13 | Confesiones.

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Si hay algo que Lucas odia con todo su corazón son los mantras universales que se enseñan a los niños pequeños

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Si hay algo que Lucas odia con todo su corazón son los mantras universales que se enseñan a los niños pequeños.

Lleva recibiendo esos caramelos envenenados desde que tiene uso de memoria, con el sabor dulce de la moral y la esperanza y el regusto amargo de lo que esconden: que esas frases no dejan de ser medias verdades.

El que ahora le viene a la mente es aquel que dice que todo en la vida es posible si uno está dispuesto a luchar contra los obstáculos que la vida le pone enfrente. Nadie dice, claro está, que muchas veces el mayor enemigo de cada uno es su propia cabeza.

Es medianoche. Podría escribir a Alicia y probablemente le contestaría. No obstante, su mejor amiga no va a entenderlo y Lucas lo sabe. En parte porque no le ha estado contando casi nada de lo que ha vivido en el último día y medio, pero, sobre todo, se debe a que ni siquiera ella sabe cómo le ha afectado todo el asunto de su madre.

Conoce la idea general —al fin y al cabo, entra dentro de las cosas imposibles de esconder a una compañera de piso con la que ya has cohabitado varios meses, como la ropa interior con la cara de Richard Madden que le regalaron a Lucas por su cumpleaños o la muerte de al menos tres hámsteres a lo largo de la vida de Alicia que garantiza que jamás debe acercarse a un roedor a menos de un metro de distancia—, pero no los detalles.

Nadie salvo él mismo sabe cómo le afectó a nivel emocional el abandono por parte de su madre, lo que ha llevado a que esa noche parezca desdoblado en dos.

No es como los dibujos animados, donde aparecen un ángel y un diablo en miniatura sobre su hombro. No: en esta lucha, es Álex contra su conciencia. Y su conciencia va ganando el pulso por goleada.

Las horas continúan pasando con él martirizándose. Su único deseo es que se le ocurra alguna forma de librarse de ese sentimiento de culpabilidad. O de quedarse dormido. Está agotado y tiene los músculos agarrotados, pero, por algún motivo, su cuerpo no quiere descansar. Así que continúa mirando a la nada, maldiciendo que no haya ninguna canción de Adele que hable sobre «oportunidades perdidas por no saber gestionar sentimientos gracias a un abandono familiar» (en el fondo lo entiende, no cree que venda mucho en el mercado).

Cada vez está más seguro de que jamás va a poder estar con alguien. Los rollos de una noche son válidos sólo para quienes saben bloquear sus sentimientos. Pero debería haber adivinado que con él siempre hay sentimientos de por medio. Y confiar en el poder de emborracharse, a la larga, solo es una forma de sabotearse.

Habría sido tan fácil no lanzarse a los labios de Álex. Sólo hacía falta seguir el ambiente distendido que habían construido a lo largo del día, con las bromas ocasionales y una tensión que dejaba abierta una invitación que no hacía falta aceptar. Claro, que nadie podía negar la electricidad que había en el aire, pero, mientras ninguno la reconociera, estaban a salvo.

Ahora es demasiado tarde y no hay vuelta atrás.

Está tumbado en la cama, con los brazos sobre su abdomen y la mirada perdida en el techo. Pasa los minutos sopesando qué puede hacer, aunque en el fondo de su mente lo tiene claro: la única solución que hay es coger las cuatro cosas que llevaba encima al entrar en el piso y buscar un hotel, tal y como Alicia le había pedido. Pasará los doce días restantes en una batalla solitaria contra su cabeza antes de pasarle la factura a su amiga por los gastos ocasionados (sin contar el psicólogo, no es tan mal amigo).

14 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora