Capítulo 19

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Perdí la noción del tiempo encerrado en mi habitación

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Perdí la noción del tiempo encerrado en mi habitación.

No tuve más remedio que acceder a lo que Samuel me pidió cuando me di cuenta de que las cosas terminarían peor si seguía insistiendo.

Sabía que ahora mismo cada uno de nosotros estaba llevando a cabo su propia lucha. Samuel probablemente estaba furioso con sus padres, y los señores Colman, además de los problemas que ya tenían, ahora también tenían que lidiar con la rabia de su hijo. Y luego estaba yo. Ni siquiera sabía cómo sentirme después de que Samuel me echara prácticamente a patadas de su casa. Por supuesto que entendía que estuviera enojado conmigo, pero no por eso era menos doloroso.

Escuché dos toques suaves en la puerta de mi habitación, luego los pasos de mi madre hicieron crujir la madera. Se sentó a los pies de la cama y me tocó la pierna con gentileza. Yo me había tapado con las cobijas hasta la cabeza.

—Oh, cariño... —dijo apenada, acariciándome la pierna—. Lamento muchísimo que se haya tenido que enterar así, no sé ni qué decirte...

—No hay nada que decir, mamá. Ya se enteró, así que por lo menos no tendré que seguir mintiéndole.

—Hablé por teléfono con Elízabeth hace unos momentos. Me dijo que discutieron y que Samuel se encerró en su habitación. No sé exactamente cuánto escuchó de la discusión, pero...

—Escuchó lo suficiente como para entender que le mentimos con algo gravísimo. Ellos se dijeron cosas horribles y la señora Colman remató con el broche de oro: dijo que quería divorciarse. Dios... Esto apesta. Samuel me echó de su casa, dijo que no quería saber más de mí.

—Eli, no creo que sus sentimientos cambien de un momento a otro. Ahora mismo está dolido y angustiado, nadie planeaba que lo supiera de esta manera pero lo hizo, así que ahora hay que darle un poco de tiempo para que se calme. Está dolido.

Ahogué un quejido en la almohada. Mi madre se acercó para descubrirme la cabeza, y se puso en cuclillas para quedar a mi altura. Me apartó los mechones de pelo que me cubrían el rostro, luego me besó la frente con ternura.

—Llora, desahógate. No te reprimas. No vine aquí para invadir tu espacio, solo necesitaba saber que estabas bien, y que tú sepas que si necesitas hablar, tu padre y yo estaremos aquí.

—Lo sé. Ustedes siempre están ahí.

Mi madre me dedicó una sonrisa.

En ese momento, su teléfono comenzó a sonar. Era la señora Colman. Hablaba tan fuerte que pude escuchar su voz desesperada al otro lado de la línea:

—¡Samuel se fue! —exclamó. Yo me senté de golpe en la cama en cuanto escuché aquello—. Por favor, dime que está con Elías.

—No, no está aquí. Discutió con Elías.

Me calcé las zapatillas de inmediato mientras mi madre seguía hablando con la señora Colman. Busqué mi abrigo y me lo puse mientras bajaba las escaleras. Mi madre iba detrás de mí.

—Dile a la señora Colman que voy a salir a buscarlo. ¿Se llevó a Tessa con él?

Mi madre le preguntó a la señora Colman, y después de escuchar su respuesta, hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Mierda —dije entre dientes—mierda —repetí.

—Elías, llévate tu teléfono y llámame por cualquier cosa. Elízabeth y Gerardo van a salir a buscarlo en el auto.

—Yo también voy —intervino mi padre, colocándose el abrigo —. Tú quédate, Luna, por si Samuel regresa. Y nos avisas.

Mi madre solo asintió, apretando el teléfono entre las manos.

Mi padre salió en el auto, yo preferí irme a pie a pesar de la intensa lluvia. Caminé con el paraguas en la mano durante varias cuadras hasta que llegué al centro. A pesar de que mi visión se veía afectada por el mal tiempo, conseguí reconocer una figura sentada en una banca. Estaba abrazándose a sí mismo, con la cara hundida entre las rodillas.

Mis piernas me guiaron hasta él, y cuando estuve lo suficientemente cerca, pude reconocer que se trataba de Samuel. Su bastón estaba apoyado junto a él, en el asiento y el respaldo.

Le toqué el hombro con suavidad, y él dio un respingo. Se veía asustado, como un cachorro herido, perdido en medio de una tormenta.

—Sam, soy yo. ¿Estás bien? estás empapado.

Pude notar que su rostro se relajó ligeramente cuando escuchó mi voz.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Vine a buscarte, ¿qué más iba a estar haciendo? —Me senté junto a él luego de plegar el bastón y guardármelo en el bolsillo. Extendí el paraguas sobre él para intentar amortiguar un poco la lluvia—. Todos te están buscando, tus padres y el mío salieron como locos en el auto.

—Genial, sigo siendo un maldito problema.

Tomé una generosa bocanada de aire para llenar mis pulmones y ver si así conseguía relajarme un poco. Viví tantas emociones de porquería en las últimas horas, que todavía me sorprendía mi capacidad para no desmoronarme. Todo lo que me importaba en ese momento era que Samuel estaba bien. Empapado y muerto de frío, pero vivo, y a salvo. Saqué el teléfono del bolsillo y le escribí un breve texto a mamá: "Lo encontré, está bien. Avísale a los demás que ya vamos".

—Sam, seguramente ahora mismo no quieres saber nada de mí, y lo entiendo. Pero sería genial si pudieras por lo menos escuchar los motivos de tus papás.

—Volvieron a subestimarme. Lo hacen una y otra vez. Como si yo fuera un niñito tonto que no puede lidiar con los problemas de los adultos. Me sobreprotegieron tanto que hasta se metieron en una deuda por mi culpa, y yo no soy ningún maldito niño mimado. Si tan solo me hubiesen dicho...

—Bueno, cometieron un error, ¿está bien? Todos lo hicimos. ¿Pero sabes por qué? Porque somos tu familia y te amamos. Tus padres te aman, mis padres te aman, y yo te amo. Te amo con todo mi corazón, y créeme que nunca estuve de acuerdo con mentirte, pero tus padres me lo pidieron encarecidamente, y yo no puedo pasar por encima de su decisión. No me perdones si quieres, es más, golpéame si eso te hace sentir mejor, pero si realmente eres maduro, deja de huir. Enfrenta esta situación como el hombre que eres y trata de entender.

Lo escuché chasquear la lengua. Se limpió la cara con el dorso de la manga empapada, luego arrugó los labios. Tal vez mi discurso lo hizo enojar más de lo que ya estaba, pero estaba completamente seguro de que de alguna manera, logré remover algo dentro de él.

—No sé dónde demonios estoy, caminé sin rumbo. Así que guíame de vuelta.

Extendí mi brazo y él lo tomó de una forma un tanto brusca. Mi abrigo estaba tan empapado como el suyo, pero aun así, me lo quité para ponérselo encima. Él permitió aquello, y también que lo rodeara con mi brazo para brindarle un poco de calor hasta que llegáramos a su casa. 

 

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La subjetividad de la bellezaWhere stories live. Discover now