XXVII.

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-¿Por qué eres tan natural con nosotros a pesar de que solo te hemos traído desgracias?

-Quizás porque llegué a conocerte, Adarah.

Ella sonrió, pero su sonrisa era muy similar a la que tantas veces Arturo me había mostrado: vacía, triste y melancólica. Y mientras más quería ocultar su dolor hacia mi causa, más me reafirmaba lo que pensaba de ella desde el día que la conocí; Adarah era una hermosa luz en medio de tanto miasma, decadencia y oscuridad.

-Pero, antes de conocerme, ¿no nos temías u odiabas?

-Ustedes son lo único que me queda y a ustedes debí adaptarme si quería vivir. Además, si hay algo que no he perdido todavía, y rezo cada noche por conservar, es mi humanidad. Mi mayor temor es algún día perderme a mi misma, y volverme aquello que tanto odio.

-Eres demasiado buena...

-No lo soy.

-Lo eres, Jade. Yo si hubiese pasado por lo que has pasado tú, hace muchísimo tiempo estuviese en las puertas del infierno, junto a tantos que habría matado en el proceso.

-Adarah, no puedo considerarme buena ni queriéndolo. No luego de haberme olvidado de dónde vine o quién soy, no después de negar aquello que es mío por derecho de sangre, de haberme enamorado de un humano o de haber olvidado el rostro de aquellos que fueron mi única familia. No, amiga, yo soy demasiado mala siendo buena.

Ella se limitó a extender su mano y agarrar la mía, mirando al suelo y sollozando en silencio por mis penas. Yo, por otro lado, solo podía repetir mis últimas palabras una y otra vez en mi cabeza, lamentando que fuesen tan ciertas.

-Sabes... -dijo luego de un rato-. Puedes tener más de una familia.

-Sería algo difícil que un humano me adoptase a estas alturas, tonta. -Reí por lo bajo por la ocurrencia, que me había logrado sacar de mis pensamientos y alegrarme un poco.

-Jade, yo también perdí a mi familia hace años. Pero tengo a Dakofz y dentro de poco, a mi hijo o hija. Tú también puedes ser parte de esta familia si quieres.

La miré, incrédula y atónica por sus palabras. Por primera vez en toda la conversación, donde le había revelado toda mi historia mientras ella escuchaba cada hecho con más horror que el anterior, me permití llorar. Hacía mucho tiempo que llevaba retenido mucho peso en mi pecho, y de una vez por todas, gracias a su luz y su bondad, pude desprenderme de aquello con lo que cargaba desde que pisé tierra humana por primera vez.

Y sí, hubiese sido una enorme bendición el conformar una familia junto a ellos...

 Me encontraba en un profundo estado de inconciencia, sin poder abrir los ojos por el dolor en todo mi cuerpo

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Me encontraba en un profundo estado de inconciencia, sin poder abrir los ojos por el dolor en todo mi cuerpo. Sentía las gotas de lluvia cayendo por mi rostro, un peso sobre mi pecho y la música proveniente del llanto de un recién nacido.

«¡La pequeña!».

Con pesar y mucho vértigo, abrí de a poco mis ojos y me incorporé, agarrando con mayor firmeza el pequeño cuerpo de la bebé, empapada y fría, llorando desconsolada como si tuviese mucha hambre o mucho frío. La manta en la cual se encontraba envuelta estaba totalmente mojada. Aún sentada en la hierba miré hacia arriba, como el fuego había engullido todo a su alrededor y la enorme caseta principal del palacete se desmoronaba, quedando solo la piedra de su estructura externa. La lluvia, al parecer, había ayudado a mitigar un poco el fuego, pero era demasiado tarde para muchos de los empleados, sirvientes y esclavos ahí dentro.

Recordé entonces no haber cumplido todavía mi objetivo. Había sacrificado tantas vidas, para terminar, perdiendo de vista a aquella persona que realmente merecía morir entre mis manos. Para colmo, como castigo divino, tuve que escoger entre la pequeña, llena de una vida por delante, o Arturo, muerto y en proceso de descomposición.

Recordar eso me hizo agarrar aire con fuerza, temiendo ahogarme con mis propios nervios y angustias.

Me levanté, tambaleante por el mareo y fuerte dolor en las sienes, productos de la caída. Caminé despacio con la bebé en brazos, buscando llegar a los establos y ahí pensar con mayor claridad sin que la lluvia nos siguiese empapando. A medida que me acercaba comencé a escuchar voces, rezando y murmurando, que al parecer era de las personas sobrevivientes del fuego o en el exterior, refugiándose de la lluvia como iba a hacer yo.

Coloqué mi mano en la madera para apoyarme al llegar, doblando a la entrada y subiendo la vista, encontrando las miradas aterradas y los brazos al frente con cuchillos, rastrillos y utensilios, amontonados en una esquina a la espera de que yo actuara. Me sentí humillada, como si fuese un animal salvaje que hubiese que mantener lejos o matar. Pero tenían razón, cuando decidí no distinguir quien debía o no morir, siendo yo la causante de, quizás, el peor momento de sus vidas.

Despegué un brazo de la bebé, alzándolo al frente con mi palma mirando hacia ellos. Luego, lentamente, me arrodillé para dejar a la pequeña en el suelo y volverme a levantar, con intensión de dar la vuelta e irme para siempre, aun si la persona que debía matar siguiese viva, como debía haber hecho hacía muchos años atrás.

-¡Jadeee! -gritó Meggias mientras se hacía camino entre las personas, antes de poder haberme dado la vuelta y marchado-. ¿Qué harás ahora? No puede acabar así, de esta forma.

-Ya acabó, te guste o no -dije cortante mirando al suelo lodoso, por la vergüenza de no poder mirarle a los ojos.

-Pero...

-Pero nada, Meggias. Míralos. -Señalé en dirección a todos, quienes dieron un paso atrás por el susto que provocó mi brusco movimiento-, ¿quién se va a atrever a venir a mí, a vengar a algún muerto o arrancar mi cabeza y dársela de trofeo a Greelard cuando aparezca? ¡Nadie! Así que púdranse todos y recuerden este día como el peor de sus vidas.

Y me di la vuelta al decir aquellas palabras. Sentí a Meggias caminar al frente, agarrando a la hija de Adarah y Dakofz y virando atrás con ella. Yo seguí, con el mismo dolor en todo el cuerpo y la angustia, la maldita angustia de volver a estar a la deriva, con el corazón hecho pedazos y sin un lugar al cual llamar hogar.

Pensé en buscar la forma de volver a mi isla, aunque viviese en completa soledad, sobreviviendo por mi cuenta, alejándome de los humanos de una vez por todas hasta esperar mi pronta muerte y, al fin, poder tener el descanso o el castigo merecido por mis actos en vida.

«A veces vemos a la vida como demasiado injusta, y es ese el momento cuando, sin vacilar lo suficiente, comenzamos a apreciar mejor la exquisita melodía de la muerte, tentadora y seductora de las almas más débiles y desgraciadas...», pensé mirando al cielo, mientras doblaba hacia el muro de piedra que delimitaba el palacete del mundo exterior, en lo que unas toscas manos se posaron en mi cuello y apretaron, cortándome el flujo de aire, y una silueta me pasaba por al lado, deteniéndose delante de mí y propinándome un golpe seco en el estómago.

Y es a este punto en el que estamos...

En este punto es en el que estamos, mis amores

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En este punto es en el que estamos, mis amores. Espero que estén disfrutando mucho de estos últimos capítulos.

Los quiero mucho mucho mucho!!!

Sempiterno Corazón (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora