IV.

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—¡No pienso desnudarme! —exclamé furiosa—. ¡Mátenme si lo desean, pero no me exhibiré desnuda delante de un montón de humanos perversos, no lo haré!

En cuanto amaneció pude descubrir los planes que mi captor tenía hacia mí. Me permitió tomar un baño y comer un abundante desayuno de frutas frescas, luego quitó la cadena del gancho donde estaba y salimos de la casa. Ese día era igual que el anterior, colorido y sonoro. Pasamos nuevamente por la plaza donde vi por primera vez aquellas libertinas enseñando sus cuerpos a una multitud de humanos, cual macabro espectáculo de placer. Sin embargo, no pasamos la plaza, sino que nos quedamos en un rincón de la misma. Un anciano se nos acercó e intercambió unas cuantas palabras con mi captor, le ofreció un pequeño saco de monedas de oro y, antes que me diese cuenta, estaban intentando desvestirme a toda costa, sin explicación alguna hacia mi persona.

—Pequeña, todo va a salir bien —intentó calmarme, mientras tiraba y rompía otro pedazo de mi deshecho vestido.

—Nada está bien, ya les dije que me maten, pero no me pienso desnudar.

El anciano posó la mano en el hombro de mi captor y lo miró con desaprobación. Él ante el gesto me agarró del brazo y nos apartó unos centímetros.

—Ya te dije que todo va a salir bien —susurró—. Confía en mí. Solo debes desnudarte y pararte en la tarima junto a las demás jóvenes. Alguien pujará una buena suma de dinero por ti y todo acabará.

—Pero, ¿por qué habrían de pagar de nuevo por mí? ¿En qué consiste esto? No entiendo a los humanos, sois demasiado complicados.

—Solo hazlo. —Acarició mi barbilla y sonrió, esta vez de forma sincera y no con su falsa sonrisa de ojos tristes—. Ya me decidí.

Terminé haciéndole caso nuevamente. La sensación de estar desnuda delante de tantos extraños me parecía ridícula. Era incapaz de mirar al frente; sentía el rostro completamente rojo de la vergüenza. Justo como dijo él, comenzó la puja, haciendo que cada vez quedáramos menos mujeres en la tarima y menos personas en la plaza.

Al llegar mi turno un hombre levantó su mano, ofreciendo lo que parecía mucho dinero por mí. Varios más elevaron la suma, pero al final del día, terminé yéndome con aquel mismo desconocido. Pasé por al lado de mi antiguo captor, el cual me guiño un ojo, divertido.

«Nos vemos pronto, pequeña...», logré distinguir en sus labios mientras iba siendo arrastrada por del extraño.

Me subió a una carreta tirada por caballos, montando él adelante. Se giró en mi dirección y extendió su mano cortésmente.

—Mi nombre es Dull. —Se la estreché en respuesta—, y tú debes ser Jade. He de llevarte al que será tu nuevo hogar a partir de ahora. Tienes mucha suerte.

—Eres la segunda persona que me señala lo suertuda que soy —dije pensativa, suspirando por las ironías de la vida.

—¡Pues sí que tienes suerte! —exclamó, tirando de las riendas de los caballos y haciendo que nos moviéramos—. El amo normalmente no se encariña con sus encargos. Eres su quinta posesión, y hace más de cuatro años que eso no pasaba. Coge. —Extendió un pedazo de tela hacia mí—, esto te cubrirá. No querrás andar desnuda todo el camino.

Agarré la tela y me la puse por encima. Era una camisa abrochada por cordones adelante, de un material un tanto picoso. Igual agradecí poder cubrirme nuevamente.

No entendí una sola palabra de Dull, todo era confuso. Al parecer el camino a mi nuevo hogar era largo, por lo cual decidí recostarme en la paja que ocupaba la carreta y disfrutar del hermoso cielo que acontecía. El día era realmente fresco; no pasó mucho tiempo para que me quedase dormida.

Sempiterno Corazón (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora