09: La manzana envenenada

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La malvada reina de Feldberg había tomado su decisión, haría cualquier cosa para mantenerse como la criatura más hermosa de la tierra. Por ello, decidió buscar en su libro de hechizos uno que le diese una apariencia nueva, una pobre anciana sería ideal para apelar a la bondad y buen corazón del príncipe Gerard.

—Mi disfraz será tan perfecto que nadie sospechará jamás —dijo con convicción.

La reina necesitaba cambiar su supuesta belleza por una fealdad prestada, sus ropas de tela fina por harapos, su cabello bien cuidado también debía cambiar y su voz debía dejar de ser la misma.

—Polvo de una momia para hacerme vieja —leyó en el libro y buscó entre sus recipientes un frasco con polvo, lo echó en el caldero y continuó—. Para ocultar mi ropa, oscuridad de la noche —dijo y agregó unas gotas de sustancia negra—. Para envejecer mi voz, la risa cortada de una vieja bruja y para blanquear mi cabello, un grito de susto.

Revolvió todo en el caldero y vertió el líquido color verde olivo en una copa de plata, se acercó a la ventana y la alzó, solo necesitaba un poco de magia para darle vitalidad al conjuro.

—¡Una ráfaga de viento para desplegar mi odio! —gritó y a su vez una fuerte ráfaga de viento entró en la habitación. Incluso el plumaje del cuervo se crispó—. Y un rayo potente para que todo sea unido. Ahora que mi panacea el mal sea —recitó lo último en un susurro y llevó el líquido burbujeante a sus labios, ingiriendo todo.

Al instante en que la reina bebió la última gota, la copa resbaló de sus manos y una presión se instauró en su garganta. Rayos y un fuerte viento comenzaron a azotar los terrenos del reinado.

Su cabello fue el primero en cambiar su apariencia, se tornó blanco y maltratado. Su piel amarillenta se convirtió en una arrugada y llena de imperfecciones. El cuerpo esbelto de la reina se encorvo, sus manos se volvieron largas y huesudas, con uñas feas. Por último, su voz cambió.

—¡Mi voz! —exclamó con una nueva voz, totalmente irreconocible como todo su aspecto en general—. ¡Pero que disfraz tan perfecto! Jajajaja —rió con fuerza, asustando al pobre animal que no dejaba de observarla—. Y ahora, necesito encontrar una muerte especial para tan encantadora criatura, es lo menos que merece mi querido hijastro.

La reina con aspecto de anciana, vestida con una larga túnica negra y raída, comenzó a pasar páginas de otro de sus libros. Ningún hechizo de los que encontraba le parecía suficiente hasta que lo encontró.

—¡Ah! —gruñó—. ¡Es éste! ¡La manzana envenenada! ¡La muerte somnífera! —dijo y repasó la letra en el papel con sus larguchos dedos—. Si se le da una mordida a la manzana envenenada, la víctima cae en un sueño profundo para siempre... —leyó el contenido de la primera hoja y con esa información se sintió satisfecha.

Una noche entera fue necesaria para que la reina bruja pudiese trabajar en el brebaje envenenado que utilizaría. Tomó una manzana roja y jugosa, amarrada del tronco con un delgado hilo la sumergió en el líquido para que la poción de la muerte dormida la impregnara bien.

—¡Mira! —le dijo al cuervo riendo malévolamente—. Es el símbolo de lo que lleva impreso.

Ella alzó a la altura de su rostro el fruto que absorbía todo el líquido verdoso, sobre la cáscara de la manzana estaba el croquis de una calavera. Era la clara representación de la muerte que traía el fruto envenenado en su interior.

—La muerte... —susurró—. Ahora tornate de color rojo para que el príncipe sienta el deseo de morderte ¡Jajaja!

La manzana adquirió el color rojo más vivaz y deseable a la vista de cualquiera. La reina quitó el hilo de la fruta y la guardó dentro de un cesto con otro par más. Luego revisó y resguardó con cuidado dentro de su túnica el dije de ópalo que pendía de su cuello.

Tras un último vistazo a la habitación ella se deslizó por los pasillos desolados del castillo hasta alcanzar los vastos terrenos donde emprendió la marcha hacia el bosque negro.

—Y no se te olvide Gee, la reina es muy mala —le dijo Fritz al príncipe Gerard—. Es una hechicera, no te confíes de ella.

—No te preocupes, así lo haré —respondió con dulzura y dejó un pequeño beso en la frente del hombrecillo—. Hasta la noche.

—Hasta pronto —respondió sonrojado Fritz y con una seña de mano les indicó a los demás que lo siguieran—. Vamos ya.

—Ten mucho cuidado Gee... porque si algo te sucediera... yo... —dijo Joss pero Gerard le interrumpió dándole a él también un beso en la frente de despedida y deseándole un buen día.

—Adiós.

—Y no hables con extraños —dijo Carl, de quien también el príncipe Gerard se despidió.

Lukas hizo fila para la despedida un par de veces e incluso Hanz, el gruñón, aconsejó al príncipe de que tuviese cuidado porque aunque no lo quisiera reconocer ya le había tomado cariño.

Los siete hombres caminaron hacia la mina entonando su cántico alegre mientras el príncipe les observaba a las afueras de la pequeña cabaña. Un par de conejillos y un grupo de aves se aproximaron a él, el príncipe se sentó al pie de un grueso tronco y enseguida los animales se subieron a su regazo para recibir caricias sobre su pelaje.

Después de un par de minutos el príncipe Gerard decidió volver a la cabaña para preparar galletas y hornearlas. Los animales le acompañaron y escuchaban atentos el canto dulce del príncipe.

Un día encantador mi príncipe vendrá y seré feliz en sus brazos —. Inevitablemente el príncipe Gerard pensaba de manera constante en el príncipe Frank, deseaba poder a verlo pronto—. Un día volverá prendido de pasión y por fin mi sueño se realizará, lo siento en mi corazón...

Un toque en el marco de la ventana abierta le interrumpió, detuvo su labor y se dirigió a la sala de la cabaña. Su corazón se ablandó en un instante al notar a la pobre viejecita que le observaba.

—¿Estás solo precioso? —preguntó ella.

Hazy Shade of Winter ➛FrerardWhere stories live. Discover now