III.

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La tormenta cesó y solo quedó la calma. Aquel mohoso y oscuro espacio donde llevaba presa varios días, se había convertido en un lugar aterrador. La locura consumía aquel pequeño cuerpo de por sí inestable, haciendo que fuera aún más difícil controlar los instintos de la horrible "maldición" que cargaba a cuestas. Pero no todo el tiempo era sufrido y solitario, por pequeños momentos tuve compañía y supe agradecerla de la mejor forma posible. A fin de cuentas, estar aislada y sola no hacía más que recordarme el fatídico suceso de días antes.

El mismo hombre que dio la orden de mi captura bajaba cada día a traerme algo para llenar mi estómago y saciar mi sed. Además, pasaba incontables minutos mirándome con deleite, o haciendo interminables preguntas sobre aquellos a los que su propia gente mató. Yo no tenía nada mejor que hacer, por lo que le relaté la historia; nuestras costumbres, nuestro origen, nuestras normas... todo. Fui consciente de no ser más que una simple prisionera, pero dentro de mi desagradable situación, no encontré mejor opción que cooperar si quería ganarme mi pan de cada día. Además, había algo en él que simplemente no podía ignorar; me cautivaba su curiosidad hacia mí, el cómo me miraba y la forma tan sensual en que me hablaba. Aunque su raza y yo no pudiésemos llegar a entendernos nunca, procuré disfrutar esos pequeños momentos en los que mi mente distrajo del pesar que sentía la mayoría del tiempo.

Bajó nuevamente, esta vez sin ninguna bandeja en la mano, lo que me pareció extraño y a la vez desalentador

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Bajó nuevamente, esta vez sin ninguna bandeja en la mano, lo que me pareció extraño y a la vez desalentador. Mi estómago rugía hacía horas atrás. Estaba serio, no me miraba fijamente, sino más bien intentaba no mirarme.

—Estoy hambrienta —confesé en lo que se acercaba.

—Eso acabará pronto —respondió secamente—. Ten un poco de paciencia.

Soltó la cadena del pedestal y la agarró con fuerza, jalando de ella y con esa acción, jalándome a mi consigo. El temor por el riesgo de herirme hizo que precaviera, por lo cual decidí seguirle sin oponer resistencia. Al fin saldría de aquel oscuro lugar; vería la superficie del navío y a sus tripulantes. La luz del día cegó mis ojos acostumbrados ya a la oscuridad. Pasaron varios minutos a que pudiese adaptar mi vista a la claridad del exterior. Lo que contemplé a continuación fue alucinante, mágico inclusive; el navío ancló en tierra de humanos, en un hermoso lugar atestado de personas tanto jóvenes como adultas, hombres muy bien o muy mal vestidos caminando de un lado a otro. El bullicio del lugar era música para mis oídos, las grandes casas que se podían divisar no muy lejos parecían el doble de grandes que la mejor casa de mi aldea, hechas de piedra blanca y negra y con adornos de madera.

—¡Esto es impresionante! —exclamé asombrada.

—¿Te agrada lo que ves? —preguntó. Yo asentí—. Pues no creo que este mundo te siga agradando por tanto tiempo.

Sus palabras no tenían sentido. Algo tan colorido, tan variopinto; no entendía por qué dejaría de gustarme un lugar así.
Jaló mi cadena nuevamente para bajar del barco por un pedazo de madera inclinado, mientras los desagradables y sucios tripulantes me manoseaban mientras pasaba por su lado. Ya al bajar, seguí a mi captor por una calle estrecha. Me resultaba difícil caminar por el suelo agrietado en pequeños rectángulos y comenzaba a tener distracciones nuevas cada vez que posaba la vista en algún lugar.

Sempiterno Corazón (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora