17. Always On The Run (Lenny Kravitz)

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Jamás me había sentido tan cercano a la muerte hasta que Maeve encendió el auto.

Era una terrible conductora, de las peores que había visto en mi vida.

Conducía ese descapotable rojo como si tuviera el pie pegado al acelerador y las manos rígidas sobre el volante, tanto que pensé que podía ser uno de los personajes de esas películas sobre conductores de autos que saltan de un edificio a otro en un pequeño país petrolero de Medio Oriente.

No sé cuántas señales de alto, luces rojas o alertas nos pasamos, dejé de contar (más que nada por salud mental) a la tercera, pero si de algo estaba seguro es que de no haberlo hecho no habríamos llegado poco antes de las siete a la estación de policías.

Cuando el auto se detuvo frente al edificio blanco, solté un suspiro de alivio y le di gracias al universo por haberme dado una segunda oportunidad de vivir.

—Listo, denme un momento —murmuró Maeve mientras se aplicaba un poco más de labial rojo y tomaba un pañuelo que colgaba del retrovisor—. Tengo que cubrirme en pelo, mi mánager me mataría si se entera que estoy en una estación de policía.

—Casi nos matas —chilló Charlie desde el asiento trasero.

Al darme vuelta me encontré con un Charlie con los ojos bien abiertos mientas sus manos estaban aferradas fuertemente a la tapicería blanca y el cinturón de seguridad pegado sobre su pecho.

Maeve lo observó desde el retrovisor con esa mirada de incredulidad que solía poner cuando alguien la criticaba.

—A ver, pero... ¿Moriste? ¿No? —Tapó el labial y limpió el borde de sus labios sin quitarle los ojos de encima—. Entonces de nada.

Me solté el ajustado cinturón de seguridad para salir con muchas ganas de besar el suelo, pero había personas caminando por la calle y había tenido suficientes humillaciones en una sola noche.

—Bien, entremos para salir de esto lo más pronto posible —respondí mientras abría la puerta trasera.

El chico me dio una mirada.

—¿En serio estás abriendo la puerta del auto para mí? —preguntó, mordiendo su labio para contener una sonrisa.

—¿En serio me estás preguntando eso? —Le tendí la mano, mirando a un lado para que no notara lo rojo que me había puesto—. Vamos príncipe Sigfrido, tenemos que sacar a Odette de la celda del malvado Rothbart.

Lo escuché reír, pero tomó mi mano de la misma manera en la que tomarías un salvavidas en medio de las tempestuosas olas del mar.

—Conoces la historia —Lo oí decir mientras sacaba sus largas piernas.

A los pocos segundos estaba de pie frente a mí, observándome desde sus ocho centímetros adicionales. Intenté alisar un poco la tela de su suéter de lana, aunque en realidad tenía ganas de quitárselo.

Quitárselo porque esa mañana empezaba a hacer calor y me agobiaba verlo todo tapado, SOLO por eso.

—Dale las gracias a Barbie en el Lago de los Cisnes —respondí, acomodando las cadenas sobre su suéter—. La película más infravalorada del universo cinematográfico de Barbie.

Charlie me dedicó una pequeña sonrisa.

—Creo que deberíamos sentarnos a tener una discusión sobre eso. —Estiró sus manos hacia el cuello de la chaqueta que traía puesta—. Porque pensé que era universalmente conocido que Barbie en el Cascanueces es la más infravalorada.

Maeve salió del asiento del conductor, colocándose sus tacones más bajos y nos observó con sus pelirrojas cejas elevadas.

—Loretita se va a volver loca hoy y no lo digo solo por mi presencia. —Apretó el cierre central del auto y lanzó las llaves a su bolso—. Vamos tórtolos, tenemos que poner en su lugar a esos estúpidos policías.

Winslow and the NightowlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora