8. Luke

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—Bennet, te necesito en mi despacho. Ahora.

Luke descargó los materiales que acababan de llegar en el camión de proveedores que aparecía cada mañana por la fontanería. Con las mangas del uniforme remangadas, dejó lo que estaba haciendo y entró en el despacho del señor Vukket. Dos ojos verdes lo escrutaron de arriba abajo, cerciorándose de que había acudido con el uniforme completo. Con la mano, le indicó que tomase asiento.
Luke aguardó tranquilo. No había hecho nada malo, y seguía todas y cada una de sus órdenes a rajatabla. No tenía motivos para estar nervioso o sentirse alterado.

—Chico, tengo una tarea para ti —dijo con una media sonrisa. Y aquel gesto fue todo lo que el moreno necesitó para comprender que aquello no le iba a gustar demasiado—. Mary y Ernesto ya han pasado por esto varias veces, así que por orden...Je Je —"y por novato" pensó Luke— te va a tocar a ti encargarte del desagüe del Hospital de Geollen.

—¿Cuándo? —fue todo y cuanto dijo. Ernesto le había contado historias asquerosas de aquel nido de ratas y desechos. Estaba al corriente, y no necesitaba ni imaginarlo porque su agradable compañero le había enseñado alguna que otra foto bastante innecesaria.

—El miércoles. Hasta entonces tienes libre. Tienes que guardar energías, si no quieres acabar en alguna de las habitaciones del hospital. Je Je.

El chico fingió que en aquel comentario había algo divertido, y sin darle muchas más vueltas se levantó de la silla con ganas de salir de allí.

—Ah, y joven. Yo de tú aprovecharía estos días para irme a la cama con alguna chica bonita. No creo que con el olor que se te quede después del miércoles alguien quiera acercarse a ti demasiado en algún tiempo. Je Je. La mierda se le adhiere a uno de maneras inexplicables. Je Je.

—Gran consejo, señor Hank. Lo tendré en cuenta —levantó la mano en señal de despedida y fue hacia las taquillas para cambiarse.

El viejo Hank tenía la misma capacidad que una planta para hacer reír. Por suerte, Luke era algo más ingenioso para seguirle la corriente y no dejar entrever aquello que pensaba realmente sobre sus comentarios.
Se lavó las manos, los brazos y la cara, y se dirigió a la salida después de despedirse de Mary y Ernesto. A veces no entendía cómo una mujer como Mary, tan tenaz y elocuente, podía estar casada con alguien como Hank. Eran el blanco y el negro. El norte y el sur. Un tipo medio asqueroso y una mujer increíble.
En fin, pensó, ironías de la vida.

Subió al coche y encendió el gastado cassette. Acudiría al hospital el miércoles a las ocho de la mañana y así se aseguraría de no encontrarse a su madre por allí. Prefería que no estuviera merodeando a su alrededor mientras hacía su trabajo. Además, el saber que iba a ir solo a un hospital lo había puesto algo tenso. No es que tuviera aversión a la sangre ni a la gente enferma. Pero sí la tenía a las familias rotas por el dolor y a toda la muerte que habitaba en esos lugares. Era curioso, que el trabajo de su madre no hubiera despertado en él nada de curiosidad en ese ámbito. No aborrecía los hospitales, pero tampoco quería estar cerca de ellos.

Desvió el coche al pasar por la bifurcación que llevaba hasta su casa. Antes de ir hacia allí, pasaría por casa de Harrison a pedirle prestados unos guantes de boxeo.
Ese fin de semana tenía una competición importante y los suyos no le servirían si quería entrenar bien para clasificarse para las semifinales provinciales. Y ya puestos, aprovecharía para entrenar con él durante los próximos dos días de descanso.
Harrison era un aficionado, al igual que él tampoco estaba federado en ningún club. Pero lo pasaban bien, y ambos habían demostrado tener gran talento, aunque Harrison prefería permanecer fuera de las competiciones. Se conocían desde los diez años, y antes de tener al alcance los sacos de boxeo se habían tenido el uno al otro como sustitutos.

Luke subió el volumen de la radio. Intentó centrar su atención en la competición del sábado y alejar su mente del desagüe del hospital.
Voy a ganar, voy a ganar, se repitió una y otra vez hasta llegar a casa de su amigo.

La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora