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THE VENOMOUS WOMAN

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Unos brazos cálidos envolviéndola fueron los que obligaron a la princesa a que despertara luego de dos días sumergida en las aguas de la inconsciencia. Poco a poco fue entreabriendo los ojos azures y oceánicos, tratando de adaptarse a la luminosidad del ambiente.

Postrada en una incómoda posición, Maxine se ayudó con los codos a recargarse en su lugar, a pesar del peso de la persona abrazándola como si no hubiera un mañana. Para cuando la claridad se disipó, pudo reconocer el lugar en el que estaba, a pesar de que nunca lo había visitado. Las ventanas sin cortina, las camillas antiguas y los estantes repletos de pócimas curativas le hicieron pensar que estaba efectivamente en la famosa Ala Médica.

El cuerpo lo tenía en un estado de entumecimiento general. Apenas podía obedecer sus comandos cerebrales, como si sus extremidades estuvieran muy debilitadas para hacerle caso. La cabeza le daba vueltas como los anillos de Saturno. Su garganta la sentía seca y rasposa como una lija, pidiéndole a gritos algo para tomar.

Al escrutar mejor su alrededor, vio que sus tres personas favoritas la miraban con alivio, en especial Victoria, cuyos brazos calientes le subieron la temperatura a su cuerpo de hielo. Le regaló una sonrisa exuberante al ver a la Brinsgtone con vida, con una lágrima de felicidad perdiéndose en su mejilla. America le tomó la mano, también aligerada de tener a su mejor compañera respirando como siempre. Los únicos dos que sabían que nada malo podría pasarle era Antonio y la princesa misma. Gaia, su mascota de ocho patitas, también se encontraba haciéndole compañía a un costado en una mesita, resguardada en su jaula transparente.

Lo último que la heredera recordaba era haber perdido de vista al centauro en el bosque, al igual que sus murmullos confusos mezclándose con el matiz del veneno recorriéndole el cuerpo. Podía oír los lamentos de Aragog y la risa de la völva. Recordó, por último, su vago intento por llamar al heredero a través de la maldición de Atenea. Y un segundo después, todo se trasformó en oscuridad y tinieblas.

No supo del rizado colándose en el bosque por ella, de su técnica rápida para drenar todo el veneno de su cuerpo, su eficiencia para curar la mordida a modo de ocultar su sangre azul, del castigo que le propinó a la acromántula con la maldición torturadora por lastimarla, ni mucho menos del momento en que la cargó en brazos hasta traerla junto Madame Parrish.

A pesar de que sabía que no podía morir, nada previno que actuase como el héroe de sus libros. De hecho, Antonio tuvo la necesidad de agradecerle personalmente al rizado, sintiéndose inútil al ver a su jorōgumo perecer de esa manera tras entrenarla arduamente para la competencia.

𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐈𝐆𝐇𝐍𝐄𝐒𝐒 | Tom RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora