11: El dije de ópalo

260 66 131
                                    

Los conejos corrían con toda la rapidez que sus pequeñas patas les permitían mientras que las aves batían sus alas sin parar en contra de la fuerte ventisca que se les azotaba. De camino encontraron un par de venados jovenes que se unieron a ellos para conseguir ayuda.

A lo lejos divisaron la fila de siete hombrecillos que se encaminaba por el sendero hacia la mina.

—"Ay ho, ay ho, ay ho, ay ho
Marchando a trabajar
Ay ho, ay ho..."

Lukas, como de costumbre, marcaba el ritmo de la canción con sus silbidos entretanto Fritz lideraba el orden en que los demás debían colocar sus herramientas en el carrito que llevaban a dentro de la mina. Hanz y Carl al ser los últimos en la fila percibieron de primero la marcha animal que se dirigía veloz hacia ellos.

—¡Miren! —alertaron.

Tan pronto como los animales los alcanzaron comenzaron a tirar de sus ropas con fuerza, las aves volaban sobre sus cabezas y de vez en cuando les picoteaban para llamar su atención.

—¡Alto! 

—¡Déjenme en paz!

—¡Paren!

—¿Qué les pasa amigos? —preguntó Lukas al ser empujado con fuerza por la espalda por parte de un venadito.

—¡Creo que se han vuelto locos!

—¡No lo creo! No es normal que actuen así! ¡Algo nos quieren decir! —dijo Hanz, el gruñón mientras recuperaba su gorro de lana del pico de un ave.

—Yo creo que la reina malvada descubrió a Gee y por eso ellos están así... —comentó con parsimonia Carl, refregó sus ojos y bostezo.

—¿La reina? ¿Como puede ser posible? —dijo Fritz sorprendido.

—¿Qué haremos?

—Si es ella lo matará. ¡Debemos salvarlo! ¡Vamos! ¡De prisa! —gritó Hanz para llamar la atención de los demás entre toda aquella algarabía que se escuchaba.

Fue él el primero en correr a tomar el camino que lo llevaba de regreso a casa y lo siguieron muy de cerca los otros seis hombres. Los corazones de todos latían frenéticamente al imaginar que algo malo pudo haberle pasado al noble príncipe que resguardaron en su pequeño hogar.

—¡Ahora yo soy la más hermosa de la tierra! —gritó Alejandrina en la entrada de la cabaña mientras reía a carcajadas.

Una fuerte llovizna había comenzado a caer y destellantes rayos se proyectaban con furia en el cielo oscurecido. Las gotas mojaron la túnica de la reina y el barro se formó bajo sus pies.

Ella no tuvo tiempo de reaccionar cuando escuchó el trotar de muchos pasos avanzar hacia ella desde lo espeso del bosque. 

—¡Es ella! ¡La malvada bruja! —gritó Lukas.

—¡Qué no escape! ¡Atrapénla muchachos!

—¡Allá va! ¡De prisa!

La reina sin conocer las profundidades del Bosque Negro se aventuró a huir y avanzó abriéndose paso en medio de los inmensos pinos. Las raíces de los árboles se unían entre sí sobre la tierra y el barro formado por la lluvia la obligaban a enlentecer sus pasos. El agua se escurría sobre su rostro y empañaba su vista. Fue así que un poco cegada consiguió avanzar hasta una zona empinada llena de un terreno rocoso.

Necesitaba ayuda para escapar victoriosa de esa situación, sin embargo u cuervo, su compañero de muchas andadas incluso su cómplice en casi todas sus maldades, le dio el tiro de gracia en el momento menos oportuno. La traicionó sin ninguna contemplación.

Ella se había paralizado en su lugar cuando sintió al animal aproximarse, fue un ataque directo en el cual con sus garras afiladas el cuervo arrancó del cuello de la bruja el dije de ópalo que nunca abandonaba.

Los ojos marchitos y oscuros por la poción que había bebido, se abrieron desmesuradamente y vio de manera muy lenta el recorrido que trazó el dije al ser soltado de las patas del animal hasta impactarse con fuerza sobre el pico de una afilada roca.

El color carmín que coloreaba la piedra del ópalo se destruyó y un líquido del mismo tono brotó de la ruptura. Un grito agónico escapó en ese instante y una espesa cortina de humo se formó envolviendo el cuerpo de la reina malvada, sin importar el torrencial que caía sobre ella. Los siete hombrecillos y los animales observaban atónitos todo aquello desde el borde de árboles que rodeaba el terreno rocoso.

Alejandrina se retorció al sentir como el humo absorbía de su cuerpo cada hechizo que había utilizado para conseguir su belleza, aquella que proclamaba como propia. Su esbelta figura, sus ojos color cielo, su piel blanca y tersa, su cabello color castaño, desapareció, dejando únicamente un cuerpo cadavérico con enormes ojeras, cabello cano y ojos vacíos.

Aquel dije de ópalo que siempre pendía del cuello de Alejandrina era lo que le otorgaba su belleza. Ella con ayuda de hechizos sacados de los libros prohibidos de la magia oscura más antigua había reunido las características más hermosas y perfectas de seres maravillosos en la tierra.

A lo largo de muchos años se había dedicado a cumplir su propósito. Yendo de reino en reino, preguntando cada día a su espejo mágico quién era el ser más bello en ese lugar para así poder apropiarse de un trozo suyo. Tristemente la víctima perdía la vida en el instante en que su don era arrebatado con crueldad sin embargo Alejandrina también recibía repercusiones contra ella misma.

Nunca podría tener hijos y no tendría un amor verdadero jamás, viviría en soledad sentimental durante muchísimos años y deambularía en la tierra sin tener un lugar al que llamar hogar.

El humo rojizo se concentró en el pecho de Alejandrina y como bomba expansiva explotó, esparciéndose a lo largo del firmamento. Pequeñas gotas rojas cayeron sobre las cuerpos de las personas que aún se encontraban con vida bajo un hechizo de la malvada bruja. El rey de Feldberg, Donald Way fue el primero en despertar del estado letárgico en el que había estado sumergido en los últimos años.

Un último rayo impactó en la tierra al mismo tiempo en que el cuerpo totalmente sin vida de quien alguna vez había sido una mujer hermosa, desapareció.

Ella siempre había sabido que si su dije se destruía ese era el fin que le esperaba, esa era la razón por la cual lo protegía tanto. Ella siempre subestimó la leyenda que rezaba en la tapa de aquel libro antiguo con lomo grueso y maltrecho; "El mal siempre será castigado con un mal muchísimo peor".

Los siete hombres solo suspiraron después de haber sido testigos de semejante tragedia. Nadie dijo nada, en un acuerdo en silencio todos se devolvieron a prisa hacia la cabaña con la esperanza de que el príncipe Gerard estuviese bien después de que su malvada madrasta hubiera muerto.

Hazy Shade of Winter ➛FrerardWhere stories live. Discover now