Capítulo cuatro: placer.

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"No hay nadie más que pueda romperme el corazón y volverlo a poner en su lugar con tan solo un beso"

JORDAN

Me removí entre las sábanas y restregué mis ojos, estaba sin camiseta, con un pantalón de pijama, en mi cama, solo.

Había olvidado que se sentía despertar en casa, cada día lo hacía con alguna chica luego de cualquier fiesta o del instituto y desde hace un mes no tocaba mi cama, pero creo que hubiese sido más acogedor de no ser porque tenía un sentimiento de mierda en mi pecho el cual me recordaba a cada segundo que pasaba, que Dorian y yo, ya no éramos amigos.

Me sentí ahogado, recordar su mirada, la forma en la que dijo simplemente que no podía controlar sus sentimientos me dejaron sin saber que hacer, yo solo quería que no se fuera de mi vida, pero no puedo tenerlo en ella cuando no me ve como un amigo.

Quisiera que sólo me viera como un amigo, como yo lo hago, sería más fácil.

Desde pequeño mis padres me enseñaron que los gays iban al infierno, que serlo estaba mal, y llegue un punto de tenerles odio, porque sentía que debía alejar la maldad de mi, porque para mi ellos son una creación del diablo, una plaga.

Pero Dorian... él no... No lo es. No podría odiarlo cuando me ha acompañado por tantos años, pero aún así no significa que esté bien lo que él es.

Y quizá podría ayudarlo a darse cuenta de que realmente él no estaba interesado en mí, tal vez no era gay y solo fue algo de un momento, así como lo que pasó esa noche, algo que no debió. La forma en la que sus labios sabían, sus manos fuertes, su olor, sus ojos marrones más oscuros de lo normal con ese brillo particular, sus labios húmedos y entreabiertos los cuales eran relamidos a cada corto tiempo, sus rizos negros cayendo en su frente, el color de su piel morena. Todo de él esa noche era realmente perfecto, y no lo digo porque me gustase, solo por una opinión de mi subconsciente. Es algo normal que piense así de él. Y, el placer, solo, es algo que no pasará de nuevo.

Porque todas esas sensaciones confusas que sentí, fueron un error. Claro que si. Sí.

Todos cometemos errores.

Cómo el error duro que tenía en mi entrepierna.

Apreté con mis manos mis ojos y gruñí de rabia, no entendía que le pasaba a mi cuerpo, quise golpear la pared.

—Es un chico— susurré con enojo quitando mis manos y mirando a mi pantalón —¿Qué te pasa?— pregunté.

Atrapé con mis dientes mi labio inferior frunciendo la cejas. No lo haría, no.

No.

¿O si?

—No— dije posando mi mano sobre mi abdomen —Esto no es por él— llegué hasta el borde de mis bóxers y adentré mi mano tomando mi miembro necesitado —No es por él— jadeé.

Empecé lento cerrando los ojos y tomando aire, mi mano recorría desde la punta hasta la mitad, los movimientos asemejándose a la imagen en mi cabeza de su mano sustituyendo la mía, tuve miedo, no podía hacerlo, estaba pensando en él, claramente lo imaginé sobre mí, haciéndolo por mi. Lo imaginé.

Me di cuenta de lo que estaba haciendo y traté de quitar esa imagen por algún otro sexo pasado en mis pensamientos, pero no había ninguno, solo podía verlo a él, como si bloqueara todo, me sentí perdido, pero ya no podía parar, encogí los dedos de mis pies al aumentar el ritmo.

—Ah... — gemí alzando el rostro, anhelé que besara mi cuello, que me tocara, apreté la mandíbula con miedo, porque lo imaginé, entrando y saliendo de mí mientras me abrazaba con fuerza.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora