Capítulo 3

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El frío de la mañana me lamió la piel que tenía al descubierto cuando salí a dar la vuelta manzana

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El frío de la mañana me lamió la piel que tenía al descubierto cuando salí a dar la vuelta manzana. El otoño ya estaba cerca otra vez.

No recibí noticias de Samuel durante toda la mañana, tampoco contestó mis llamadas. Supuse que estaría ocupado con sus estudios, así que no quise insistir demasiado.

Cuando estaba terminando la tercer vuelta, vi el auto de sus padres estacionado fuera de la cochera. Me detuve en la puerta de su casa para tomar un poco de aire, y entonces lo vi bajando del asiento trasero junto a Tessa.

Sentí que el corazón se me aceleró como si todavía estuviese corriendo a toda velocidad.

Me acerqué hasta él y lo tomé del brazo. Él levantó la cabeza, en tanto estiraba una de sus manos para tocar la mía.

—¿Eli?

Ignoré el hecho de que estaba un poco sudado por haber hecho ejercicio toda la mañana. Lo atrapé entre mis brazos y estrujé su cuerpo delgado contra el mío, en un abrazo apretado que él correspondió gustoso.

—¿Por qué no me avisaste que venías?

—Quería darte una sorpresa. Tuve que aguantarme las ganas de no atenderte, ¿te preocupaste?

—Supuse que estabas haciendo otras cosas y no quise molestarte, así que me puse a quemar un poco el tiempo mientras esperaba que me devolvieras la llamada. Estoy feliz de que estés aquí —admití, apretándolo contra mi cuerpo.

Deshice el abrazo cuando caí en cuenta de mi estado. Me incliné para mimosear a Tessa, y ella movía la cola, mostrando su entusiasmo por verme.

—Mi madre me dijo que quiere invitar a tus papás a comer a casa. Podemos escabullirnos a mi habitación mientras preparan el almuerzo y ponernos al día.

Volví a ponerme de pie, para quedar frente a Samuel. Le sacaba casi una cabeza de altura.

—Me encanta la idea, pero tengo que irme a bañar, estoy asqueroso. —Volví a tomarlo de la cintura, y noté que él se sorprendió ante el contacto—. Podrías acompañarme y me cuentas cómo ha ido tu viaje.

Mis padres recibieron a Samuel con una calurosa bienvenida. No pudimos zafar a la primera de la avalancha de preguntas de mamá, hasta que a Samuel se le ocurrió comentarle lo del almuerzo. Cuando mis padres se fueron a su casa y por fin estuvimos solos, subimos a mi habitación.

Sentí la mano de Samuel sobre mi espalda cuando la puerta se cerró detrás de nosotros. Me giré para quedar frente a frente, y él tiró de mi camiseta para quitármela. Sentí sus dedos fríos sobre mi pecho desnudo y mi cuerpo reaccionó de inmediato. El tacto de Samuel siempre me provocaba un montón de cosas muy locas.

—Estás más musculoso.

Me sentí orgulloso de mí mismo cuando lo notó.

—Es que estoy haciendo mucho ejercicio.

Deslizó su mano hacia mi abdomen y se detuvo en el borde de mis shorts deportivos. Yo tragué saliva; de repente sentía el corazón palpitándome en los oídos.

—Me gusta cómo se siente.

Instintivamente detuve su mano cuando quiso ir más allá. Sentía la garganta seca por los nervios.

—Me tengo que ir a bañar —dije de golpe, suavizando el agarre.

Cuando Samuel apartó su mano, noté un poco de sorpresa en su expresión.

A mis dieciocho años, todavía no sabía cómo lidiar con la parte sexual de mi relación con Samuel. Me ponía tan nervioso que me bloqueaba, al punto de acabar haciendo tonterías como la que acababa de hacer en ese momento. No quería admitir que era mi culpa que no hayamos tenido sexo ni una vez en tres años de relación, pero lo cierto es que cada vez que Samuel avanzaba, yo era el que se iba por la tangente o se escabullía como un gran cobarde. Hablamos muy pocas veces del tema, principalmente porque yo no sabía cómo decirle que, a pesar de que me gustaba muchísimo tanto física como intelectualmente, simplemente no era capaz de dar rienda suelta a ese deseo de tenerlo vulnerable entre mis brazos. Sentía demasiado respeto por él. Samuel nunca insistió mucho con el tema, tampoco me pidió explicaciones. Sin embargo, yo sentía que en algún momento debía dárselas, porque no quería que pensara que no sentía atracción física por él o algo por el estilo. El problema era yo, yo y mis mil quinientas inseguridades, yo y mis miedos, mis nervios que acababan conmigo cada vez que Samuel se me insinuaba.

Caminó a tientas hasta mi cama y se sentó en el borde.

—Te espero aquí —dijo a secas.

Me llevé las dos manos al rostro e hice un berrinche silencioso. No podía descifrar si estaba molesto o simplemente sorprendido. Mis nervios habían vuelto a traicionarme y ni siquiera sabía qué decirle para intentar disculparme con él. Decidí marcharme en silencio y pensar bien en mis palabras antes de acabar soltando cualquier excusa.

Cuando regresé, vi que Samuel se había tumbado en mi cama, con los auriculares puestos. Tenía los ojos cerrados y las manos detrás de su cabeza. Se veía relajado. Me incliné hacia él para robarle un beso, y en ese momento, abrió los ojos.

—¿Ya estás listo? —preguntó, quitándose los auriculares.

—Sí. —Me senté en el borde de la cama y dejé salir un suspiro antes de continuar—. Lamento... bueno, eso que... pasó.

Él se incorporó para acercarse a mí. Estiró la mano para tocarme, y yo aproveché para atrapar su muñeca delgada con mis dedos. Besé el dorso de su mano y sus nudillos, luego me acaricié la mejilla con su palma abierta.

—Te está creciendo la barba otra vez —comentó, deslizando sus dedos por mi mentón.

La historia siempre se volvía a repetir. Yo sabía que Samuel pasaba el tema por alto para no hacerme sentir incómodo, y yo sentía que tenía un montón de cosas que decirle, pero nunca era capaz de decir absolutamente nada. Mi capacidad para expresarme seguía siendo un poco desastroza.

—Solo... Crece. Me la rasuro y crece otra vez.

—Me gusta cómo se siente, aunque cuando me besas me picas —comentó entre risas —. Seguramente te hace ver más varonil.

—Yo siempre me veo igual. Solo que ahora estoy un poco más alto.

—Y más musculoso.

—Sí, tal vez.

Se deslizó sobre la cama para estar más cerca de mí. Apoyó su cabeza en mi hombro y yo lo rodeé con un brazo. Sentir el calor de su cuerpo y su aroma dulce otra vez me calentaba el pecho, me traía paz. 

 

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La subjetividad de la bellezaWhere stories live. Discover now