Funeral exprés

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Habían pasado casi nueve horas desde la desaparición de Joseph. Stanley no dio mayores explicaciones a sus colegas sobre qué sucedió exactamente, ni permitió que hicieran tales preguntas. Con el rasguño que recibió en una de sus manos y parte del torso, más los moretones que tenía, eran evidencia suficiente de que en el incidente solo uno salió airoso.

El capitán estaba inquieto, por la madrugada, a eso de las 4 am, un equipo de búsqueda dio con Joseph o al menos, lo que quedaba de él. En la copa de un árbol, colgaba el cuerpo inerte de quien una vez en vida fue un joven soldado de carácter desenfadado.

Era una escena de lo más dantesca. Su rostro fue arrancando y un rastro pardo rojizo indicaba que había sido arrastrado desde el piso, pasando por el árbol y llegar hasta las ramas. Había ya insectos y aves de rapiña alimentándose de él. La sangre húmeda mezclada con el barro, el cuerpo en descomposición y el rocío del alba hacían un coctel nauseabundo de oler en esa zona.

Stanley vomitó asqueado, podía percibir el olor a muerte violenta e injusta impregnado en su ropa y en la de los soldados que estaban en el lugar. Juraba que llegó a saborear en su lengua el ambiente enrarecido junto al contenido de su estómago.

—Ya, ya. Suéltalo todo capitán —acotó Leonard, sosteniéndolo.

—Deja... —musitó débilmente, apartando con suavidad el brazo de su colega, este no se opuso.

Volvió a tener arcadas.

—Cuidado —exclamó sosteniéndolo.

—No debería de apestar tanto.

—No sé qué decirte, pero no es lo mismo ver la muerte que olerla. —Sacó un pañuelo de su bolsillo para que se limpiara la comisura de los labios—. ¿Llamo al Dr. Xeno? Sé que es difícil verlo, pero seguro él sabría qué hacer.

Stanley pareció pensarlo, Xeno tiene un extraordinario conocimiento cuasi enciclopédico de diversas materias, pero dudaba que la muerte fuera una de ellas. Las personas no eran tan de su agrado, ¿por qué querría saber de sus muertes? Sin embargo, no perdía nada con ponerlo a cargo del difunto. Ninguno de los presentes quiso admitir que no tenía estómago como para adecentar un poco a su ex colega y darle cristiana sepultura.

No era para menos, todos se conocían y habían compartido momentos con el difunto. Aunque eso era algo que al doctor tenía sin cuidado. Y dicha afirmación quedó patente cuando decidieron ir a la reunión matutina y Xeno había asignado una tarea a Joseph. Stanley intervino con una seña de manera disimulada, para que no lo siguiera mencionando. Y remató:

Después te cuento

     —sus labios decían.

...

El silencio de los soldados y la inmensidad del frondoso bosque de robles hacía patente el ambiente turbulento que se compartía. Se sentían pequeños. Xeno dirigió su mirada hacia el cadáver, arrugando el entrecejo y conteniéndose un par de arcadas. Era un aroma tan brutal como el estado de la pulpa pálida, hinchada y sanguinolenta de lo que alguna vez fue un individuo.

—¡Santo cielo!, ¿pero que le ha pasado a este hombre!

—Eso es lo que queremos saber, Xeno —acotó Stanley, todavía mareado y con pañuelo en mano para no sentir el terrible aroma.

—Podría, pero es desagradable. Dijiste que no tenía ni 10 horas muerto, ¿no? Pues oye, no da la impresión.

—Eso no importa, ¿da para autopsia sí o no? —intervino Leonard.

Cuando Cae la NocheWhere stories live. Discover now