Capitulo; 05.

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Aioros.


Abatido y cansado, siguiendo la sombra de una demagogia de derecha a izquierda. No existe nada más venenoso que perder la dirección a raíz de alguien, como todo ser humano, tengo mis momentos: Puedo reír, puedo llorar, puedo amar, y sentirme cansado. Sí, puedo cansarme, aunque no lo parezca y trate siempre de alfombrar y decorar mi desosiego con un abrazador sufrimiento, aunque me encuentre a la deriva, aunque me sienta confundido. Sabía que era imposible luchar en medio de la anarquía que manipulaba al santuario. Y sin embargo, debía hacerlo.

Era joven, pero no tenía derecho a sentir temor. Me preparaba para no caer, con una responsabilidad en los hombros que debía cargar hasta el último de mis días, de mis suspiros.

Atenea..

La esperanza de toda la humanidad, la Diosa reencarnada que traería paz a los subordinados, a los marginados y crédulos de corazón, la niña que se preparaba para interceder por todo lo que se proclamara justo y equitativo.

Desarrollé un instinto protector desde que naciera Aioria, arrastrando consigo la muerte de la mujer que nos otorgó la luz, el consumismo al mundo, inculcandome el valor de la confianza y simpatía, teniendolas incluso a los que no parecían merecer tal misericordia. Adopte una postura longeva, aveces un tanto intensa. Pero siempre cuidaría el objetivo de su partida, su pequeño rayo tan arrasador como siempre, la promesa de que no estaría sólo porque de ahora en adelante tendría un hermano, una compañía en este ajetreado mundo. Recuerdo las palabras de la mujer, en la que cuya infancia me dió todo lo que tenía y podía, eran así:

—«Aioros, mientras puedas contemplar el cielo sin temor, sabrás entonces que eres puro por dentro, y que pase lo que pase, vivirás feliz»—.

Ahora es más que claro que la palabra “vida” no aplica para mí.

Ah, a Aioria hubiese querido tenerlo en una bola de cristal para siempre, me hubiera encantado haber sembrado en él la esperanza, poder decirle y asegurarle que siempre estaría con él, a su lado, que no me apartaría ni un sólo centímetro, que no existía fuerza humana en el mundo que pudiera separarnos. Pero conforme fue creciendo, ya en el santuario, Aioria comenzaba a volverse más independiente, más fuerte, más decidido. Y con ello, rehuyó muchas veces de mí, alegando que no necesitaba que siempre estuviera al pie de Leo. Me pedía libertad, yo acepté, aún sabiendo que no había nada deliberado en ser un caballero, y yo quería evitar eso... No quería que Aioria se viera afectado o envuelto en toda esta fuerza electoral, en servir a Atenea, pero su carácter explosivo y terco se oponía a mi deseo, el deseo de que escogiera una vida común y corriente, el deseo de verlo fuera de todo esto, el deseo de salvarlo.

Pero él no quiso, y creo que para ese entonces era pésimo forzando situaciones, así que sólo lo deje ser.

Hasta que conocí a Capricornio.

Un niño de diez años que parecía esvuelto del miedo, aún en su tierna edad e inocente aura, habitaba un espíritu aguerrido y decidido. Shura era cauteloso, siempre al pendiente de todo y de todos a su entorno. "la cabra que observa", iba más allá de lo dennotativo, buscaba siempre con sus curiosos ojos algo que pudiese ayudar a mejorar su técnica, una espada tan afilada como el acero que residía en sus extremidades, se exigía rectitud y disciplina. Ningún niño se quedaba de la noche a la madrugada para perfeccionar su cosmo-energía, logrando llegar a la perfección absoluta. Aunque está no existiera.

Era demasiado solitario y callado, en ocasiones veía como cruzaba palabras con el niño Italiano de habla viscerante y con el niño Sueco de elegante paladar. Era un trío curioso, tres aprendices con personalidades contrariadas habían decidido empatizar en medio del caos, así lo pensaba yo al menos. Aunque pude notarlo: Como ante una posible soltura el pequeño español se sometía a su silencio analítico, su actitud era de no dar a conocer como era realmente. Lo cuál, despertaba mi más grande curiosidad: ¿Cómo es que a un niño de tan sólo diez años, parecía incomodarle hablar más de lo debido?, ¿Existía acaso algo que quisiera enterrar?. Tal vez exagere, tal vez solamente sea esa su ambigua personalidad, no me sorprendería si se repele cosas... Pero hay algo, hay algo en ese español que me incita a conocer a fondo su actitud, a entrañar en su interior, me gustaría remover esa capa que se estaba imponiendo con sigilo, un sigilo tan doloroso y precario que me hacía temblar de la tristeza.

Camino A Las Estrellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora