Capítulo uno: fingir.

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DORIAN

Otro día fingiendo.

No puedes no fingir, en un mundo de personas aparentemente felices, que se empeñan en hacer infelices a los demás.

Así que te levantas con ojeras y garganta pesada. Miras a la ventana y ves cómo el mundo allá afuera se ve cálido, alegre, como el sol se come al mundo y tú solo respiras por inercia, sin sentido, como si solo fueses un títere, como si no fueses tú, y el dilema es que en realidad eres lo que moldearon, lo que debes seguir, lo que según ellos debes ser. Entonces te pones de pie y comienzas tu día de mierda, sonriendo falsamente e imaginando que todo está bien, como debería ser, solo sigues viviendo.

Y es así cómo comienza otro día del asco.

Salí de la ducha con una toalla al rededor de mi cintura, mientras con la otra sacudía mi cabello mojado secándolo. Elegí unos jeans negros sin rotos, una camiseta oscura, la chaqueta roja del equipo, botas de cuero y unos lentes negros por el sol.

—Dorian— habló mi madre entrando a la habitación, tomé mi bolso y le miré con el ceño fruncido, tenía meses sin verla.

—Hola— dije sin ninguna expresión y le pasé por un lado, pero su voz me detuvo.

—Necesito que mañana en la noche te vistas elegante, iremos a un lugar— dijo, volteé confundido.

—¿Qué?— pregunté. El simple hecho de que estuviese dirigiéndome la palabra ya era extraño, ahora que dijera eso me había dejado en shock.

—Así es hijo, quiero que vayamos a cenar.

—¿A cenar?

—Si— ahora ella fue quien me pasó por un lado —Nos vemos mañana.

Tragué saliva aún sin poder moverme. Eso es lo qué pasa cuándo tus padres no te toman en cuenta al rededor de toda tu vida, cuándo sólo está el dinero pero no ellos. Cuándo eres un cero a la izquierda y de la nada aparecen queriendo algo de ti, y no lo dudas, porque has soñado con ese momento toda tu vida.

—Mierda— susurré pasando mis manos sudadas por mis jeans, tomé aire mientras seguía mi camino hacía las escaleras para bajarlas y salir de la casa.

Ubiqué con la mirada mi motocicleta, seguidamente llegué hasta la misma subiendo y encendiéndola antes de arrancar y dirigirme al instituto. Iba cinco minutos tarde, pero siempre llegaba tarde, me encantaba ver cómo la profesora me asesinaba con la mirada al entrar al salón, si tan sólo supiera que no es la única en el mundo con una vida de mierda.

Conducir es lo que hace que olvide todo, me encanta acelerar y siento que tengo el mundo entero en mis manos, que soy el que manda, un pensamiento algo dominante de mi parte, después de todo, es así.

En menos de lo que me di cuenta llegué al instituto, todos terminaban de ingresar al lugar, era el segundo día desde que habíamos vuelto de verano, no vine el primer día, nadie lo hacía, era un tipo de costumbre, por lo mismo el segundo día de regreso era la bienvenida del instituto. Hoy tendríamos partido, pero tenía miedo.

El mismo que sentía cada vez que sabía que vería a Jordan. Recuerdo cuándo lo conocí en aquella playa cuándo tan sólo teníamos doce años, creí que ese gusto se iría pronto, no sabía que aceptar ser su mejor amigo me haría amarlo en secreto por seis años, así es, dieciocho y aún el sentimiento sigue.

Algo enfermo, follar con tipos pensando en él, andar con ellos viendo si tenían parecidos, comparando, buscando alguien igual a él físicamente, quizá en personalidad. Pero ningún gay es como Jordan, creo que no hay hombre más mujeriego que él. Recuerdo un día el cuál se acostó con más de cinco mujeres. Lo supe porque estaba en la otra habitación, pasé toda la noche caliente por escuchar sus jadeos roncos, pero al mismo tiempo odiaba cada segundo, quería ser yo, pero nunca seré yo.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora