16. Cherry Bomb (The Runaways)

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Milo Andrews no se iba a olvidar de mí, eso estaba más que claro.

De vez en cuando lo atrapaba observándonos a través del retrovisor con cierta curiosidad y no podía culparlo. Debía ser el cliente más interesante que había tenido en toda su vida de conductor.

A la una de la mañana estaba hablándole con nostalgia sobre mi ex y las cinco me besuqueaba en una carretera transitada con un chico que acababa de conocer (y eso sin contar que era el chico con el que me habían engañado).

Sí, hubo un momento incómodo cuando nos bajamos del auto mientras arreglamos nuestra ropa, pero Milo decidió ignorarlo e intentar ayudarnos lo más que pudo con el destartalado motor cuyo sistema de refrigeración había recurrido a la autolesión mortal.

Luego de eso decidió llamar a uno de sus amigos que tenía una grúa y nos preguntó si necesitábamos un aventón.

Y así fue como terminé en su asiento trasero.

Con Charlie a mi lado.

Él observaba con mucha atención los altos edificios blancos que conformaba el conocido barrio de Costa Pacific View o como Fonzo le decía: la corona de la gentrificación. Si me decían que cobraban por respirar aquel aire salino frente al mar, no me sorprendería.

—Son las seis de la mañana —murmuró Charlie sin quitar la vista de los edificios—. Dios, eso significa que he estado casi doce horas sin dormir.

—¿Crees que podrás bailar así? —pregunté, genuinamente preocupado.

Charlie me observó de reojo. Podía notar el cansancio en su mirada o en la manera en la que sus hombros estaban caídos, pero como buen virgo se limitó a asentir.

—Después de todo lo que hemos pasado esta noche —murmuró, junto a una tímida sonrisa—. No pienso echar a perder todo nuestro esfuerzo.

Aún quedaba algo de energía en su voz, una que combinaba de manera perfecta con el amanecer al otro lado de la ventana. De tonos dorados, claros que se extendían sobre un cielo cubierto de abultadas nubes blancas.

El beso de hace minutos atrás seguía fresco sobre mis labios, al igual que las alborotadas emociones que aún bullían en mi pecho y por la manera en la que me miraba de regreso pude notar emociones similares a las mías.

Me incliné hacia él y sin mediar palabra dejé caer mi cabeza sobre la suave tela que cubría su hombro. A los pocos segundos sentí su brazo libre rodeando los míos, envolviéndome con unos cuantos restos de esa fragancia cítrica.

¿Eso significaba algo?

No estaba seguro y tampoco era el mejor momento para mantener esa conversación. Solo cerré los ojos por los otros dos minutos de trayecto hasta que sentí que el auto se detuvo y al abrir los ojos me topé con la pintura terracota de la fachada del lugar.

El edificio donde vivía Maeve era uno de los más pequeños y lo que más recuerdo de la noche que pasé allí era como la luz dorada entraba por los altos ventanales de cristal frente al balcón.

Bien, había llegado la hora de la verdad.

Charlie me dio una mirada rápida antes de soltarme con mucho cuidado y abrir la puerta mientras arrastraba con la pequeña maleta con sus cosas de ballet que había logrado sacar del auto. Aproveché ese momento para inclinarme hacia la parte delantera, donde Milo parecía haber recibido un viaje cercano.

—Muchas gracias por traernos —fue lo primero que dije con una sonrisa—. Y por ayudarnos allá atrás. Ahora mismo no tengo dinero para pagar el viaje, pero prometo...

Winslow and the NightowlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora