unos valdesitos ya nos habíamos levantado una minita, bailamos, comimos y tomamos. La chica era de poner nomas, porque nos quería tener a los dos. “Antenitas” sugirió ir a su cuarto, ya eran más de las dos de la madrugada.

En el cuarto la empelotamos ya nomas, estaba chupada pero reaccionaba, llena de carnes y nada avara de coqueteos, primero metió huevos “Antenas” por ser el dueño del chalet, comía con gusto el condenado flaco porque la hembra tenia caderas anchas —risas y comentarios burlones, el aludido escucha callado, riéndose por lo bajo —, después me tocó a mi, luego la borrachera nos venció y caí de bruces a su lado, dormido. Donde iva yo a saber que este flaco seguía queriendo con la mina, desperté en la oscuridad y rapidito me encime sobre la muchacha, cuando siento en mi verga unas nalgas escualidas y peludas...»

—Ya conchudo no te pases que sólo fue un accidente, nada más —. Advirtió “Antenas” entre serio y divertido, la mirada idiota por los efluvios alcohólicos. El mozo trae seis botellas más, las tapacoronas vuelan por los aires y el líquido amarillo y espumoso riega nuestros gaznates. Celebramos la historia.

—Que cuente algo el “Loco” —. Dice Fernando el bobero. Y yo pienso en algun pretexto para evadir la invitación, pero como me esperaba, soy tan previsible y mis amigos enérgicamente solidarios que en esta farra de lunes de ninguna manera podían existir y ni siquiera nombrarse compromisos “a posteriori” y a la larga tube que ceder contando lo que me pasó el sábado pasado en las cabañas del río Pirai. Mis compañeros comenzaron a reprochar acremente mi silencio, invite un brindis por algo que no recuerdo, pedí al mozo otras seis botellas y comencé así :«Aquella mañana llegue temprano a las cabañas, era un despelote total : borrachos bailando al son del conjunto trasnochado, las putas durmiendo arrinconadas en sus sillas metálicas.

Había una rubia macanuda que de yema (ebria) no daba más, andaba en zig-zag evadiendo peligrosamente a quien o lo que sea se atraviese por su camino, los tipos que la acompañaban, dos gordos sudados y sucios dormían como cerdos sumergidos en el pestilente lodo. Mientras vendía mis CDs (a la vez atento de esas manos dueñas de lo ajeno) miraba a la chica que penosamente se perdió de mi vista. Por la mañana vendí bien, igual al mediodía, en la tarde hacia tanto calor que decidí bajar a la playa a vender y mojarme un poco, también vendí bien y me refresque en las mansas aguas color chocolate.

Por un momento deje mis cosas con un amigo playero, de aquellos que venden cerveza en lata y gaseosas de envase desechable y me dirigí al monte, pues tenía deseos de obrar, después de cumplir con el cuerpo mientras me ajustaba el cinturón la descubro semioculta entre unos arbustos, me acerco despacio, la rubia dormía pesadamente, de puro corajudo le sobo con fuerza el pan y ella ni fu ni fa, sin pensarlo dos veces le desabrocho el cierre de la cremallera y le bajo los pantalones, bien trabajado iva por el tercer polvo cuando la hembra despertó, sonriendo me pide que siga y no la deje sola. Al rato le sugerí que se arregle un poco para que subamos a las cabañas a tomar una cerveza, así mientras ella descendía al río para orinar y mojarse yo hui del lugar; pronto recogí mis cosas y corrí hacía el colectivo,para que me regrese al centro donde me liquide cuatro chops seguidas, una después de otra, estaba asustado y paranoico, el resto del día y también del domingo creí ver a esa rubia por todas partes...»

Continuará...






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