II.

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Me encontraba tirada en el suelo; el dolor de cabeza se me hacía casi insoportable. Al estar completamente consciente me percaté de la ridícula y peligrosa situación en la cual me encontraba. Mi cuello escocía producto de un extraño collar de cuero apretando mi garganta, del cual colgaba una gruesa cadena que me mantenía presa a un pedestal de madera en el rincón del oscuro sitio donde me encontraba.

El suelo de madera oscilaba en vaivenes que me hacían aguantar las arcadas por momentos; mi estómago se encontraba vacío, pero revuelto de igual forma. Forcé mi vista intentando distinguir en donde me encontraba y solo veía pequeños haces de luz, casi imperceptibles, entre las grietas de la podrida madera del techo. Por las mismas también caía agua, a lo que decidí acercarme un poco y abrir la boca para calmar la sed.

«¡Maldición! Es agua salada. ¿Cómo es posible?», pensé.

Debía estar cerca de la playa, o por más ridículo que pareciese, incluso podría estar montada en un navío fuera del muro de nubes. La emoción y el nervio hizo mella en mi pecho. Podría suceder que al fin conociera el mundo humano, aquel en donde nací y del cual me sacaron demasiado pequeña como para recordarlo. Comencé a divagar, a soñar despierta, volviéndome ajena a la grave situación en la cual me encontraba.

Una puerta en el techo se abrió, dejando entrar algo de luz, haciendo que cerrara los ojos por la molestia. Bajó por las escalerillas un hombre, el mismo que había dado la orden de raptarme. Lo miré con furia, intenté forcejear un poco haciendo que mi cuello y mi cabeza dolieran el doble. Se acercó lentamente sin apartar su vista de la mia. A unos pasos de donde me encontraba dejó una bandeja en el suelo, la cual estaba provista de algunas frutas típicas de la isla, pan duro y un trozo de pescado cocinado. Mi estómago crujió y mi boca se hizo agua; sin embargo, no cedí, volví a mirarlo recelosa.

—Come algo —dijo al ver que yo no tocaba la comida—. Nos quedan varios días en altamar. No puedo permitirme dejar que mueras de hambre.

No respondí, no reaccioné de ninguna forma a sus palabras. Tenía algo más importante en mi cabeza que la comida en ese preciso momento. Una gota de sudor bajó por mi rostro en lo que mi interior era un manojo de nervios y autocontrol, intentando domar aquella necesidad que hacía pocas horas había experimentado por primera vez.

—Yo...

—¡Estás sangrando! —exclamó en tono preocupado—. Esto no es bueno.

—¡Apártate! —grité.

Mi vista volvía a nublarse, estaba comenzando a perder el juicio nuevamente. Maldito el momento que forcejeé y me rasguñé el cuello con el collar. Él retrocedió, no asustado sino más bien expectante. No me temía.

—Sabía que eras única —dijo, confundiéndome—. Ningún otro semihumano de la isla transformaba su apariencia como tú, de esa forma...

—¿A qué te refieres? —pregunté mientras mantenía la consciencia, agarrándome el cuello para apretar la pequeña herida.

—Tus ojos... —respondió, sentándose en el suelo a una distancia prudente, mirándome con mucha más atención que antes—. Come algo —cambió de tema—, puede que ayude a volver en ti.

Seguí su consejo, agarrando el pan duro y mordiéndolo con fuerza, desesperada por llenar mi estómago. Tras el pan vino el pescado y por último la fruta. No estaba segura de la generosidad de mis captores, por lo cual guardé un poco a unos centímetros a mis espaldas para comerlo después. Mi vista volvió a ser normal de a poco y el dolor en el pecho disminuyó gradualmente. Me sentía más aliviada, salvo por el persistente dolor de cabeza que llevaba hacía horas atrás.

El hombre se levantó del suelo y caminó en mi dirección. Agachó a mi altura una vez estando frente de mí, enseñándome un curioso objeto de cuero que tenía agua dentro. Por instinto abrí la boca, esperando a que saciara mi sed. Abrió el objeto, dejando caer el sagrado líquido el cual se desbordaba hacia mi cuello y pecho, empapándome el busto completamente. La sensación fue exquisita. Él sonrió con malicia al acabar. Acarició mi pelo, sosteniendo el broche que lo recogía y quitándomelo con sumo cuidado. Este cayó por debajo de mis hombros, ocultando mi enrojecido rostro.

—Eres un ser hermoso —habló por lo bajo mientras se levantaba y caminaba rumbo a la escalerilla, trepando por esta y cerrando la puerta.

El silencio y la oscuridad invadieron nuevamente aquel mohoso lugar, haciendo que fuera mucho más vergonzoso para mí sentir el palpitar de este estúpido corazón.

Me dejé caer nuevamente en el frío y astillado suelo, procurando calmar esta ilógica sensación de bienestar, en las peores condiciones en las que podría encontrarme. Debería haber estado asustada, rendida y adolorida por la muerte de los míos, por la muerte de Rubí. Pero no era el caso, estaba completamente vacía, salvo por la sensación de paz que me acompañó hasta que instantes después quedé dormida.

Desperté por el fuerte mareo que me provocaba el movimiento del barco

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Desperté por el fuerte mareo que me provocaba el movimiento del barco. El agua entraba por las grietas con presión y el frío calaba mis huesos. Me acurruqué en un rincón, lo más lejos que la cadena me permitía separarme del pedestal, junto a unos sacos vacíos y polvorientos que me servían de cobija. Temerosa por la ferocidad de la posible tormenta que se estuviera desatando fuera, recé para mis adentros porque pudiésemos vivir un día más. Sentía el tronar del cielo en mis oídos, amenazante y furioso.

Los humanos en la superficie del barco gritaban a toda voz, ajetreados por mantener el navío a flote entre tanta tempestad, y podía sentir sus pasos apresurados para acá y para allá por encima dé mí, haciendo chirridos en la madera que no me permitían conciliar el sueño nuevamente. Tanto alboroto me recordó a mi isla y a la última hora antes de que fuese raptada y traída al barco.

Lo primero que vino a mi mente fue la furia del Gran Padre ante la muerte de los míos, pero terminé dándome cuenta que él no estuvo cuando más lo necesité. El cielo lloraba y quejaba por cualquier otra razón, no por mí. Entonces por fin pude sacar aquello que llevaba atorado desde que desperté en este barco; grité y lloré junto con el cielo, pataleé al punto de dolerme el cuerpo. Por primera vez en horas pude soltar aquel sentimiento de rabia, pena y desdicha.

«A partir de ahora estoy sola, completamente sola en este nuevo mundo que puede que no me acepte. Oh, Gran Padre, ¿qué será de mí?», pensé mientras me dejaba rendir ante el cansancio.

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Sempiterno Corazón (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora