V. LO QUE REVELAN LAS CÁMARAS

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Sero fue el primero en despertarse ese domingo. Era una sensación extraña, pero agradable. Aunque nada equiparaba al placer de pasar la mañana durmiendo, tampoco estaba mal ver de vez en cuando cómo eran los dormitorios cuando nadie gritaba en el salón ni transitaba en los pasillos.

En cierto modo, armonizaba con su estado de ánimo. Tras todos esos días, últimamente, que había pasado pensando a cada instante en Kaminari, celebrando con un ataque cardiaco cada acercamiento y sufriendo por si sólo se lo había imaginado, agradecía ese momento de tranquilidad.

Podía pensar, a solas.

Recordar cada expresión de Kaminari.

Inmergirse en la nube de vaho que emanaba de su taza de té verde.

Poco a poco el nerviosismo difuso que había sentido al levantarse fue fundiéndose en algo más distendido. A medida que el té se enfriaba y el vaho desaparecía, sentía que su mente se despejaba también, permitiéndole pensar con claridad. En ocasiones pensaba que sería mejor poder disfrutar plenamente de la compañía de Kaminari sin preguntarse si tenía posibilidades con él o no, pero, finalmente, ¿importaba eso? Nada le demostraba que no las tuviera, y aunque fueran pocas... estaba decidido a agotar cada una de ellas.

Cuando dejó la taza vacía en el fregadero, ya había llegado a una firme conclusión: los últimos días estaban siendo divertidos. Más que nunca. Era lo importante.

Y no sólo eso. Con el paso de las horas, con el deslizar de las gotas de sudor sobre sus sienes mientras entrenaba a solas en el gimnasio, esa determinación fue transformándose en algo más enérgico. Quería que los días fueran más y más divertidos. Junto a Kaminari. Quería verle.

Aunque, claro, lo que no había esperado era que esa voluntad se realizara tan rápido.

La barra en la que había estado ejercitando sus brazos resbaló con demasiada facilidad de entre sus dedos cuando un rubio chispeante irrumpió en el gimnasio, destrozando de todas las maneras posibles el orden del lugar con su salto victorioso, su estridente camiseta amarilla, y su grito de "¡¡Lo encontré!!".

— Tch, ya lo hemos visto. Ahora para de hacer tanto ruido.

Todavía asimilando la entrada en escena de Kaminari, Sero desvió mínimamente la mirada para descubrir tras él a un rubio malhumorado en ropa deportiva y al pelirrojo que se reclinaba despreocupadamente en su hombro.

— ¡Buenos días, Serobro! — exclamó sonriente Kirishima, que jamás perdía sus modales.

— Ah... Buenos días. ¿Habéis venido a entrenar también?

— ¿A ti qué te parece, codos raros?

Sero iba a (intentar) contrarrestar la crispación de Bakugou con una réplica mordaz, pero el pelirrojo se adelantó.

— Disculpad a Blasty — rio mientras empujaba al rubio hacia una cinta de correr. — Sus cereales preferidos se han acabado.

— ¡Oi!

— No sufras, Kat, luego podemos ir a comprar más...

Una suave risa vibró justo detrás de Sero, logrando que la conversación entre los otros dos pasara inmediatamente a segundo plano. Sorprendido por la súbita cercanía de esa voz, se giró hacia el rubio que se había reclinado en uno de los soportes verticales de la barra.

— ¿Tú también querías entrenar? — inquirió el pelinegro con una sonrisa ladeada.

Kaminari negó con la cabeza, divertido.

Si me lo pides por favor | Kamisero | SerokamiWhere stories live. Discover now