03: El festival de las flores

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El rey de Feldberg, Donald Way, había aprendido a vivir con la soledad que su reina había dejado en su corazón pero también, con el paso de los años había aprendido a ser un buen padre amoroso, atento y consentidor con su hijo, el príncipe Gerard Arthur.

Para conmemorar el día en que la reina había traído al mundo a su pequeño hijo, día triste en el que ella perdió la luz de su vida para darla por una pequeña y pura, el rey mandó a organizar un evento que involucrara a todas las personas del reino, tal como a Donna le gustaba. Una actividad llena de armonía y color.

Así pues se dio origen con el primer cumpleaños de Gerard al Festival de las Flores. Era una fiesta que duraba un día completo y consistía en adornar el vasto jardín delantero. Se colocaban largas mesas llenas de comida, guirnaldas coloridas colgadas de los postes altos de madera que se clavaban al suelo con días de anticipación, había música y por supuesto lo que no podía faltar, las flores. Eran innumerables arreglos florales los que se colocaban por doquier, los encargados de los cultivos de flora en el reino se encargaban de enviar las especímenes más bonitas y hermosas para la fiesta del príncipe. Los invitados también llevaban arreglos muy lindos los cuales eran entregados en ofrenda al príncipe.

Éste año el niño cumplía sus diez años. Estaban alistándolo en su habitación. Su nana, Katherine le peinaba el cabello en una trenza y como de costumbre luego le colocaría alrededor de la cabeza una delgada corona de peonías moradas.

—Nana —dijo el pequeño.

—¿Qué pasa Gee?

—¿Es verdad lo del otro príncipe que conoceremos hoy?

—¿Dónde escuchaste eso pequeño?

—Yo... yo... escuché a mi papá, pero no fue mi intención nana, lo siento —. El pequeño bajó su mirada hacia su regazo e hizo un puchero.

Katherine se colocó frente a él y acarició una de sus mejillas rellenitas. Lo tomó de la barbilla y le sonrió con ternura.

—Tu sabes Gee que no debes escuchar las conversaciones de los mayores, no es correcto.

—Lo se...

—¿Me prometes que no volverás a hacerlo?

Él asintió, ella se separó y tomó la corona de flores y se la colocó en la cabeza.

—Te lo prometo nana —respondió sintiéndose feliz con sus flores en la cabeza.

—Bien. —Ella se inclinó y habló en voz muy baja—. Si habrán visitas especiales hoy Gee, debes portarte bien pero también disfrutar de tu cumpleaños.

—¡Si nana! —dijo con entusiasmo—. ¡Voy a tener nuevos amigos!

Dicho esto dio un pequeño salto de la butaca donde estaba sentado y salió corriendo. Katherine lo siguió de cerca, lo vio bajar las escaleras y correr hasta las enormes puertas custodiadas por guardias, ellos detuvieron al pequeño Gerard hasta que ella lo tomó de la mano. Salieron juntos al jardín donde el príncipe se maravilló con todo el arreglo, sus ojos brillaban al ver tanto color.

Poco a poco las personas comenzaron a llegar, los rayos de sol se atenuaron y las nubes cubrieron con un poco de gris el mar celeste del cielo en el momento justo en que un carruaje tirado por un par de caballos completamente negros se detuvo a la entrada del castillo. Todos fijaron su vista expectantes por averiguar de quién se trataba.

La puerta lateral del carruaje fue abierta y de el descendió una mujer. Su tez era blanca y sus cabellos color bronce, su nariz fina y sus pómulos marcados, tenía una figura estilizada y el movimiento de sus manos al desplazarse era suave. Vestía un largo vestido negro y en su mano derecha un largo báculo del mismo color, con el cual simplemente completaba su vestimenta. A simple vista parecía una reina.

El rey Donald fue hasta ella, la saludó con cortesía y la invitó a integrarse a la festividad. Extendió su brazo y la llevó consigo. Al pasar junto al lado del pequeño Gerard, su padre le tocó la cabeza y le dedicó una pequeña sonrisa. Gerard lo vio un instante y luego sus ojos se clavaron en la mujer que iba con su padre.

Observó su expresión con el seño apretado pues sentía en su pecho una pequeña ola que le asfixiaba, una que nunca había experimentado en su corta vida. La mujer le sonrió, sus labios carnosos pintados de rojo se alzaron mostrando sus perlados dientes sin embargo sus ojos, sus ojos celestes como el agua tenían una sombra oscura. Una sombra inquietante.

El niño apartó su mirada pues la llegada del siguiente carruaje llamó su atención. Éste era uno muy grande, con ruedas color oro, tirado por caballos en color cenizo. Primero bajó él, llevaba una corona en la cabeza, era el rey y luego bajó la reina, una mujer linda vestida con tela de lino y con joyas complementando su vestuario. A ellos les siguió un niño, tenía el pelo corto en color castaño y unos ojos avellana que brillaban a la distancia.

El pequeño corrió hasta colocarse enfrente de Gerard, le sonrió y extendió sus manos. Llevaba una maceta de madera tallada a mano, al centro tenía un escudo de armas que el príncipe Gerard no conocía.

—Es para ti —dijo el niño—. Son peonías.

Gerard tomó entre sus manos la maceta, sonriendo pues eran sus flores favoritas pero cautivado ya que eran de un color que nunca había visto. Eran rojas. Peonías rojas.

—Son cultivadas en el reino de mis padres, solo crecen allá pero si les das un buen cuido quizás puedan vivir por mucho tiempo.

—Las cuidaré —dijo entusiasmado—. Me llamo Gerard —se presentó tendiendo una mano, como su institutriz le había enseñado.

—Lo sé, es tu fiesta —respondió el otro niño—. Yo soy Frank.

Él era hijo de los reyes de Friburgo, el rey Frank Anthony Iero y la reina Linda. El príncipe Frank de doce años era hijo único, heredero y sucesor de su padre en la corona.

Friburgo era un reinado prospero dedicado a siembra y exportación de flora en el continente. Por su clima frío podían cosechar y crear sus propias especies ornamentales, además era un reino un poco más pequeño territorialmente sin embargo las personas que ahí habitaban era unidas y bondadosas.

Feldbreg y Friburgo eran reinados vecinos empero estaban divididos por el Bosque Negro, lugar al que solo cazadores se atrevían a ir. Abundaban muchas historias sobre el, especialmente cuentos para los niños. En Friburgo los mitos iban desapareciendo pues un grupo de amigos habían descubierto una pequeña mina y ahora trabajaban en ella.

—¿Quieres acompañarme a buscar un lugar para mi nueva planta? —le preguntó el príncipe Gerard al príncipe Frank.

El niño de ojos avellana sonrió y asintió, tomó la mano de Gerard y comenzaron a correr alrededor del jardín encontrando un lugar de tierra libre justo debajo de la ventana del príncipe.

Fue entonces un Festival de las Flores único que trajo nuevas cosas para todos en el reino.

Hazy Shade of Winter ➛FrerardWhere stories live. Discover now