VII. NI POR TODO EL HELADO DEL MUNDO

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Detener la caída de escombros, evacuar a los supervivientes, afianzar las grietas, detener la caída de escombros, evacuar a los supervivientes, afianzar las grietas...

Murmurando para sí mismo las instrucciones como una letanía para mantenerse concentrado en el rescate, Sero dio la última zancada antes de dejar de notar bajo sus pies la azotea del edificio, y lanzó dos rápidas tiras de cinta a los postes más cercanos, cerrando durante una fracción de segundo los ojos para disfrutar de las sensaciones familiares que llegaban con cada salto.

El viento en su rostro.

La tensión en sus codos.

El hormigueo en su estómago por la velocidad de la caída.

Y de nuevo hacia arriba.

Un instante después abrió los ojos, de vuelta en la realidad de la misión, mientras retraía la cinta para elevarse una vez más. Unos metros por debajo de él, Iida derrapaba sobre la acera, y a su derecha, en un salto que flameaba con rayos verdosos, Midoriya acababa de aterrizar sobre la siguiente azotea.

Detener la caída de escombros, evacuar a los supervivientes, afianzar las grietas...

Obedeciendo a los gritos de Ingenium, adhirió un largo trozo de cinta al borde del edificio para balancearse a su alrededor, mientras recorría velozmente la fachada asegurando tantos escombros como le era posible, con su brazo libre.

— ¡¡Ciudadanos evacuados!! — los informó disciplinadamente el peliverde, apareciendo sobre la acera con un destello.

— ¡Desprendimientos solucionados! — añadió Sero alegremente.

— Impecable — concluyó al fin Iida, ya más relajado, acomodándose las gafas sobre el puente de la nariz en un gesto satisfecho.

Sero se soltó también de la fachada, posándose junto a ellos en un hábil salto.

— Este era el tercer edificio — comentó Midoriya —. Volvamos para que sensei nos dé las siguientes instrucciones.

Aizawa los había repartido en grupos por toda la extensión de USJ, para que completaran un circuito de rescates sucesivos que alternaban entre todo tipo de escenarios. El que acababan de realizar correspondía a un derrumbe como consecuencia de un terremoto (poco frecuente en un país tan preparado como Japón, pero aun así plausible).

Aunque ciertos grupos incluían a más miembros, el suyo había sido reducido a sólo tres personas, ya que, al fin y al cabo, contaban con el poderoso ¡Smash! del segundo mejor estudiante de la clase. Sero habría preferido trabajar en el equipo de Kirishima y del explosivo rubio que le había quitado el primer puesto a Midoriya, pero como decía su profesor, el trabajo de todo héroe era adaptarse a las circunstancias.

Y bah, para qué negarlo... pese a no contar con ningún Detroit Smash ni ningún ¡¡Jodido-Explo-BOOM-Muérete!! (los ataques de Bakugou tenían nombres cada vez más complejos), él también estaba siendo bastante genial... ¿no? Seguía sin problemas el ritmo de Deku, y cada vez optimizaba mejor su trayecto en el aire. Ojalá Kaminari estuviera en su equipo para poder obsequiarlo con un "woah, impresionante, bro" y una de sus incomparables sonrisas y-

— ¡Sero-kun!

Asintiendo sobresaltado, echó a correr tras Midoriya y la estela de humo de las piernas del delegado. Debía concentrarse en el entrenamiento. Probablemente su profesor les reservara todavía una decena de rescates esa tarde.

Ya casi habían llegado al centro de la explanada, donde Aizawa los esperaba cómodamente instalado en su saco de dormir con varias hojas de instrucciones en la mano, cuando un grito lejano llamó la atención de Sero.

Si me lo pides por favor | Kamisero | SerokamiWhere stories live. Discover now