Epílogo | Pide un deseo

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N/A: Deja tu asistencia aquí para ser recordado en esta aventura.

Meses después

Aún recuerdo la primera vez que lo vi.

Estaba caminando apurada con un montón de papeles entre mis brazos y ni siquiera me había dado cuenta del chico que venía caminando en silencio por el pasadizo.

A los de primer año siempre nos mandaban a hacer los recados, y yo era como un pitufo emocionado por causar una buena impresión. Ese día me dieron una pila de papeles que a las justas alcanzaban entre mis flacuchos brazos. Es más, me tapaban la visión. Sí, era como una enana con una torre de papeles, asomando la cabeza de rato en rato para no irme de narices al suelo.

Pero todo se arruinó cuando choqué con el brazo del chico y los papeles salieron volando.

El impacto fue tan fuerte que los dos nos volvimos.

Al principio pensé: «Grosero, ¿que no tienes ojos?», pero cuando subí la mirada me quedé sin palabras.

Tenía el cabello oscuro y una mirada penetrante. Dios, nunca había visto un chico que se viera tan frío como un dementor. Encima vestía ropa oscura. ¿Estaba de luto? Ni idea, parecía capaz de cavar mi tumba ahí mismo. Uno de sus audífonos se le había salido de la oreja y su remera tenía la capucha hacia atrás.

El chico me miró fijamente con el ceño fruncido mientras se me caía la baba.

—Deja de mirarme —espetó.

Parpadeé como tonta, cerrando la boca.

No te estoy mirando. Solo se me desvió el ojo, ¿que no ves?

Él puso los ojos en blanco y dio media vuelta.

—¡Oye! ¿No me vas a ayudar a recoger?

—No.

—Grosero —le recriminé.

Me acuclillé empezando a recoger los papeles, pero no pude apartar la mirada de su espalda. Santos caracoles. ¿Quién era ese chico? Parecía sacado de una película de asesinos seriales amargados con la vida.

Alana, no te quedes con la duda.

La curiosidad mató al gato.

¡Pero yo no soy un gato!

—¡Espera! —Me puse de pie.

El chico se volvió hacia mí, fastidiado.

—¿Qué?

—¿Cómo te llamas?

Se me quedó mirando en silencio. La confusión cruzó sus ojos oscuros, pero finalmente decidió hacer oídos sordos y continuar su camino.

—Ah. De pocas palabras, que bien.

Él no respondió.

—¡Alto ahí, vaquero!

Empezó a caminar más rápido.

—¡Me llamo Alana! ¡Alana Disney!

El chico se detuvo.

Me dio una última mirada por encima del hombro y se fue.

Sí. Me enamoré de un maleducado.

Y aquí estaba, sentada en el fin del mundo con una sonrisa tonta en los labios, contemplando el atardecer frente a mí en silencio, recordándolo.

Una Conquista ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora