XIII.

86 45 16
                                    


Mi corazón dio un vuelco al escuchar nuevamente su voz después de tanto tiempo. El verle ahí parado, en el corredor principal del palacete, hizo que perdiera todo control sobre mis emociones, al punto de no saber qué hacer, si salir huyendo o lanzarme a sus brazos pidiéndole perdón. La tosca mano que me agarraba apretó con fuerza y jaló de mí, sacándome de la tempestad en la cual se había convertido mi mente. No obstante, no aparté mi mirada de la de Arturo, de su rostro enrojecido y su seño fruncido por la sorpresa, mientras iba siendo arrastrada a un pasillo lateral fuera de su vista y de la vista del resto de invitados.

El capataz me empujó hacia una habitación al final del pasillo, la cual me llevó a los recuerdos de la que ocupé por varios años en la mansión Delorme, invadiéndome la nostalgia y el sabor amargo de la pérdida y el arrepentimiento. Era pequeña, con apenas una cama personal y un bonito pero simple tocador con espejo, una mesa y una ventana sin balcón que daba al lateral con vista a la huerta, adornada con cortinajes de terciopelo en blanco y dorado.

Dos sirvientas y una doncella entraron a la habitación en lo que yo inspeccionaba y me adaptaba a ella; se encargaron de mi aspecto, cepillando mi cabello en una bonita trenza con florecillas silvestres y horquillas, perfumaron mi cuerpo con esencia de lima y lavanda, escogieron los sencillos pero hermosos vestidos que portaría en las siguientes veladas y ayudaron a ajustarme el de esa misma noche. Yo por mi parte me dejé hacer sin quejas, preocupada por asuntos más importantes como las muchas posibilidades de que aquel encuentro con Arturo fuese el primero de tantos.

Temía lo peor, aunque conocía a ese aventurero tanto como a mi misma y estaba completamente segura que no haría ningún espectáculo delante del resto de invitados, con tal de no perder el buen trato y los privilegios de negociación con verdaderos nobles, a diferencia de él, todo un embustero con una riqueza falsa.


El vestido para esa noche era un traje ceñido al busto, de un color verde olivo muy sutil y estampados de flores de Lis en tonos más oscuros

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El vestido para esa noche era un traje ceñido al busto, de un color verde olivo muy sutil y estampados de flores de Lis en tonos más oscuros. Un hermoso tul cubría la falda larga hasta el suelo, la cual se dividía en medio mostrando un color hueso sin bordados, mientras las mangas caían holgadas, abultadas en los hombros y con escote recto ocultando el poco vestigio de mis pequeños senos tras el rígido damasco. Por último, para acompañar el atuendo, un colgante dorado con piedras nigras incrustadas ocupaba mi cuello, dándome los tan conocidos dolores de cabeza. Para mis pies, sin contar las enaguas y medias blancas, unos charoles con tacón, ocultos por la falda del vestido.

Las sirvientas terminaban los últimos arreglos cuando se sintieron dos toques en la puerta. La doncella abrió, dejando pasar nada más ni nada menos que a Arturo, con pose educada y la sonrisa más falsa que jamás le había visto en el rostro. Hizo una leve reverencia, la cual devolví; miró a la doncella y esta a su vez hizo un gesto a las sirvientas, saliendo todas de la habitación y dejándonos completamente solos.

-Aún no creo lo que mis ojos están viendo -dijo con voz tozuda mientras me observaba fijamente, con pose neutra y brazos detrás de la espalda.

-¿Te disgusta verme viva? -pregunté, optando por ser lo más directa posible y terminar rápidamente la conversación.

-No particularmente -contestó-. Mi imprudencia inicial ante la pérdida sufrida por tu causa, me hizo desearte lejos de este mundo... -Comenzó a caminar lentamente hasta quedar frente a la cama, en la cual se sentó, cruzando un pie encima del otro y uniendo sus manos sobre la rodilla. Me volvió a encarar, haciendo un gesto con los labios parecido a un puchero, pero simulando más bien aprobación-. Ahora que te tengo delante... tan hermosa... estoy recordando nuevamente el deseo que sentía por ti y por tus atrapantes ojos carmesí.

-¡Le temías a estos ojos! -dije-. No te hagas el valiente ahora. Mejor dime qué quieres de mí.

-Atormentarte -rió.

-¿Cómo?

-Lo que escuchaste, pequeña Jade. Ya el viejo Greelard me dio los detalles de tu estancia en este palacete. Voy a aprovechar cada segundo de mi estadía en este lugar, haciendo que sucumbas a mis antojos. -Se levantó de la cama y caminó, deteniéndose detrás de mí, pegando su boca en mi oído y pasando la pulpa de su dedo suavemente por el contorno de mi rostro-. Te voy a hacer pagar, Jade. experimentarás la misma locura y el mismo vacío que yo experimenté por tu culpa.

Tragué saliva al escuchar sus palabras. Una gota de sudor bajó desprendida por mi frente hasta mi mentón, mi corazón se aceleró por la cosquilla que me produjo su aliento en mi oído. No di la vuelta, ni lo miré. Salí corriendo de la habitación en ese preciso instante, pasando apresurada por todo el pasillo interior del ala este, atravesando la gran escalinata hasta llegar al extremo opuesto del palacete y ocultarme en un rincón cerca de los jardines traseros, debajo del balcón donde se celebraba la bulliciosa velada de mi amo, y donde debía acudir pronto si no quería que Adarah y Dakofz sufrieran las consecuencias.

Me recosté a una pared y bajé, sentándome en el suelo y arrugando un poco el vestido, pero era lo que menos me preocupaba en ese momento. Una lágrima cayó tras otra una vez tapé mi rostro con mis manos, intentando gritar sin que saliera más que un quejoso sonido de agonía. Tenía miedo, sentía rabia, pero lo que realmente me tenía llorando descontrolada era el nudo de emociones que volvió a aflorar en mí el tener a Arturo a apenas un suspiro de mi boca. La impotencia de ser tan sumisa, o estar tan perdidamente enamorada de ese cretino me carcomían, pero estaba segura de algo, no dejaría que me pusiera una mano encima, no por el bien de todos en este podrido y depravado palacete.

Sequé mi rostro y alisté mi cabello lo mejor que pude, pasé mis manos por la falda del vestido intentando que no se notara tan arrugado y luego caminé con paso firme hacia el interior, dirigiéndome a la estancia en donde los nobles estaban celebrando, dispuesta a disimular mis nervios y darles un glorioso espectáculo, con la finalidad de demostrarle a todos, los dotes y habilidades de una dama.

Sequé mi rostro y alisté mi cabello lo mejor que pude, pasé mis manos por la falda del vestido intentando que no se notara tan arrugado y luego caminé con paso firme hacia el interior, dirigiéndome a la estancia en donde los nobles estaban celebra...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Sempiterno Corazón (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora