Capítulo XXII

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"Venganza" Si existía una fuerza capaz de atar el mundo espiritual con el terrenal era un sentimiento tan poderoso y primitivo como el deseo de resarcimiento

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"Venganza" Si existía una fuerza capaz de atar el mundo espiritual con el terrenal era un sentimiento tan poderoso y primitivo como el deseo de resarcimiento.

Miss Clarke se preguntó qué clase de daño podrían haber sufrido aquellas almas justicieras para animarse a traspasar el velo dimensional. ¿Tenía que ver con el incidente ocurrido hace tiempo en las minas? Y, en tal caso, los espíritus ¿se manifestaban por cuenta propia o estaban siendo convocados por una persona real?

Dos cosas daba por sentadas. La primera, aquellas ánimas buscaban causar un mal mayor al que habían sufrido y la segunda, ese impulso de destrucción tenía un objetivo evidente: los herederos Bradley.

Aunque la governess desconocía la totalidad de la tétrica historia que envolvía a la familia,  el tiempo compartido con los descendientes le había servido para comprobar que eran buenas personas y sentía gran pesar al pensar que "algo" o "alguien" quería dañarlos.

Después del aciago suceso del prado, que había cobrado como víctima a un pequeño inocente (el cual si bien no había muerto, había resultado seriamente herido), supo que había llegado el momento de dejar de ignorar los eventos sobrenaturales que rodeaban la propiedad y comenzar a desvelar los secretos de "Whispers House". La ventaja era que sabía perfectamente por dónde empezar: una voz se lo había murmurado en sueños.

Aprovechando que el personal doméstico estaba dedicado a la organización de una fiesta de compromiso, a la cual estaban participados los miembros más selectos de la sociedad londinense, misma que había surgido como consecuencia del desplante que Mr. Dominick le había hecho a su prometida en la cena familiar, la institutriz se escabulló en la Biblioteca del torreón, sitio que había despertado más de una intriga la primera vez que la visitó.

Guiada por fuerzas invisibles, llegó hasta el final de la inmensa  estantería que había transportado al mayor de los Bradley hacia un mundo ignoto.

Después de explorar entre los manuscritos, en busca de algún interruptor o palanca que abriera el enigmático portal, encontró la solución del misterio. La misma era tan sencilla que le causó gracia no haber pensado antes en ello y perder el tiempo complicándose en soluciones intrincadas, propias de las historias de misterio. 

Resultó que el último bloque de la estantería, que sobresalía ligeramente del resto, era móvil, pero debía ser deslizado de lado, no empujado hacia dentro, de modo que se superpusiera con el bloque del medio.

Tras correr la repisa unos metros, encontró la puerta de acceso hacia el cuarto encubierto.

Al principio la joven se sintió decepcionada, pues la desconocida habitación parecía ser un reservorio de fino arte, poblada tanto de obras de afamados pintores, como de cuadros cuya autoría era atribuible a Andrew Bradley —la mayoría de los lienzos eran retratos de la difunta Elizabeth y de la casa familiar y alrededores—. Algunos bosquejos resultaban tan surrealistas y excéntricos, tan oscuros y estremecedores que Miss Clarke se preguntó de qué clase de pesadillas o experiencias sórdidas habían surgido aquellas manifestaciones.

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