9. Carry On My Wayward Son (Kansas)

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Las calles vacías hacían que el viaje por la ciudad se sintiera irreal.

Como en esas películas post apocalípticas donde todo el mundo había muerto y solo quedaban dos personas rodeadas de edificios desiertos con un filtro de imagen en tonos o muy cálidos (al punto de parecer amarillos) o uno muy azul (al punto de parecer sacado de alguna película producida durante la Guerra Fría).

A través de mis ojos, el filtro de la noche era rojizo por mis gafas de sol redondas que no paraban de resbalarse por el tabique de mi nariz, pero que me daban cierto flow.

El flow de no parecer un zombie por no haber dormido desde las nueve de la mañana.

—Puedes poner algo de música si quieres —ofreció Charlie sin quitar la mirada del camino—. Pondría algo yo, pero me da la sensación de que te burlarás de mi pésimo gusto o dirás que es basura comercial.

Le di una mirada, topándome con su atractivo perfil en tonos rojos y que era iluminado por las luces exteriores.

Luego de ese comentario, sobre encontrarme interesante, siguió comiendo en silencio como si nada hubiese pasado. Eso me hacía pensar dos cosas: lo estaba haciendo para molestarme o simplemente era el virgo más estereotipado del mundo y era muy reservado con sus sentimientos.

—Ningún gusto es pésimo, solo distinto —murmuré mientras sacaba el teléfono de mi bolsillo—. A menos que sea música clásica, no quiero quedarme dormido a mitad del camino.

—A ver, pon algo primero y yo hablo de mis gustos.

Las comisuras de sus labios se elevaron y ni siquiera noté que las mías hicieron lo mismo hasta que elevé la mirada al retrovisor para buscar el cable auxiliar y me topé con la torpe sonrisa de un torpe chico.

Rodé los ojos y conecté mi teléfono, buscando la playlist de Nightowl. Sonreí al ver el título que seguía en cola y le di play con todas las ganas del mundo.

El coral de Carry On My Wayward Son empezó a sonar por el pequeño estéreo del Beetle y los dedos de Charlie empezaron a moverse sobre el volante del auto. De alguna manera sentí que la canción encajaba directamente con nuestra caricaturesca situación.

Dos descarriados en el largo camino hacia la nada.

—¿Algo de especial con esta canción? —curioseó el chico.

—¿Por qué preguntas?

Me dio una mirada de reojo, poniéndole total atención a mis inquietos dedos sobre la guantera que intentaban seguir los acordes de la guitarra.

—Pareces muy emocionado —observó con curiosidad.

—Mi papá es fan de la banda Kansas y del rock en general —respondí, apoyando el codo en la ventana abierta del auto—. No había día en la que su música no sonara en algún rincón de la casa y cuando le dije que quería aprender a tocar la guitarra insistió en que esa fuera la primera canción que aprendiera.

—Rockero desde la cuna entonces —murmuró con tono divertido—. El venir de una familia de bailarines de ballet hace que mi primera memoria de una canción haya sido la danza del hada de azúcar del Cascanueces.

—¿Cuán larga es la línea de bailarines? —curioseé, sintiéndome intrigado por aquel virgo.

—Dos generaciones de Méndez, dos generaciones de Calle y contando —contestó, casi desbordando orgullo en cada sílaba—. Si no terminaba siendo bailarín, prácticamente me iban a desheredar y despojar de mis dos apellidos.  

—No suena muy bonito ser obligado a eso —señalé, recordando un poco lo estrictos que eran los padres de Loretta.

No le había interesado el ballet al inicio, pero sus padres fueron tan insistentes que finalmente terminó yendo obligada hasta que se dio cuenta de lo buena que era y empezó a ser muy competitiva con las otras bailarinas de la pequeña escuela del pueblo.

Winslow and the NightowlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora