20. Luke

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Llegar a casa de los Toresano fue un suplicio. Desde que salieron del bar corriendo con Vivian echada sobre su hombro, hasta que bajaron del coche y cruzaron la puerta de entrada, la susodicha no había hecho más que balbucear palabras incongruentes y acariciar el cabello de Luke. Harrison había estado contemplando la escena en silencio, pero con los labios ligeramente arqueados en una sonrisa que al castaño no le pasó desapercibida y que provocó que le dieran ganas de atestarle un puñetazo a su amigo. 

Antes de salir de allí por patas, se habían detenido unos segundos para pedirle perdón a Joe —aunque aquello para nada fuese su culpa— y para recoger el móvil destrozado de la chica. El bar entero los había mirado con reproche, con desprecio, incluso el resto del grupito, que permaneció sentado en la mesa sin entender el complejo de héroe que se había adueñado de sus amigos. Al llevarse con ellos a la encargada del enorme desastre que se había montado en el bar, habían dado rienda suelta a ser considerados sus cómplices. 

Aquella mañana de sábado amaneció en el sofá de Harrison. Había dormido mal, y ni siquiera en sus sueños pudo librarse de aquella melena azabache que se había empeñado en surcar su mente. Vivian dormía arriba, él mismo la había dejado en la habitación vacía de Lina la noche anterior. Se sintió extraño al pensar en aquello, en que Vivian estuviera allí compartiendo espacio con él después de no haber sabido nada de ella durante dos años. 

Se levantó como si tuviera la peor de las resacas a pesar de no haber bebido nada, y caminó hasta la habitación de su amigo, evitando el impulso de asomarse que sintió al pasar por delante de la habitación adornada de unicornios. Algo le decía que aquello estaba mal, muy mal de hecho, y que no podía ni quería estar ni un solo minuto más deambulando cerca de la chica. Tenía que irse, Harrison tenía que echarla, y luego él no volvería a verla hasta pasados los dos próximos años o tal vez nunca más. Así era como tenían que ser las cosas. Así lo había decidido hacía ya mucho.

No tuvo que llamar a la puerta porque estaba abierta, dejando ver a un Harrison pensativo, absorto en las cuerdas de una guitarra clásica. Este levantó la cabeza cuando sintió su presencia, y después le guiñó un ojo.

—Ya me estaba preguntando por qué tardabas tanto en aparecer. Por un momento pensé que te habías marchado para no estar aquí cuando ella despertara, pero ya veo que no es el caso. Seguro que tu cabecita inquieta solo tiene el propósito de decirme que la eche, pero déjame que te diga que no lo voy a hacer. No soy un cretino, Luke. 

Por supuesto, él ya se esperaba eso. No sabía decir si Harrison lo hacía solo por molestarlo o si verdaderamente estaba interesado en el bienestar de la muchacha, pero sus motivos a él le trajeron sin cuidado. Frunció el ceño, con la clara resignación de quien pierde plasmada en su expresión, y se sentó en la silla de escritorio. 

—No sé por qué lo hice, debería haber dejado que el gordo de Joe se encargara de ella —dijo sincero, compartiendo aquello que había estado rondando su mente por horas. Sus pensamientos lo estaban atormentando, pues no llegaba a entenderse a sí mismo. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por caridad? ¿Por pena? ¿Por que era demasiado buena persona?

—Pues yo sí lo sé —espetó el de ojos azules. Su vista seguía fija en la guitarra, pero su expresión dejaba en claro que aquello le divertía. Luke lo miró con cara mustia. 

—No hay nada que saber, Ris. Fue un impulso y no volverá a pasar. 

—Todavía piensas en ella a veces, ¿verdad? Y no hablo de que esta noche hayas soñado con ella, porque te conozco, sino de que en todo este tiempo has seguido pensando en ella.

Bennet no dijo nada. Abrió la boca para contradecirlo pero la cerró, mudo de pronto. No le había hablado ni una sola vez de Vivian en aquellos dos años. Lo último que le había contado es que la muy ilusa se le había declarado cuando él todavía salía con Alessa. Pero eso había sido lo último, a partir de ahí no había malgastado ni una de sus palabras en hablar de ella. Vivian había sido una sombra fantasmal en su vida; hasta hacía tres días. 

—No sé de qué me hablas —contestó entrecerrando los ojos. Siempre hacía aquello cuando se ponía a la defensiva. Harrison dejó ir una risilla por lo bajo, y empezó a tocar unos acordes. Había dado de pleno, y ambos lo sabían—. Pero en serio, no te montes historias raras en la cabeza. Para mí ella nunca fue nada. 

—Si tú lo dices.

A Luke empezaba a enervarle que Harrison no lo creyera. Era cierto que en su día su amigo lo había sabido todo sobre aquella trama confusa que nunca llegó a nada. Pero eso no le daba derecho a contradecirlo y a tomar como falso cualquier cosa que dijera. Si él decía que Vivian no era nada para él, era porque realmente lo sentía así. Aunque Harrison o el mismísimo papa lo contradijeran. 

—Vendrá Melissa en un rato. La competición es en tres horas y no puedo tardar más —dejó caer aquello. En parte, para cambiar de tema; en parte, para dejar claro a su amigo que su involucración con Vivian acababa allí, y que iba a ser Harrison quien se hiciera cargo de ella. 

—Genial, así te llevarás a Vivian contigo. Iré a despertarla —habló el de la guitarra con fingida inocencia. 

Y así empezaron los gritos. Luke se indignó hasta tal punto que le arrancó la guitarra de las manos a Harrison, después que este hiciera caso omiso a sus quejas y amenazas.

—¡Vivian es una alcohólica! —exclamó Luke en uno de sus tantos arrebatos—. No quiero que venga conmigo a ningún lugar, ayer ya nos humilló demasiado a todos, ¿no crees? 

Harrison lo observaba con indiferencia, molesto, mientras era zarandeado de un lado a otro. Muy en el fondo la situación lo entretenía, contrario a lo que estaba experimentando Bennet, y sabía que al final el de ojos oscuros accedería a traerla de vuelta a casa. Poco a poco el volumen fue bajando, hasta volver a la normalidad. Tomaron distancia, Harrison todavía sentado en la cama. Luke lo miró con odio, y finalmente, como uno y otro ya habían anticipado en su psiquis, despegó los labios para hablar:

—Avísame cuando esté lista. Estaré afuera esperando a que llegue Melissa. 

Cuando recibió el aviso, se dirigió hacia la cocina con toda la decisión que pudo recopilar.








La historia que nunca ocurrióWhere stories live. Discover now