2. No eres ella

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THOMAS LOZANO


Solté un suspiro profundo y hastiado.

―¿Qué estás haciendo, Amanda? ―espeté con tono cansino.

―Oh, esto... yo... ―tartamudeó ella sin saber qué decir―. Accidentalmente...

―¿Accidentalmente? ―Reí, incrédulo. ¿Se atrevía todavía a zafarse de esta situación?―. ¿Accidentalmente viniste a hacer eso cuando me encontraba dormido?

―Mis intenciones son buenas. ¿Estás... enojado?

La miré, desconfiado. ¿Pretendía hacerme un favor? ¿Quién se creía? ¿Qué imagen le di en los últimos meses para creer que podía invadirme a este nivel?

Esa mala mujer...

Aparté su mano y la dejé caer con brusquedad a un lado. En mi desesperada decisión por marcar distancia de ella, acabó en el suelo con el suave empujón que forcé en su cuerpo. Me levanté del sillón tan de prisa como si algo me forzara y espantara de ese sitio; estaba dispuesto a ir a mi habitación, sin mostrarle consideración alguna a la muchacha. No pretendía gastar mi energía de manera innecesaria. El trabajo de comienzo de año y preparar la apertura de la academia era un lio que acaparaba mi atención por completo.

Noté a la mujer con las mejillas colorearse, era difícil para mí comprender qué cruzaba por su mente. Ni quería saberlo.

―No agotes mi paciencia ―le empecé a decir, molesto―. He soportado tus travesuras en los últimos meses porque eres eficaz en tu trabajo. Así que, te sugiero que consideres lo que es mejor para ti, ya debes saber que mi paciencia es limitada.

Ella no articuló nada; pero cuando una expresión triste cruzó su mirada, me sorprendí de mi mismo al sentir que en mi interior no se removió sentimientos de culpa, frustración o enfado.

Ni siquiera valía la pena enojarse. Admitía que el sueño breve me dejó con una sensación extraña que aún permanecía tan latente en todo mi cuerpo como si los hechos hubieran sido reales. A pesar de tratarse de una simple fantasía producto de la incentivación externa y el anhelo de una mujer en particular, me resistía a olvidar el más mínimo detalle de los acontecimientos solo por el hecho de que Margo era la protagonista.

Así que, no era necesario enojarse en absoluto; sin embargo, aunque no me gustaba admitirlo, parte de este sentimiento feliz se debía a Amanda y sus locas travesuras. Si algo realmente me molestaba a niveles descomunales, radicaba en que la mujer que amaneció a mi lado no era la tozuda y engreída de Margo Ann. De haberse tratado de ella, habría disfrutado muy bien el momento.

―Thomas, yo...

―Quedas advertida... ―mascullé.

―¿Es por una mujer?

Miré a Amanda a los ojos, confundido.

―Sí. ―No tenía sentido negar una verdad irrefutable.

―¿Quién?

Solté una pequeña risa.

―La información es irrelevante para ti. Concéntrate en cumplir tus debes y obligaciones, ¿puedes al menos hacer eso?

El entrecejo de Amanda se arrugó de disgusto. Para mi sorpresa, tras levantarse del suelo, se acercó a mí e intentó posar sus manos sobre mi pecho. No me moví un solo centímetro, miré esa mano delicada que se alzaba en mi dirección con hastío.

―¡Ella no está aquí! ―exclamó al borde del llanto―. ¡Yo sí! Yo estoy para ti. Te amo.

Solté un suspiro profundo. No quería nada complicado, justamente me metí en uno. Mauricio tenía razón al decir que las mujeres eran molestas. Solo Margo era una excepción a la regla, ella era única y especial en mi corazón.

Seduciendo al chefWhere stories live. Discover now