Lecciones de piano

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Era una fría y lluviosa tarde de invierno. Sara parqueo el vehículo en el estacionamiento de la academia de música, se apeó y entró presurosa para protegerse, caminando sin prisa hacia el aula donde practicaban sus demás compañeras.

Valerio entró muy formal como era su costumbre, algo maduro y de buena apariencia física, rondaba los treinta años y era el profesor. Sara lo miró con alguna emoción que no pudo fingir, nadie lo notó.

—Buenas tardes señoritas.

—Buenas tardes profesor.

—Veo que no faltó ninguna, pese al mal tiempo —. Dijo mirando la calle a través de la ventana; afuera llovía a cántaros, no se divisaba ni una sola persona a excepción de alguno que otro coche que circulaba ajeno a las actividades que se desarrollaban en la academia.

—Demos comienzo a la clase —indicó—, ensayen la partitura que nos toca.

El ambiente de la clase se llenó de acordes por el sonar imponente de los pianos que las alumnas comenzaron a atacar con bríos. Valerio las observaba y se les acercaba para hacer correcciones a sus prácticas. Sara lo miraba disimuladamente, emocionada; de pronto sentía que una cálida mano se posaba en su hombro derecho y al volverse lo vio.

—No así Sara, fíjate en las notas intermedias, de modo que los tonos altos no varíen de los bajos.

—Está bien —. Respondió con el rostro encendido sin atinar a mirarlo de frente, temiendo que se diera cuenta, la suerte vino en su ayuda porque otro compás mal ejecutado llamó su atención.

A ratos lo miraba de reojo y en un momento de esos el lo notó, la miró también, pero ella bajo los ojos simulando estar concentrada en su tarea, aunque se puso nerviosa tras ser descubierta.

«Algo le pasa y creo saber que es», musitó Valerio acercándose a la ventana, contempló la torrencial lluvia que rugia afuera. La actitud de la joven le obligó a rememorar aquellos sucesos. Recordó cuando la vio por primera vez, lozana y joven, una alumna aventajada que cuando le sonreía parecía que se sonrojaba ¿Timidez..?

Como esa ocasión en que repasaba sus ejercicios.

—¿Así está bien profesor?

—Muy bien Sara, tienes mucho talento —. Ella sonreía al escuchar su elogio y la cara se le ponía más roja que de costumbre.

Se volvió a sus alumnas, todas estaban concentradas, observó a Sara y al verla con mayor atención la descubrió más bonita que de costumbre. «Solo la veo tres veces a la semana y la extraño cuando falta», sus cavilaciones se ensombrecieron un poco :«soy mayor para ella, tiene diecinueve, le llevo con once años ¿pesará mucho esa diferencia?», ya no la veía, ahora miraba el blanco techo, «hoy estubo muy seria, pasaron cincuenta y ocho horas exactas para poder disfrutar de su sonrisa y aún no lo hizo».

De pronto comprendió lo que pasaba, porque al analizar sus dudas un sentimiento fuerte y puro se abrió paso en su corazón, supo que estaba enamorado. A ella le ocurría lo mismo, tenía la mente fija en el, sabía que estaba enamorada.

El timbre de salida despertó a ambos de sus ensoñaciones; las chicas guardaban sus cosas y se despedían al salir. Sara fue la última.

—Adiós profe.

—Nos vemos el miércoles —. Respondió.

—No profe—. La voz insegura y la mirada triste, Valerio pensó que quizás tenía un compromiso y por eso no vendría ese día.

—Entonces el viernes.

—No podrá ser profe, he decidido no volver más.

Valerio quedo atónito, sintió que algo no estaba bien.

—¿Porque? ¿Porque? —. Pregunto con insistencia una y otra vez, casi exigiendo una respuesta. Al fin venció la resistencia de la muchacha que inconscientemente deseaba que el supiera que estaba muy enamorada, entonces casi con miedo, casi con alivio exclamó tímidamente :

—Porque me enamoré de usted y temo no ser correspondida.

—Yo también, yo también me enamoré de ti..., te quiero.

Y en un impetuoso impulso se abrazaron dulcemente.

Afuera la tormenta arreciaba, pero dentro del aula la paz que reinaba solo era interrumpido por los chasquidos de unos besos apasionados y por los suspiros de dos almas que agrandaban su intempestivo amor al contacto de sus caricias físicas.





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