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Aquél día, me subí al autobús público de Barcelona, y aunque odiaba estar rodeada de gente extraña y sudorosos, merecía la pena. Hacía bastante frío por Barcelona, iba con tantas prisas que se me olvidó coger alguna chaqueta al salir de casa, y el calorcito de la calefacción del autobús no me vendría mal. No le había avisado a Auron de que iba de camino a su casa, tenía miedo a su reacción, quizás saldría de su piso antes de que llegase o se hacía el ausente. Debía saber por qué, por qué diablos pensaba que tenía que salir huyendo cada vez que me veía.

Me metí en el autobús, sentándome en un asiento desocupado, restregando mi cara desmaquillada con las manos. Temía lo que Anais le había hecho a Auron, se le veía muy afectado la última vez que me lo encontré, me sentía culpable por volver a caer en sus mentiras y sus trampas. Había hecho daño a todos los que me querían.

Pero, me di cuenta de algo peor, no sólo había caído en las trampas de Anais, sino que ni siquiera le hablé a Laila antes de irme de Alemania. Ella había hecho tanto por mí, había estado ahí siempre que la necesitaba, y ni siquiera le avisé. Ella estaba enferma, y supongo que tenía miedo de ir a visitarla e incluso hablar con ella, ya que verla tan débil y al borde de la muerte me asustaba mucho. Fui mala amiga, y odiaba admitirlo, pero Anais tenía razón sobre aquello.

Marqué unos números con el dedo índice, y subí el teléfono a mi oreja. Se oyó cuatro tonos, en cada uno podía sentir como el estómago me daba vueltas sin cesar, me temblaban los ojos y las manos.

—¿Hallo? ¿Wer ist et?— se escuchó la voz dulce y melodiosa de Laila.

Me temblaban tanto las manos que el móvil casi se me cayó de las manos al pronunciar las siguientes palabras:

—¿Laila? ¿Eres tú?— pregunté.

Se oyó un silencio al otro lado, seguido por un jadeo. Laila se tapó la boca con una mano al oír aquella voz apagada y ronca. Tras un segundo completamente muda, tuvo el valor de hablar.

—¿Ainoa?—

Al oírla decir mi nombre, me derrumbé completamente en mi asiento. Las lágrimas no dejaban de caer, estaba aliviada, realmente estaba viva y a salvo, no había fallecido como dijo Anais. Intenté sollozar en silencio, pero se me escapaba un gemido de dolor. Hacía tiempo que no hablaba con ella.

—¡Laila! ¡Laila!— repetí su nombre miles de veces, como si se estuviese alejando de mí, aunque ella seguía en la otra punta del teléfono completamente inmóvil.

Los demás ocupantes abordo me miraban con curiosidad, algunos con una expresión molesta, otros se metían los auriculares en los oídos y se olvidaban de mis problemas con música. Cubría mi rostro con una sola mano, mi cabeza agachada dejaba que mi pelo cubriese todo lo demás, se me veía mal. Nadie se atrevió a preguntarme lo que ocurría.

—¿Ainoa? ¿Qué te ocurre?— preguntó Laila.

—Laila, lo siento, por todo.— empecé.

Laila, aún patidifusa, agarró el móvil con más fuerza. Ella sabía exactamente por qué le pedía perdón, llevaba meses molesta por el comportamiento de su amiga. No fui buena con ella, siempre buscaba consejos, siempre me desahogaba con ella, pero nunca estuve ahí por ella cuando lo necesitaba. La chica cerró los ojos.

—Ainoa...— musitó Laila, pero la interrumpí.

—Tenía miedo, tenía miedo de verte tan mal.— lloré, mi voz se rompió al decir esa última palabra.

—Ainoa...— repitió Laila, aunque mis explicaciones la interrumpían constantemente.

—Yo nunca quise hacerte sentir mal...—

—¡Ainoa!— exclamó Laila, captando mi atención.

Me enmudecí para oír lo que me tenía que decir.

—Ainoa, no puedes llamar así de repente y pedirme perdón, me pones en una situación imposible.— comentó Laila.

Cerré los ojos, las lágrimas me caían por la barbilla y manchaba mi ropa. Ella tenía razón.

—No tienes por qué aceptar mis disculpas, solo quiero que entiendas que estoy arrepentida de todo lo que he hecho.—

Laila suspiró.

—Lo sé, lo sé. Agradezco que al menos te hayas dado cuenta de tu error.—

—Hace unas semanas, estuve en el hospital, había una posibilidad de sufrir un tumor cerebral y... no fue hasta entonces que me di cuenta que... no...—

Auron hizo exactamente lo que yo le hice a Laila, solo que yo no me di cuenta de aquello. Me ignoró, no quiso visitarme, ni siquiera reconocer que estaba en el hospital. ¿Por qué le criticaba a él si yo era exactamente igual? Laila habría sufrido mucho esos últimos meses, sola, sin el apoyo de su mejor amiga. Encima, habían mentido sobre su muerte.

—No sabía que te habías mudado a España otra vez.— comentó Laila.

Me agarré de la pierna.

—Vine porque quería recuperar mis antiguos recuerdos, pero todo ha empeorado... Anais ha venido a España y...—

—¿¡ANAIS HA IDO A ESPAÑA?!—

Conocía bien a Laila, ese grito era un aullido que decía 'no me jodas, cuéntame más'. A pesar de todo, ella seguía siendo Laila, ella no me odiaba, simplemente se sentía muy decepcionada conmigo. Al menos, tenía una oportunidad de recuperarla como amiga.

(...)

—Entonces, ¿te había mentido sobre mi muerte?—

Asentí con la cabeza, pero me di cuenta inmediatamente que Laila no me podía ver.

—No me acuerdo de mucho, sufrí un episodio de amnesia. Pero ella me dijo que sí.— expliqué.

Laila suspiró y sacudió la cabeza.

—No me esperaba nada más de ella.— dijo.

—Laila, de verdad, lo siento por todo. Estuve en el hospital ingresada, pensaron que tenía algún tumor cerebral. Mi... amigo... no vino a visitarme ni a preguntar qué tal estaba. Anais me dijo que era una mala amiga, y supongo que entre todas las mentiras, decía la verdad. No te mereces nada de lo que está ocurriendo.—

Laila gruñó.

—Yo no sé por qué ella dice que sí, pero Anais no es mi amiga. Se lo dejé claro después de ver lo que te hizo.— dijo Laila.

Solté una pequeña carcajada.

—Gracias, por todo, de verdad.—

—Ainoa, cuando estuve al borde de la muerte, me di cuenta de una cosa. La vida es corta, insignificante quizás, pero guardar rencor es lo peor. Estoy dispuesta a solucionarlo contigo, no eres mala.—

Me sequé unas lágrimas.

—Gracias.—

Pelirroja De Bote (Auronplay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora