VI. JAMMING WHEY

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Había pocas cosas peores que un lunes.

Una de ellas era este lunes en concreto.

Desde el primer segundo de esa jornada, Sero había empezado a detestarla, cuando lo había golpeado la dolorosa consciencia de lo largas que parecían tres horas de sueño antes de dormir (habría pasado la noche en vela con tal de pasar más tiempo junto a Kaminari en la hamburguesería) y lo cortas que se hacían por la mañana. Apenas había abierto los ojos y ya habían caído sobre él el estridente sonido del quinto despertador y la insoportable luz de su habitación, saturando sus sentidos todavía bañados en febril semiinconsciencia.

La mañana había intentado mejorar con la sonrisa que le había dedicado un rubio ojeroso y parcialmente tumbado sobre su mesa, cuando había entrado precipitadamente al aula por la ventana y se había sentado 1,37 segundos antes de que Aizawa empezara la clase, pero la comida de mediodía había echado por tierra sus esperanzas. En ese momento, con una bandeja entre las manos y de pie frente a un cartel de "ya no quedan zumos de naranja", las mismas amargas palabras se habían repetido en su mente: este era un lunes terrible.

El aciago presagio se había repetido al notar un ligero dolor en su codo izquierdo (indicador de que llegaba una tormenta desde el oeste o de que un problema se avecinaba), cuando Aizawa les había explicado que la sesión de deporte de esa tarde consistiría en llevar al límite sus quirks, y de nuevo cuando en el vestuario había intentado ponerse al revés su casco tres veces seguidas. Todo salía mal ese lunes.

Sin embargo, sólo ahora tenía una total certeza de lo desastroso, nefasto, insultantemente fatídico, que era ese día.

Porque si había algo peor que un lunes, peor que un mal lunes, y peor que el peor de todos los lunes, era ver que Kaminari no estaba sonriendo.


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La puerta emitió un suave chirrido bajo la mano de Kaminari, cuando la empujó lentamente para comprobar que el pelinegro estaba en su habitación. Bastó con un leve asentimiento de Sero para que el rubio avanzara sin pensárselo dos veces y se dejara caer con un golpe sordo sobre la alfombra, aterrizando con práctica junto a la hamaca en la que el otro lo había estado esperando.

Ambos sabían que iría a ver a Sero esa tarde. Era una de las cosas para las que no necesitaban palabras. Como cuando improvisaban una broma rápida para Bakugou, o como cuando defendían las excusas del otro para no haber acabado la tarea, sin detenerse a preguntarse si tenían sentido. Se entendían, simplemente. Porque eran Kaminari y Sero, Kamibro y Serobro.

En esta ocasión, ambos compartían la certeza de que la sesión de entrenamiento con Aizawa había dejado al rubio de mal humor. ¿Cuántas veces había sucedido ya? ¿Infinitas, desde el principio de su primer año en la academia? Por todos los rayos, no era como si Kaminari pudiera evitarlo.

Concentrándose en el discreto aroma a incienso de la habitación de su amigo, el rubio cerró los ojos con la esperanza de que su cuerpo entero se adhiriera a la alfombra, para no tener que realizar otra clase de deporte como la de esa tarde. Lo sabía, lo tenía perfectamente claro, aunque le fallaran los recuerdos: cuando su quirk había llegado al voltaje máximo que podía descargar, la mitad de la clase ya lo observaba expectante, para no perderse cómo su cerebro entraba en corto circuito y su rostro adoptaba la característica sonrisa distendida de alguien con la mente perdida.

Porque los divertía, porque era gracioso, pero para Kaminari había dejado de serlo hacía mucho tiempo.

En ocasiones como esta sólo la presencia balsámica de Sero y la tranquilidad casi narcótica de su habitación lograban calmarlo.

Si me lo pides por favor | Kamisero | SerokamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora