Es un sentimiento que me crece
debajo del pecho y
debajo de los ojos
y que disminuye la poca vida
que tengo.
Es un eterno
paseo por el lago,
cigarros que ya no relajan,
cortinas que ya no tapan la
noche o el día
de lo rasgadas que están.
Es un llamada que no se coge
porque preferimos seguir hechos un ovillo
en la cama
con una lágrima incorregible
y quizá evitable...
Pero ya no quedan fuerzas.