Capítulo XVIII

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Una ráfaga de aire gélido recibió a Miss Clarke cuando llegó al corredor

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Una ráfaga de aire gélido recibió a Miss Clarke cuando llegó al corredor.

La governess temblaba como una hoja, pero no a causa de las bajas temperaturas, estaba agitada por los recientes eventos. Vislumbrar el rostro de Mr. Dominick, desfigurado de rabia, resultaba más inclemente que el tiempo.

El menor de los herederos había advertido que la escena romántica transcurría sin el consentimiento de la dama, pero ese conocimiento no había contribuido a aplacar su exacerbado ánimo. La ira que lo embargaba había desbordado por sus pupilas y adquirido fuerza notable en sus manos. No demoró en separar a Mr. Andrew de la joven y propinarle un golpe a su hermano, haciendo que cayera sobre la invaluable vitrina y generando, a su vez, que los delicados ejemplares se desmoronaran.

La reacción en cadena también había afectado a Miss Clarke, que acabó en el suelo tras un infructuoso intento por frenar el ataque, ya que, pese a estar enfadada con el mayor de los hermanos por haber actuado en contra de sus deseos, sus emociones no la cegaran y en su interior sabía que no había sido el verdadero Mr. Andrew quién actuaba.

El aludido siempre se había comportado como un auténtico caballero, pero en ese momento era un esclavo del vicio, un siervo de aquel adictivo elixir que echaba a perder las mentes más puras y las hundía en las depravaciones más insanas.

Miss Clarke tenía la certeza de que su Señor había luchado, que había intentado aplacar la flama que ardía en su interior y, por unos minutos lo había logrado, pero aquel demonio interno había vuelto y la voluntad de Mr. Andrew había flaqueado, cediendo a oscuros deseos.

Después de la caída, Mr. Dominick se había detenido, librandose de su estado colérico, y tras auxiliar a Miss Clarke le había rogado que por favor no interviniera. Pero, ella no tenía las más mínimas intenciones de declinar sus intentos de defensa, pues jamás podría perdonarse si se convertía en responsable de una nueva tragedia.

Luego de un breve duelo de autoridades, el joven Bradley había logrado apaciguar por completo su genio y renunciado a la violencia como medio para solucionar la situación. Por supuesto que, su decisión, había estado influenciada por el hecho de que su hermano se había desmayado tras el primer manotazo y también por el sentimiento de dolor que le había provocado el gesto de desilusión floreciente en el rostro de Miss Clarke. Para su desgracia, cuando su ira se desataba, no distinguía justos de pecadores. Pero, ya tendría tiempo para castigarse por sus nefastas acciones, lo importante en ese momento era reparar el daño causado, antes de que ella se marchara con la impresión equivocada.

Tras dejar a su fraterno al cuidado de los empleados y solicitar que lo condujeran a sus aposentos, se dispuso a escoltar a Miss Clarke a sus habitaciones. No obstante, la mencionada había desaparecido después de comprobar que el riesgo había pasado. Aunque él no podía descifrar a esas alturas cuál había sido la verdadera fuente de exposición. Pero, una voz le susurraba que el peligro que había brotado de su hermano había madurado en su interior.

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